Hoy quiero ceder mi voz a Pedro Sáez Serrano , que ha publicado un interesantísimo artículo sobre Max Aub y lo que él denomina su «exilio infinito«: Max Aub, o la urgente necesidad de dar fe y comprender. Reproduzco aquí un pequeño fragmento y os invito a que leáis el artículo en su totalidad. «Sí, la escritura es un arma leve si la enfrentamos a la dureza de un blindado, pero es un arma del tiempo, capaz de anular al tiempo y hacer que la historia y la vida sean recreadas infinitas veces, y que los personajes literarios, esos fantasmas de palabras, sean seres en lucha sorda contra el olvido. O quizás no, porque no siempre lo que es bello y justo se impone sobre lo que no lo es. Así, Max Aub, un escritor apenas conocido, todavía habitante de un exilio infinito, incómodo para unos y otros, postergado, con una obra que durante decenios ha sido difícil de encontrar en las librerías. Construida la restauración democrática sobre la desmemoria, la impunidad y la mentira, apenas hay sitio en ella para una sinceridad y una denuncia radicales como la suya.»
Por mi parte poco puedo añadir a este excelente artículo. Sólo dar las gracias a Pedro por aportar su voz amiga a este pequeño rincón de palabras enredadas.
PD. Este es el conmovedor final del artículo que no aparece en la versión digital y que me ha hecho llegar su autor.
El escritor Max Aub va a ver a sus padres Cuando Aub llegó a México en 1942, se reunió allí con parte de su familia, pero no con toda ella: sus padres seguían en Valencia. Siendo imposible para Aub viajar a España, intentó reunirse con ellos en Francia. Sin embargo, Francia no le concedió el visado hasta 1956. Debido a que en los archivos policiales de la IV República existía la ficha de un peligroso fugitivo rojo y judío llamado Max Aub (Kafka otra vez, Kafka siempre). Aub no volvió a ver juntos a sus padres. Su madre murió en 1962. El estaba en México. Escribió sobre ello en su diario: “No habiendo estado con ella, enterraré a mi madre muchas madrugadas. Que nadie me hable de ella”. Y también escribió (él, el tipo que había perdido exactamente tres guerras consecutivas): “Nos hemos quedado en el camino; pero éste es el camino”.
“Tardará mucho tiempo en nacer, si es que nace,
un andaluz tan claro, tan rico de aventura.
Yo canto su elegancia con palabras que gimen
y recuerdo una brisa triste por los olivos”
Mi primer descubrimiento literario cuando llegué a la universidad fueron los Sonetos del amor oscuro. Ya conocía al Lorca del Romancero gitano y de Poeta en Nueva York, pero los Sonetos y el Diván del Tamarit marcaron, junto al museo de Arte Contemporáneo y a Silvio Rodríguez, aquel otoño de 1986.
Los versos de Lorca se fueron enredando con aquellos días de descubrimientos, de presagios, de promesas…
Y así, los versos y las vivencias van unidos irremediablemente:”Noche arriba los dos con luna llena”, (y la lluvia en los parques) ,”llorabas tú por hondas lejanías”, (y los soportales de Moncloa), “ Tengo miedo a perder la maravilla de tus ojos de estatua”, (y las paradas de autobús), ”En vano espero tu palabra escrita”, (y una chaqueta negra), ”No me dejes perder lo que he ganado”, (y un abrigo rojo), “Quiero llorar mi pena y te lo digo”, (y una bufanda gris), ”para que tú me quieras y me llores” ( y un cálido abrazo), ”con un puñal, con besos y contigo”, (y unas manos temblorosas),” Esa guirnalda, pronto, que me muero”, (y unos labios recién encontrados) ,” Pero pronto, que unidos, enlazados”, (y un deseo detenido en un espejo) ,“boca rota de amor y alma mordida/el tiempo nos encuentre destrozados”.
Al igual que las magdalenas de Proust, cada vez que releo los sonetos o las casidas, vienen a mí los recuerdos como una bandada de aves migratorias, que , dejando atrás el frío del olvido, regresan a los cálidos humedales de la memoria.
Lo más indignante del caso del poeta Luis García Montero, no es que deje la universidad de Granada, ni que la opinión pública ande dilucidando si debería o no haber proferido tal o cual insulto, o si debería haber guardado las formas y no dejarse provocar, o si es un protegido de tal o cual medio de masas, o si es una simple pataleta pública, o si se ha vendido al capitalismo por usar la palabra escaparate en sus poemas (sic)… En fin, a mí lo que realmente me preocupa es que estudiosos de la literatura llamen fascista a Lorca; más concretamente, digan que su obra es un reflejo burgués que alimenta el entramado ideológico del que se nutrirá el fascismo. Ese enfoque es un despropósito de dimensiones tan grandes que los que hemos estudiado a fondo su vida y su obra, y hemos leído todos sus artículos, sus discursos de inauguración de bibliotecas, sus entrevistas, su correspondencia, sus poemas o sus prosas, no podemos por menos que indignarnos ante tamaña falsedad académica, por mucho que el autor se ampare en su derecho a defender cualquier teoría. Me entristece que desde las aulas universitarias, se retuerza y se emponzoñe un legado poético de tal altura, belleza y autenticidad amparándose en la aplicación de enfoques reduccionistas, dogmáticos, maniqueos y desvirtuadores de la grandeza de aquel hombre al que tanto quisieron y admiraron Machado, Miguel Hernández, Neruda, Alberti y otros muchos intelectuales y artistas, antifascistas e incluso revolucionarios y promarxistas de su época. En fin, si podemos buscar con lupa todo lo que no sea estrictamente ortodoxo, todo es susceptible de nuevos análisis y cualquier teoría es posible.
A pesar de todo nos quedan sus palabras que vuelan por encima de las cenizas de la infamia, por encima de los críticos ( estructuralistas, formalistas, historicistas, sociólogos de la literatura, estilistas, semiólogos…) y de otros posibles revisionistas de uno u otro pelaje , que insultan y emponzoñan la memoria de los que ya no están, buscando estéticas neopopularistas y coqueteos con el fascismo donde jamás hubo sino vocación artística, y entrega a la literatura por encima de todo.
Mi lectura de Lorca, exhaustiva y pormenorizada, nunca me hizo dudar de su profunda humanidad, su rechazo a la violencia fascista y su profundo respeto por la libertad de todos los colectivos y de todas las personas. Yo, que he sido educada en el librepensamiento, la tolerancia, la aversión por la injusticia, por los totalitarismos, por las barbaries, la violencia y los dogmatismos, en un entorno poco o nada sospechoso de fascismo, en una familia diezmada, perseguida, amordazada y represaliada por dicho régimen, nunca encontré en sus escritos un ápice de Futurismo deshumanizado a lo Marinetti, ni una exaltación de la fuerza o la patria, o el señoritismo andaluz del que se nutrieron las filas falangistas y ultraderechistas de preguerra. Nunca apoyó la dialéctica de los puños y las pistolas, nunca tuvo más afán que el de llevar el arte y la cultura a todas las clases sociales y defender la lectura, la creación de bibliotecas públicas y volar, alto y libre, por encima de todas las falacias, de la moral caduca y conservadora, y de los espíritus ramplones y pedantes. Yo saco mis conclusiones leyendo a Lorca y a García Montero, y sintiendo sus palabras en mis venas.
Quedémonos con las palabras, con los versos maravillosos de nuestros dos poetas y abandonemos al olvido, que es la más cruel de las derrotas, a los que no merecen ni ser nombrados.
BAJO LA LUZ QUEMADA…
Bajo la luz quemada,
tienen frío los ojos con que buscas
estas horas de octubre
y su jardín manchado de ginebra,
hojas secas, silencios
que de nosotros hablan al caerse.
Porque si ya no existe,
aunque nadie se ocupe de sus solemnidades,
hay noches en que llega la verdad,
ese huésped incómodo,
para dejarnos sucios, vacíos, sin tabaco,
como en un restaurante de sillas boca arriba
ya punto de cerrar.
-Nos están esperando.
Nada sé contestarte,
sólo que soy consciente de mi propia ironía,
porque el hombre es un lobo también consigo mismo
-Nos están esperando.
Negras y en alto, buitres silenciosos,
nos esperan las nubes en la calle.
Luis García Montero
ALMA AUSENTE
No te conoce el toro ni la higuera,
ni caballos ni hormigas de tu casa.
No te conoce el niño ni la tarde
porque te has muerto para siempre.
No te conoce el lomo de la piedra,
ni el raso negro donde te destrozas.
No te conoce tu recuerdo mudo
porque te has muerto para siempre.
El otoño vendrá con caracolas,
uva de niebla y montes agrupados,
pero nadie querrá mirar tus ojos
porque te has muerto para siempre.
Porque te has muerto para siempre,
como todos los muertos de la Tierra,
como todos los muertos que se olvidan
en un montón de perros apagados.
(…)
F. Gª Lorca
Yo denuncio a toda la gente
que ignora la otra mitad,
la mitad irredimible
que levanta sus montes de cemento
donde laten los corazones
de los animalitos que se olvidan
y donde caeremos todos
en la última fiesta de los taladros.
Os escupo en la cara.
F.García Lorca
Los poetas cantan. Los buitres carroñeros, sólo saben graznar, y volar en círculos esperando que otros despedacen a su presa para llevarse sus imposibles restos…
«No basta que callemos, y además no es posible…» Luis Rosales.
Vivimos en un extraño país en el que resulta más cómodo ser verdugo, que juez o víctima. «Aquí nunca se hará justicia…» Las mañanas de algunos sábados de mi infancia subíamos, como muchos madrileños, a la Sierra de Madrid, a Guadarrama, a Cercedilla, en busca del frescor y el oxígeno que la capital nos negaba. Nosotros siempre llegábamos más tarde que los demás porque mi padre daba un tremendo rodeo para evitar pasar por El Valle de los Caídos (Cuelgamuros lo llamaban ellos…). Atrás dejábamos aquella cruz que se cernía amenazadora sobre el paisaje, y que ensombrecía el rostro de mi abuela y hacía que mi padre masticara entre dientes frases que yo no lograba descifrar. «Aquí nunca se hará justicia…» de esa frase sí que me acuerdo. Y de que mi abuela me apretaba la mano con fuerza mientras su mirada triste se perdía por caminos que conducían a un antiguo dolor, a una cicatriz que yo heredé más tarde cuando supe por qué nunca visitábamos aquel lugar, ni siquiera de paso… Los derechos humanos no prescriben en la memoria de los que han sufrido ni de aquellos, que amándolos, los han visto sufrir. Las lágrimas de mi abuela, los juramentos contenidos de mi padre, las viejas fotos donde mi abuelos y mis bisabuelos sonríen ajenos a todo lo que se les venía encima, y las miles de historias, los miles de rostros desconocidos que sufrieron durante décadas la humillación, el silencio, la sinrazón, la barbarie, la venganza programada y sistemática, no prescriben. Los niños judíos con su pijama de rayas mirando entre las rejas de los campos de concentración, no prescriben. Las caravanas de exiliados cruzando las fronteras arrastrando penas y maletas, no prescriben. Los presos torturados esperando la muerte en celdas nauseabundas, no prescriben. Los niños arrancados de sus madres y entregados a familias afectas al régimen de turno, no prescriben. El miedo cocinado a fuego lento durante años no puede prescribir. Pasemos página, sí, dejemos descansar a los muertos, sí. Pero leamos todos juntos la página para poder pasarla, con tolerancia, con respeto, con compasión y empatía por los que han sufrido; y luego, que cada uno descanse todo lo en paz que le permita su conciencia.
Ved qué congoxa la mía,
ved qué quexa desigual
que m’aquexa,
que me cresce cada día
un mal, teniendo otro mal
que no me dexa.
No me dexa ni me mata,
ni me libra ni me suelta
ni m’olvida,
mas de tal guisa me tracta
que la muerte anda revuelta
con mi vida. Jorge Manrique
Jorge Manrique es uno de esos poetas que nos acompaña desde nuestra primera lectura escolar; ésa en la que, con cierta torpeza, intentábamos comprender aquello de que la vida se nos va como un río, y que todos fluimos irremediablemente hacia el mar de la Muerte. Mientras procurábamos asumir nuestra caducidad, cosa harto difícil cuando se tienen quince años, los versos de Manrique, sonoros, graves, contenidos, se nos colaban por las junturas del alma y se hacían un hueco, y se acomodaban para siempre en nuestra memoria («Nuestras vidas son los ríos/ que van a dar a la mar/ que es el morir…»).
El eco de aquellas coplas de pie quebrado, que aprendíamos por primera vez en un tiempo de juventud plena, en el que conjurábamos a la muerte con amores, canciones y saltos al vacío, se quedó allí alojado en el recuerdo y vuelve, sigue volviendo, cuando la muerte llama a nuestra puerta «tan callando»…
Pero el Manrique severo de la elegía no eclipsa al Manrique que maneja con maestría los temas y las formas de la lírica cancioneril. Y a pesar del formulismo inevitable, y de cierta impostura literaria que conlleva el cultivo de esta poesía, hay en él un sello de autenticidad, de verdad profunda que transciende el mero juego literario, la filigrana lingüística puesta al servicio del arte del buen trovar. Algo que nos emociona, nos inunda, produciéndose así la necesaria identificación con el poeta, mejor dicho, con el poema y con la voz poética que desde él nos habla y nos conmueve. Y no podemos sino deternos un momento, y dejarnos llevar.
Y sentimos entonces esa misma congoja, esa queja desigual ese dolor de siempre y de todos, y de nadie… y la muerte y la vida, en eterno combate. En fin, nada más, nada menos, que poesía…
Aquí os dejo el tema de Cinema Paradiso que me inspiró este texto y que, si queréis, puede acompañar vuestra lectura.
A mi abuelo Manuel, que se fue sin saber de mí, y ni siquiera pudo ver el tímido regreso de la primavera después del largo invierno que le toco vivir… Por él yo respiro ahora todas las flores, y hago, de la palabra libre, mi única bandera.
» se me ha muerto como del rayo…»
M. Hernández
Como del rayo sí, como del rayo
le arrancaron de aquellos que le amaban,
una fría mañana de febrero
(dolor de invierno, lluvia en los semblantes,
gafas oscuras arrastrando el paso
camino del pequeño cementerio…)
Una vida truncada, en blanco y negro,
daguerrotipo cruel de una derrota. No pudo con las penas su persona.
Se apagó su sonrisa entre barrotes,
se marchitó la savia de sus venas,
y lloraron su muerte
los álamos del río
que conduce a la casa de la infancia.
Con él se fue el olor a hierbabuena,
a azahar, a tomillo y a albahaca.
Con él se fue la risa,
las mariposas blancas en su pelo,
los tangos de Gardel, y las mañanas.
Con él se fueron todas las palomas
y el aire se hizo denso, irrespirable.
Su voz de plata y luna
se quebró para siempre.
Las madres tejedoras,
envueltas en harapos
de odio eterno y venganza,
cortaron sin piedad el frágil hilo
que le ataba a los suyos,
a la vida de escarcha,
de flor nocturna y frágil
que le tocó vivir.
Se lo quitaron todo,
la hacienda, la alegría,
la honra, la esperanza.
Le quedó la palabra, la poesía.
y escribiendo, escribiendo
se fue volviendo agua,
se fue volviendo humo,
transparente papel, hoja caduca.
Se murió en hombre digno,
con su sonrisa puesta y sus ropas humildes,
en su pequeña casa,
con un viento invernal
y un profundo desánimo.
Una triste mañana de febrero,
en un Madrid tendido hacia el futuro,
se abandonó a la muerte…
Cansado de esperar la primavera.
A veces las relaciones con algunas personas, que pasan por nuestra vida de manera intermitente, no son más que meras interferencias. Un día están aquí, como si siempre hubieran estado, y de pronto, sin saber cómo, ni cuándo, ni por qué, desaparecen como el aliento tenue de una vela, como el sol que cubre una nube, como las hojas secas que barre el viento.
Y nos quedamos quietos, extrañados, tal vez algo confusos, tal vez algo vacíos. Pero la vida está llena de esas interferencias, de esos encuentros fugaces, fortuitos, que nos enseñan algo, o no…¡quién sabe!
Todos vamos de paso; pero algunos deciden instalarse, por un tiempo, en las vidas de otros, y llenarlas de risas, de palabras, de penas compartidas, de tardes de cine y semáforos en rojo, de lluvia, de cafés y de libros prestados. Y cuando ya no estén, cuando se vayan, nos quedará su ausencia.
Y en algunos momentos me pregunto dónde estarán ahora aquellos que se fueron, los que un día rieron a mi lado y compartieron versos y proyectos de juventud dorada, los amigos del alma, los que cogieron trenes que yo no cogí, o que perdí, o que dejé pasar. Pero ya se han borrado los paisajes, y el tiempo «gran escultor», ha desgastado los perfiles, y se ha llevado todas las promesas. Son sólo interferencias, me digo, interferencias…
Pero, a veces, no podemos evitar que nos afecte que lo pongan todo patas arriba, y que aparezcan y desaparezcan sin que nos demos cuenta. Y después, sólo una pequeña cicatriz, a penas perceptible, nos recuerda que estuvieron allí. Cenizas y rescoldos, que delatan sin dudar, el lugar olvidado donde ardió una hoguera…
Mi interés por recuperar la memoria viene de mucho antes de que yo misma fuera consciente de ello. Mi abuela fue tejiendo un tapiz con sus recuerdos y mi curiosidad, que acabó transformándose en un largo hilo, el hilo de la memoria que enhebra los tristes episodios de aquel tiempo tan duro que le toco vivir. Yo crecí en las rodillas de mi abuela, apegada a sus dichos, a su olor, a su tierna firmeza. Poco a poco me fui identificando y apasionando con aquella generación de perdedores, de luces y sombras, de penas y sacrificios, que nos dio una lección de generosidad y que supo callar para evitar más dolor y regalarnos a sus nietos la juventud que a ellos les fue arrebatada.
Cuando empecé a escribir sobre el tema, a recuperar y editar los versos de mi abuelo, a leer los testimonios de los represaliados, sabía que iba a ser un viaje muy duro, y que, en Itaca, a diferencia de Ulises, sólo me esperaba la tristeza y la derrota. A partir de entonces todo fueron reencuentros, viejos dolores, escondido orgullo, penas compartidas. Me he asomado de nuevo a la profunda sima de ese dolor, a las lágrimas contenidas, a las voces amuralladas, a los corazones heridos. No podemos igualar lo inigualable. Mi abuela siempre decía:» La guerra fue mala hija…Pero después, después vino lo peor…» Pocos años antes de morir recuerdo que me confesó, después de ver una película de nazis cuyo título no recuerdo, su profunda desilusión. «Al final será como si nunca hubiésemos existido, como si nunca nos hubiera pasado nada,como si nuestro dolor nos lo hubiéramos imaginado. Aquí nadie hará nunca una película sobre nosotros…» No recuerdo las palabras exactas pero sí el tono de desolación con que las pronunció, con ese cansancio que dan los años, y las penas… Recuperar la memoria de los míos, dotarles de la voz que nunca tuvieron, contar su pequeña historia, se convirtió para mí en una promesa, en una tarea de restitución y dignidad que tal vez algunos no entiendan. El hecho de haber sido mencionada en El País Semanal entre las diez páginas y personas (exactamente el número nueve) que luchan en la red por recuperar la memoria histórica, es mi particular forma de resarcir a mis abuelos y a todos los que ,como ellos, fueron condenados al silencio, al miedo y a la amnesia.
Si pincháis el enlace podréis ver la noticia en El País: Para no olvidar
Con dolorido cuidado,
desgrado, pena y dolor,
parto yo, triste amador
d’amores desamparado,
d’amores, que no d’amor.
Y el corazón enemigo
de lo que mi vida quiere,
ni halla vida, ni muere,
ni queda, ni va conmigo:
sin ventura, desdichado,
sin consuelo, sin favor,
parto yo triste amador,
d’amores desamparado,
d’amores, que no d’amor.
Jorge Manrique
Amor, amor
que estoy herido.
Herido de amor huido,
herido,
muerto de amor.
Decid a todos que ha sido
el ruiseñor.
Bisturí de cuatro filos,
garganta rota y olvido.
Cógeme la mano, amor,
que vengo muy mal herido,
herido de amor huido,
¡herido!
¡Muerto de amor!
Lorca
Cinco siglos separan estos textos. Cinco siglos de tradición y renovación, de antiguas fuentes en las que beber y nuevas sendas que recorrer. Las huellas que van dejando a su paso los escritores enriquecen el panorama literario. Cada nuevo autor aporta algo propio, y se apropia asimismo de lo que otros dejaron: temas, motivos, formas, estructuras, palabras…
Compartimos un valioso patrimonio artístico e idiomático que se remonta a los albores de nuestra lengua (aquel «román paladino») e incluso más allá, en algunos aspectos que trascienden las lenguas.
Escribir es recorrer una senda ya andada: la senda de los clásicos, la del medievo, la de los siglos áureos, la de los clasicistas, la del Romanticismo, la de los realistas, la de los finiseculares, la de los vanguardistas, la del 27, la de los escritores de posguerra, la de los nuevos realistas, o la de los experimentalistas… Siempre hay alguien que se miró en la fuente que ahora contemplamos. Pero cada poema, cada texto, cada historia, es una nueva versión irrepetible que tal vez nadie lea, o lea todo el mundo, o tan sólo unos pocos… ¡Y qué importa! La literatura no sabe de estadísticas, de eso ya se preocupan los que han hecho de ella un negocio y deciden considerarla rentable o no rentable, al margen de su calidad o su belleza. La buena literatura siempre se abre paso (aunque tengan que pasar siglos para que así sea…)
Manrique alimentó su ingenio con la tradición trovadoresca, y Lorca, a su vez, siguió también las huellas de Manrique y de los que le retomaron. ¿Y, a caso, eso le resta calidad y belleza?
La memoria literaria es un largo y caudaloso río que se nutre de todos los que hasta ella llegan, vengan de donde vengan o vayan a donde vayan. Siempre habrá lectores, y estudiosos y críticos, que se acercarán a las obras desde diferentes perspectivas. A mí, personalmente, me gusta rastrear las huellas de los que nos precedieron y contemplar como un hilo invisible nos une a ellos… Me gustan los escritores que innovan sin temor ni desprecio por la tradición. Porque, al fin y al cabo, tal vez todo se reduce a «tres heridas: la del amor, la del muerte, la de la vida».
¿Cómo no imaginarte en las batallas
que me ofrece, día a día, la tristeza?
¿Y cómo no pensarte en las derrotas,
en las profundas fosas olvidadas
entre amargos barrotes
de una cárcel infame,
injusta, innecesaria?
( tapias de silencio,
muros de agonías,
voces acalladas…)
¿Cómo no hacer memoria para no hacer olvido?
¿Cómo no presentirte en tus ausencias,
en todo lo que no viví contigo,
en la mano que no pude estrecharte,
en las caricias que nos arrebataron?
¿Cómo no hacer memoria,
cómo no presentirte, pensarte, imaginarte
en las noches gastadas
de la vida imperfecta, inacabada,
que vivimos sin ti?
Y la voz que te debo
desde aquí te recuerda
con la ventana abierta
y la sonrisa puesta;
porque la vida sigue,
y siempre,
tiene que haber un tiempo
que invoque la esperanza.