Mi bella miliciana. Sueños II

SUEÑOS (II)

Debe tener tan sólo veintiún años, en nada se parece a la que años después será mi abuela, pero me reconoce. Se acerca a mí, me invita a que me siente. El mundo de los sueños tiene sus propias reglas: una abuela que apenas pasa de los veinte y una nieta que ya pasó los cuarenta. Lleva los labios pintados de rojo, un vestido ligero cuajado de mil flores diminutas, un pequeño tacón abotonado  y unas ligeras ondas encuadrando su rostro redondo y sus profundos ojos azules. Se ha proclamado la República, me dice, mi padre no quiere que salgamos a la calle, pero mis hermanos y yo vamos a ir a Sol. ¿No tienes miedo? le pregunto. Titubea. Sí, un poco…Pero no puedo perderme un día como hoy. Tengo mucha ilusión, mucha. Más ilusión que miedo. ¡Todo va  a cambiar tanto!La historia de España no volverá a ser la misma. Rafita dice que es un día histórico. Mi tío Rafael es un hombre muy guapo, muy guapo y muy impulsivo. Pasional, inteligente, de firmes convicciones libertarias. Lee a Bakunin y a Kropotkin, y el abuelo Atilano no entiende qué quieren estos jóvenes que no les haya dado la monarquía. La abuela María es diferente. A ella sí le emociona la llegada de la República y comprende y comparte la ilusión de sus hijos.

Los tres hermanos salen de la casa. Yo no puedo ir con ellos. Son las extrañas leyes de los sueños. Me quedo allí, en el salón de la casa familiar. Miro  por el balcón y los veo caminar hacia la esquina. Mi abuela en el medio, agarrando los brazos de sus hermanos con paso firme, con alegría, con convencimiento. Son jóvenes, tienen toda la vida por delante, han abierto las puertas y las ventanas, no saben lo cara que van a pagar su osadía. Cuando llegan  a la esquina vuelven sus rostros y me miran sonrientes. Luego siguen adelante. Ya no puedo verlos. He perdido su rastro, pero veo sus sombras proyectadas en el suelo. Se han quedado ahí, en esa esquina, paradas, detenidas, cortadas, amputadas… y ya no son las sombras de aquellos jóvenes republicanos, son las sombras de tres ancianos vencidos, resistentes a las penas que habrían de venir, aferrándose a esa esquina, a esa ilusión, a ese convencimiento, a esos cuerpos que se han ido sin ellas, dispuestos a empujar la historia, dispuestos a defender la alegría, dispuestos a perderlo todo en aquel intento, sin saber que las amapolas se teñirán de odio y la sangre desbordada correrá sin pudor por  las aceras.