¡Tanto quieres saber…!
Mas nada sabes,
de aquello en lo que buscas la certeza.
El mar que boga hondo te refleja
la eterna soledad en la que existes,
pero eso no te basta:
buscas la infinitud,
la imperceptible huella
que se duele en la arena,
el enigma que guarda la belleza.
Quieres la perfección,
la pureza desnuda de las formas,
la armonía serena
de los suaves contornos del abismo.
Quieres tocar, sentir por un momento
que es tuyo el universo que te aloja,
que eres parte de un todo
que hay un ritmo que en todo se repite.
Pero tú nada sabes,
te consume la duda…
Y buscas la respuesta,
donde sólo hallarás nuevas preguntas.
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Se ha muerto Idea Vilariño, poeta uruguaya a la que, gracias a Santiago (Los divagues del Santi) y a Marta López ( Relataria) leí por primera vez hace un año. Le dediqué un poema que forma parte de mi nuevo libro y que Santi me dijo que le haría llegar, y le escribí esta entrada que ahora vuelvo a recuperar para recordarla. Adiós poeta, que tus versos nos acompañen siempre…
En realidad no debería haber un día del libro para los que amamos la lectura. Para muchos leer es como respirar. Forma parte de nuestras constantes vitales: respiramos, leemos; nuestro corazón late, leemos. Pero, puesto que lo hay, aprovechemos para transmitir a los que nos rodean nuestro amor por los libros.
Ver Presentación audiovisual Día del libro. Y si tenéis tiempo y os apetece aquí os dejo Salvad los libros, una historia de dignidad y valentía que tiene mucho que ver con el amor a los libros como transmisores de cultura y arraigo familiar.
¿Puede el dolor ser algo despreciable, puede acaso encerrarse el sufrimiento humano en un absurdo traje de contención estética?
Yo grito, y no me importa si es o no conveniente o si rompe los cánones o si es inoportuno… Grito porque los hombres también gritan, porque las madres gritan, porque gritan los niños; porque el mundo es un grito inabarcable, un grito que nos llega de los siglos pasados, de todas las historias de la Historia, de todos los olvidos y de todas las páginas borradas.
No puedo serenarme ante aquello que veo, que intuyo, que recuerdo. Llevo el dolor del mundo en mis manos vacías, escucho los lamentos de voces que me llaman y me siento una más entre esa humanidad que reclama justicia. «El hombre es un heredero no un mero descendiente» y por eso recogemos la semilla plantada, y abonamos la tierra que pisaron los que nos precedieron, y dejamos la huella que otros encontrarán… Forma parte del ciclo: estar, haber estado, llegar a estar un día. Bebemos de las aguas en las que otros ya bebieron, y leemos los libros que otros ya leyeron, y utilizamos las palabras que otros ya utilizaron. Nacemos igual, amamos igual, morimos igual.
Y es por eso que, a veces, vienen a mí los gritos de hombres que ya no están, de tiempos que pasaron.
Ante la muerte inesperada,ante el dolor ajeno, ¿qué podemos hacer?
Tal vez muy poco -o nada-. Todo acontece allí, detras de los cristales. Mientras nos deslizamos va cambiando el paisaje. Las guerras, las catástrofes, las penas cotidianas, los valores bursátiles, las crisis…
El hombre sufre, irremediablemente. Es una cruel certeza que la historia confirma: grandezas y miserias; mitos, héroes y dioses; gestas, heroicidades, masacres, catedrales; rayos de luna y sombras. Todo confluye en una misma historia.
Los dioses de la vida, los dioses de la muerte, moldearon del barro su criatura. Tentada por los frutos del árbol de la ciencia, buscando el fuego y la palabra, capaz de ser mezquina o generosa, de entregar su propia vida o arrebatar, sin piedad, vidas ajenas.
Y bien, Ecce homo: ¡creced y multiplicaos!
¿Por qué nos pesa tanto el nombre de los muertos? Si no tuvieran nombre, ni rostro, ni ascendencia… todo sería más fácil si otros no recordaran.
El hombre sufre: es cierto.
Y ese dolor atávico surca el inexorable paso de los siglos como un río sin cauce y sin orillas, desbordándose.
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Me he sentado a recoger los pedazos de mí que han quedado después de la batalla… No sé recomponerlos, y ya ni tan siquiera me queda suficiente aliento para gritar. Mi grito, como tantos, se ha perdido en la inmensa llanura de la nada.
Nada saben de mí,y aún así me señalan,me convierten en blanco de su ira y embadurnan con odio mis silencios.
Mas no saben quién soy, no me conocen: me bebo mi condena a sorbos de coraje y pesadumbre. Me sumerjo en las penas cotidianas y no me duelen prendas.
Y aunque me claven garras afiladas las águilas voraces que creen tener derecho sobre el cielo, mi vuelo es limpio y libre. Y aunque se me desborde el sentimiento y no contenga el cauce de mi río, no escondo el alma en tupidos ropajes.
Ni juzgo, ni desprecio. Me conmueve la vida en su principio y me emociona el llanto, el sufrimiento ajeno, la belleza, y el latido secreto de las pequeñas cosas.
Sé disfrutar del viento y de la lluvia, en todo encuentro causa de grandeza, y por igual valoro el humilde guijarro, o el diamante que brilla en su esplendor.
No hay ambición en mí. No hay embriaguez de retórica hueca,ni erudición, ni turbios recovecos de rabias escondidas. Porque mi verso brota de manantial sereno y si hay algo que tiene mi respeto… eso es, sin duda alguna, la secreta verdad de la poesía.
«Somos muchos los que amamos las palabras, los que nos alimentamos de ellas, los que creamos nuestro mundo con ellas. Y así, enredando palabras vamos creando el tapiz de lo que fuimos, lo que somos y lo que aún nos queda por ser.»
Con estas palabras inauguraba mi blog hace ahora un año. Para Elliot, «Abril es el más cruel de los meses»… pero, para mí, fue un mes que me abrió las puertas de un mundo que no podía ni tan siquiera imaginar. He tenido dudas, como todos. He tenido desánimos, como todos. He pensado que no valía para nada lanzar mis palabras a un mundo virtual, como todos. A veces me ha vencido el cansancio, como a todos. He tenido reparos, incluso una especie de miedo escénico, cuando comprendí que realmente había alguien al otro lado, alguien dispuesto a compartir, pero también a despedazarme, o a humillarme, o a sentirse decepcionado… Con el tiempo dejé a un lado las dudas, dejé a un lado los desánimos, dejé a un lado el cansancio, el miedo, los reparos; y decidí escribir a mi manera, alegrándome con cada visita, con cada aportación, con cada nuevo amigo. «Llega a ser lo que eres», decía Ortega y Gasset. Y con esa máxima del vitalismo, y una buena dosis de confianza en mí misma, tomé las riendas de mi blog, que es ahora también un poco vuestro, y me dispuse a ser quien soy. Y así me doy y me daré para quien tenga a bien pararse un rato a enredarse con estas mis palabras…
Y con el primer aniversario llega también mi nuevo libro de poesía que espero presentar muy pronto. Ropa tendida al viento es fruto de un profundo proceso de introspección. De un viaje a mi propio abismo y un reencuento con todos mis fantasmas. He puesto lo mejor y lo peor de mí, mis luces y mis sombras. Lo lanzo al mundo y no tengo miedo.
Ahora vienen a mí otras palabras que dejé por aquí un día: » no dejaré de soñar, no dejaré de aportar mis estrofas por mucho que las caricias se transformen en dardos o puñales, por mucho que me cerquen los silencios de los que me quisieran invisible. No dejaré (…) que caigan sobre mí las hojas de un otoño envenenado, porque yo sé quién soy y qué me pertenece: la voz libre en el viento, la palabra sin yugo, la risa de mis hijos, el legado de aquellos que me precedieron y el horizonte amplio que me ofrecen todos los que caminan a mi lado. Y me canto a mí misma, y me celebro, y dejo en mis palabras el aliento futuro que habrán de recoger aquellos que, algún día, nos sucedan…»
Gracias a todos: por estar, por leer, por haceros notar, y, sobre todo,por dejarme vuestras palabras para tejer con ellas el hilo de los afectos.