Juguetes rotos (II)

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Entre los escombros donde ha muerto un niño hay siempre un juguete roto. Como restos de una infancia arrebatada, entre el polvo, la piedra y la sangre, vislumbramos un peluche hecho jirones, o la cabeza despedazada de una muñeca, o las ruedas de un coche de carreras. Recuerdo a Pessoa en su Libro del desasosiego : «No hay imperio que valga el que por él se rompa la muñeca de una niña…No hay ideal que merezca el sacrificio de un tren de hojalata ¿Hasta cuando seguirá la humanidad «civilizada» sacrificando niños y juguetes?

Escribí esta entrada en abril, hoy, de nuevo, cobra vigencia.

Miro al mundo, repleto de cadáveres,
y el mundo me devuelve su mirada,
una mirada insomne, abochornada,
anegada en dolor, aullando al horizonte.
No hay corazón que aguante en sus latidos
tanto dolor, absurda letanía
que repiten las piedras milenarias.
No hay entereza que resista el grito,
ni muro que sostenga la mentira,
la vergüenza de ver, y no hacer nada.

Marisa Peña

Versos necesarios

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«Yo vivo en paz con los hombres
y en guerra con mis entrañas»
A. Machado

Hoy reivindico el verso necesario,
el verso que desnuda su retórica,
el verso que no cumple nunca el cómputo,
y se salta las leyes de la lógica.

Cuando el verso desborda su hendidura
y se derrama, libre, por tu cuerpo,
ya nada sabe de la pausa estrófica
y busca la sorpresa de su vuelo.

Ese verso que no admite ataduras
y se resiste a ser clasificado,
tiene un pulso de vida desbordada
y nace del decoro abandonado.

No busca ni laureles ni Academias,
es el grito, es el llanto, es la agonía,
no es el fruto perfecto y cincelado,
es el amor, la muerte, la alegría.

Sin él, quedan sin voz todas las voces…

Y todos los latidos de la tierra
se quedarán callados, escondidos,
siempre en guerra.
Con las manos vacías de esperanzas.
y el corazón herido

Marisa Peña.

Para este nuevo año pido sólo la Paz y la Palabra. Y reivindico el derecho de todos a decir lo que pensamos, a creer en utopías imposibles, a ser filántropos pueriles, o misántropos declarados. A ser amables, aún a riesgo de ser pesados… A reír, a llorar, a hacer incluso el ridículo. A equivocarnos, a pedir perdón, a ser perdonados, y a perdonar, si hace falta (porque ninguna afrenta es en el fondo tan importante, sólo la muerte no tiene solución y, cuando venga, «tendrá tus ojos»).
Reivindico el derecho de todos los seres humanos a ser tratados como tales, y no como ganado, o como basura, o como medio para conseguir un fin.
Y reivindico también la poesía, necesaria palabra en el tiempo, imprescindible para entender el mundo y para entendernos a nosotros mismos. Sin poesía el mundo es más oscuro, más gris, más inabarcable e incomprensible.
Sé que parece fácil sumarse a estas peticiones y subirse al carro de los buenos deseos. Pero es que, yo, lo creo de verdad; y soy de esas personas, ingenuas e idealistas, que piensa que otro mundo es posible, y que, lo importante, es plantar la semilla, aunque no podamos ser nosotros los que recojamos los frutos…
———–
Mientras escribía estos deseos la sangre corría en Gaza, como un río sin cauce y sin orillas, desbordándose…

Solsticio

Acaba un nuevo año, un ciclo se termina. El invierno se instala definitivamente, se engalana de fiesta pero no es suficiente. Las cosas que perdimos son irrecuperables, los recuerdos se empeñan en invadirlo todo aunque nos resistamos. Nos engullen las prisas, los compromisos, las luces de neón, los olores penetrantes, los sabores imposibles… Os dejo mi reflexión en forma de montaje audiovisual, y os lo dedico a todos los que me habéis acompañado, incluso a los que me han abandonado, en este año que toca a su fin.
Espero que este nuevo año me permita seguir enredando palabras con vosotros, y que vuestras voces amigas ( las más antiguas y las más recientes, pero no menos necesarias) sigan ahí.

PD. Volved al principio de la entrada, poned los altavoces y dad al botón de inicio. Espero que os guste.

Mi canción

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«yo no digo mi canción
sino a quien conmigo va…»

Este verso siempre me ha parecido de los más bellos y enigmáticos de nuestra literatura. Tiene múltiples interpretaciones, pero a mí siempre me gustó aquella de que sólo mostramos lo que en realidad somos, el profundo secreto que todos guardamos, a las personas que caminan junto a nosotros, que nos acompañan, que nos aceptan y nos eligen entre la multitud.
Este año tal vez haya dicho mi canción a demasiada gente sin pararme a pensar en las consecuencias. Ha habido de todo, pero los sinsabores y las decepciones se olvidan y son agua que corre, y no debemos dejar que se estanque. El contrapunto lo ponen todos los que han escuchado mi canción y, sin conocerme, se han sentado a mi lado, se han enredado en mis palabras y me han emocionado con las suyas. Han sido muchos los que han unido su voz a la mía y así hemos tendido manos, hemos cruzado puentes, intercambiado versos, prosas y amigos, y multiplicado los afectos.
Si alguien me preguntara si ha merecido la pena abrir esta ventana al exterior, exponerme, mostrarme, dejar mis flancos al descubierto sintiendo como la daga entra directamente al corazón, sin dudarlo un instante contestaría sí, ha merecido la pena. Y aquí dejo mi canción, a la libre disposición de quien quiera detenerse a escucharla.

Exilio

El camino del exilio implica dejar atrás un armario lleno de vivencias y raíces, y arrastrar por tierras extrañas un baúl lleno de tristezas…

Siempre que pienso en el exilio recuerdo aquel hermoso poema de León Felipe, «El llanto es nuestro»
Españoles:
el llanto es nuestro
y la tragedia también,
como el agua y el trueno de las nubes.
Se ha muerto un pueblo
pero no se ha muerto el hombre.
Porque aún existe el llanto,
el hombre está aquí en pie,
en pie con su congoja al hombro,
con su congoja antigua, original y eterna,
con su tesoro infinito
para comprar el misterio del mundo,
el silencio de los dioses
y el reino de la luz.
Toda la luz de la tierra
la verá un día el hombre
por la ventana de una lágrima…
Españoles,
españoles del éxodo y del llanto:
levantad la cabeza
y no me miréis con ceño
porque yo no soy el que canta la destrucción
sino la esperanza

Yo sólo tenía nueve años, cuando una tarde de invierno mi abuela me miró fijamente a los ojos y me dijo: «Anda, vamos a ponerte guapa, que tenemos que ver a unas amigas mías que hace mucho que no veo». Mientras me peinaba, yo notaba cierto temblor en sus manos. «¿Hace mucho que no las ves?» le pregunté. Entonces soltó el peine, me giró hacia ella, y con los ojos muy azules y muy brillantes me dijo muy seria: «Cuarenta años hija, cuarenta años…»
A mí me parecieron una barbaridad. Demasiados para seguir siendo amigas, la verdad. Nos pusimos el abrigo, salimos apresuradas y mi abuela me llevó, casi en volandas, por calles y callejuelas hasta llegar a un portal que yo no conocía. Se paró, respiró muy hondo y me dijo, aunque siempre creí que se lo decía más bien a sí misma: «¡Aquí es!» No recuerdo todos los detalles. Sólo sé que al abrir la puerta de la casa un grupo de mujeres con aspecto de venerables abuelitas estuvieron llorando y abrazándose un tiempo que no fui capaz de calcular. Todo eran besos, lágrimas, intercambio de fotos, manos enlazadas. A dos o tres niños más nos sentaron en una salita a merendar medias noches, y a ver el programa infantil de media tarde. No nos conocíamos, así que no nos dijimos nada. A veces nos mirábamos de reojo y nos sonreíamos… No fuimos conscientes, hasta muchos años después, de lo que allí realmente había pasado, mientras masticábamos chorizo de Pamplona y reíamos las ocurrencias de aquellos payasos en blanco y negro . El reencuentro esperado de una generación perdida, diezmada, desgarrada para siempre.
Muchas de aquellas mujeres salieron años después en un reportaje sobre las mujeres del 36. Pero para mí siempre serían las amigas de mi abuela, ésas que, a pesar de llevar cuarenta años sin verse, se sentían unidas por el invisible hilo de la memoria y de aquella terrible tragedia que les tocó vivir.

El poeta y la palabra

Para Marta Navarro, por su libro Ocho islas y un invierno.Porque ella sí sabe que nos queda la palabra, por su compromiso con el mundo y por sus ojos siempre abiertos al dolor ajeno.

Esos poetas infernales,
Dante, Blake, Rimbaud…
Que hablen más bajo…
¡Que se callen!
Hoy
cualquier habitante de la tierra
sabe mucho más del infierno
que esos tres poetas juntos.
Ya sé que Dante toca muy bien el violín…
¡Oh, el gran virtuoso!…
Pero que no pretenda ahora
con sus tercetos maravillosos
y sus endecasílabos perfectos
asustar a ese niño judío
que está ahí, desgajado de sus padres…
Y solo.
¡Solo!
Aguardando su turno
en los hornos crematorios de Auschwitz.
Dante… tú bajaste a los infiernos
con Virgilio de la mano
(Virgilio, «gran cicerone»)
y aquello vuestro de la Divina Comedia
fue un aventura divertida
de música y turismo.
Esto es otra cosa… otra cosa…
¿Cómo te explicaré?
¡Si no tienes imaginación!
Tú… no tienes imaginación,
acuérdate que en tu «Infierno»
no hay un niño siquiera…
Y ese que ves ahí…
Está solo
¡Solo! Sin cicerone…
Esperando que se abran las puertas del infierno
que tú ¡pobre florentino!
No pudiste siquiera imaginar.
Esto es otra cosa… ¿cómo te diré?
¡Mira! Este lugar donde no se puede tocar el violín.
Aquí se rompen las cuerdas de todos
los violines del mundo.
¿Me habéis entendido, poetas infernales?
Virgilio, Dante, Blake, Rimbaud…
¡Hablad más bajo!
¡Tocad más bajo!…¡Chist!…
¡¡Callaos!!
Yo también soy un gran violinista…
Y he tocado en el infierno muchas veces…
Pero ahora aquí…
Rompo mi violín… y me callo.

León Felipe, ¡Oh este viejo y roto violín!

A veces, ante el dolor, sobran las palabras… O tal vez falten las que son más precisas, las que no se dicen, las que todos callan : por miedo, por vergüenza, por ignorancia, por desidia.
¿Dónde están entonces los poetas? ¿Dónde se meten los estetas del lenguaje, los virtuosos de la palabra ? ¿Es que a caso no se atreven o no son capaces de pronunciar y de acuñar entre sus bellos versos palabras como asco, náusea, infamia, injusticia, verdugos, asesinos, sangre, horror, horror a manos llenas? ¿Con qué riman los ojos sin luz de los niños escuálidos? Las ciudades bombardeadas, los jirones de hombres masacrados, ¿con qué riman? ¿Con qué riman los desaparecidos,? Y los niños robados, y los presos sin nombre, ¿con qué riman? ¿Con qué hermosas metáforas, con qué imágenes oníricas, mencionar a los muertos, a los ajusticiados, a los parias de la tierra?
Cuando los hombres sufren, cuando los niños gritan, cuando no quedan lágrimas en las cuencas vacías de los muertos. Cuando el dolor del mundo desborda las acequias, los ríos, las entrañas profundas de la tierra, entonces, entonces ¿qué hacen los poetas?
«Da miedo ser poeta; da miedo ser un hombre
consciente del lamento que exhala cuanto existe
Da miedo decir alto lo que el mundo silencia.(…)»

Los versos de Celaya retumban en el profundo y oscuro abismo de las conciencias dormidas. ¿Es que no oís, poetas? ¿Escucháis al poeta prometeico allí, en las alturas inexpugnables de vuestras atalayas, de vuestras altas torres?
«Pensadlo: ser poeta no es decirse a sí mismo.
Es asumir la pena de todo lo existente»

¿Qué me decís poetas? ¿Qué sólo la belleza merece ser cantada? ¿O es que no hay más penas que las propias, dignas de vuestros versos de cristal y de mármol? ¿No hay ceniza, no hay barro?
Hoy el viento ha traído una voz que me llama y me pide que cargue «con el peso mortal de lo no dicho».
Represión
Cárceles, rejas ,cadenas,
muros, tapias, cementerios.
Niños escuálidos, tristes.
Hambre, miseria y silencio…
Marisa de la Peña (La memora herida)

Y ahora, poetas, contestad…Estamos esperando vuestros versos.

Con la noche a cuestas
Lara y yo pensamos
en los oscuros días
que gastarán los calendarios.
Repletos de leyes taradas
y de sociedades puras
que muestran sin pudor
sus vómitos con pedigrí.
Una vez más Oriente
con su alambre fiel
sigue mordiéndonos las pupilas.

Marta Navarro . Ocho islas y un invierno.

Literatura e ideas

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¿Es posible separar totalmente la obra de un escritor de sus ideas? ¿Influye la tendencia ideológica del autor, su forma de entender el mundo y la sociedad, y su modo de interrelacionarse con su contexto, en la forma o en el fondo de la obra literaria? ¿Podemos aislar una obra de su autor? ¿Y a un autor de su propio tejido ideológico, de sus creencias de sus opiniones, de la época que le tocó vivir? ¿Puede un excelente escritor ser una persona deplorable, o sin llegar a ese extremo simplemente insoportable, o antipático, o desagradable en el trato? ¿La simpatía o antipatía que nos provoca tal o cual escritor influye en nuestra valoración o estima de su obra? ¿Sólo es ecritor aquel que consigue publicar uno o más libros? ¿Hay autores más universales que otros, autores que transcienden sus coordenadas espacio temporales ( su cronotopo que diría Batjin)? ¿Qué buscamos en la obra literaria: evasión, entretenimiento, belleza, enriquecimiento personal, conocimiento, reconocimiento, compromiso? ¿Por qué algunos autores nos conmueven profundamente y otros nos dejan indiferentes? ¿Es cuestión de forma, de fondo, de ideas…?
La literatura puede ser abordada desde muchas perspectivas. Al igual que ocurre con una cebolla ( y esto es un homenaje de mi subconsciente a Miguel Hernández y a Neruda…) podemos sólo pelarla y olerla, o decidirnos a seguir profundizando, capa por capa, hasta llegar a su corazón, y, una vez allí, hay a quien le da por llorar y quien decide seguir cortando… La manera de cortarla también difiere: en rodajas, a gajos, en cuadraditos. Y después está lo que decidamos hacer con ella: envasarla, cocinarla, aderezarla, mezclarla. Como decía Cortazar «en fin…literatura». Y vosotros, ¿qué contestaríais a estas preguntas?

El hilo de los afectos

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A veces la vida se empeña en abrir y cerrar puertas con esa extraña suerte de arbitrariedad que gusta mostrar a veces, y nos hace sentir que, incuso en pleno invierno, a uno le puede sonreír la primavera. Hoy quiero dar las gracias al profesor Argentino Alejandro Lunadei, por reconocer mi labor y mi empeño en recuperar la memoria. En mi nombre y en el de los míos, y en el de todos los que fueron obligados a callar o a marchar lejos, le doy las gracias por mencionarnos, por recordarnos, y por enredar su memoria y la mía con el firme hilo de los afectos.
Quiero también agradecer la mención que me hacen en sus blogs Marta Navarro (Entrenómadas) y Luis Spencer. A todos ellos gracias por recoger mi voz y tejer conmigo ese hilo de la memoria del que, queramos o no, todos formamos parte.

Diciembre

¿Todos tenemos miedo alguna vez? ¿Todos sentimos el frío diciembre helando nuestro corazón…? ¿Hay, realmente, quien no siente nada, más allá de su propio dolor o de su propia náusea de egolatría, quien cierra los ojos al dolor ajeno, quien camina cada día sin oír los gritos de los otros, de los que sufren? ¿Hay quien es capaz de negarle la paz y la palabra a los que ya no tienen fuerza para pedirla?
Diciembre se dispone a desplegarse y «hay quienes se desmueren y hay quienes se desviven», hay quienes se abrigan y quienes no encuentran abrigo. Hay quienes se sienten importantes y quienes se saben olvidados, quienes se preparan para practicar la caridad y quienes sólo piden justicia. Hay quienes desconfían de los halagos y quienes agradecen una palabra de afecto o un gesto desinteresado. Hay quienes desprecian unas manos tendidas y quienes mendigan amor por las esquinas.
A veces, para huir del miedo y el frío, nos dejamos seducir por falsas luces de colores e ignoramos la aurora boreal. Y nos quedamos escuchando voces ajenas, cantos de sirenas, coros de ángeles que pronuncian una extraña lengua que no conocemos, y seguimos embriagados al virtuoso flautista, acallando la voz profunda y sincera de nuestro propio corazón.

No sellaréis mi voz

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Vosotros, descendientes,
heredaréis la voz amurallada,
la despojaréis de todas las cadenas,
la gritaréis al viento,
y la lanzaréis de nuevo a la mañana.

Sanarán las heridas,
ya no habrá más rencores.
Se abrirán las ventanas.
Entrarán los silencios
y saldrán las palabras.

Marisa de la Peña. Poemario a dos voces. «La voz libre» ed. La factoría de ediciones

Mi familia nunca me habló para inculcarme odio ni venganza, sólo para revelarme la verdad, su verdad, la que otros, desde sus posiciones de poder y gloria les obligaron a mantener callada y oculta. Porque la verdad, como dice el Evangelio, «nos hará libres», y el silencio, por muy conciliador y apaciguador que parezca, sólo alimenta el miedo y consume los corazones de los que callan.
Comprendo a los que prefieren guardar silencio, porque no todas las situaciones fueron iguales, y hubo quien pudo rehacer su vida y restañar sus heridas al calor del hogar y del mutismo familiar, pactado para no sufrir y no hacer sufrir a los que vinieran; pero que también comprendan a los que no quisieron hacerlo y a los que no queremos hacerlo ahora. Para algunos el silencio fue un bálsamo, un refugio para olvidar. Otros no pudieron hacerlo porque no les dejaron pasar página, porque les negaron la casa, la hacienda, la patria, el derecho a ver crecer a sus hijos y a sentarse con ellos, a olvidar…