Tardes de otoño

Las tardes del otoño
se esconden en los huecos del olvido.

Las tardes del otoño
se refugian en las rendijas de la melancolía.

Las tardes del otoño
saben que llueve a besos en los parques.

Las tardes del otoño
se resguardan del viento en los portales.

Las tardes del otoño
arrastran su nostalgia de hojas secas.

Las tardes del otoño
se engalanan, vestidas de tristeza.

Las tardes del otoño,
algunas veces,
nos regalan presagios y promesas.

Días de colegio

tlp708192.jpg¿Volverá con septiembre
la inocencia perdida,
el placer de dejar pasar los días,
la ilusión de forrar los libros nuevos,
el miedo a no encajar lo suficiente?

¿O serán sólo sombras
del niño que hemos sido,
ecos de un viejo canto de sirenas,
un estremecimiento pasajero
de lo que un día fue
el paraíso lejano de la infancia?

Septiembre siempre vuelve.
Nosotros – vagabundos,
errantes, pasajeros-
vamos envejeciendo
en un álbum gastado.

Y sempiternos niños
seremos un instante,
(por siempre detenidos) ,
en el gris ceniciento
de una foto escolar.

Los imprescindibles

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«Hay hombres que luchan un día y son buenos;
hay otros que luchan un año y son mejores;
hay quienes luchan muchos años y son muy buenos;
pero los hay que luchan toda la vida, esos son los imprescindibles…»

B. Bretch

Ellos, los que tanto amé, los que me educaron, los que apretaban mi mano fuerte cuando había que cruzar una calle, fueron de esos, de los imprescindibles. De los que, a pesar de los contratiempos y las penurias, no cayeron casi nunca en la desesperanza. De los que creyeron que la justicia era posible, pero, sobre todo, era necesaria, irrenunciable.
Podrían haberse rendido, haber engrosado las nutridas filas de los desencantados, de los cínicos o de los misántropos sin remedio. Razones no les habrían faltado… Podrían haberse dejado llevar por la corriente, no significarse, no rebelarse, no enfrentarse a los que tenían la sarten por el mango, esgrimiendo tan sólo su palabra.
Pero gracias a ellos, los imprescindibles, muchos de ellos anónimos para siempre en su grandeza, la historia avanza. No tienen miedo al fracaso y son humildes cuando les acompaña la victoria. No se regodean en sus éxitos porque, entre otras razones, casi nunca llegan a verlos. Porque a ellos, los imprescindibles, no les mueven el poder ni la gloria, ni tienen escondidos intereses personales. Son pocos, muy pocos, pero cambian las cosas, las empujan día a día para que sea posible su sueño visionario de un mundo mejor. Saben que nunca es fácil y que sembrar la semilla es lo importante, aunque sean otros los que paladeen el fruto.
Por eso me niego a que se les entierre dos veces. A que se ponga sobre ellos la lápida más triste y menos merecida: la lápida del olvido (triste, fría, injusta).
Cuando se acerca algún aniversario, en este caso el de la muerte de mi abuela, pienso en ellos, los traigo junto a mí, recuerdo sus palabras, su legado de dignidad y bonhomía, sus valores humanistas, sus sabios consejos para andar por la vida, sus pequeñas manías, sus pequeñeces , sus bobadas , sus despistes, sus torpezas, y ese dolor tan grande que nunca terminaron de comprender del todo y que es parte de nuestra historia, tan dolorosa, tan triste, tan infame…
Para ella, para los que venís hasta este rincón de palabras transcribo un texto de mi abuelo, Manuel de la Peña, que ilustra mi divagación. Por ellos, para ellos, los imprescindibles.

SOLILOQUIO
Amar a la humanidad, esa es tu enseña. ¿Por qué te asusta la soledad? ¿Es que ya no hay quien crea en tu amor? Cuando el dolor de los demás llama a tus puertas, angustiosamente, ¿por qué las abres de par en par? ¿por qué llamas a la piedad en su defensa?
Si cada vez que entablas tu gran pelea contra la mezquindad una voz interior te dice «¿por qué sigues?, no insistas, párate, no merece la pena…» Si «amaos entre vosotros» es la única ley sagrada que quisieras digna y eterna, y como tal la aceptas… ¿por qué sientes que todo es en vano, por qué sufres , por qué insistes, pobre loco soñador , en que amar a la humanidad sea tu enseña?
Si al final serán tan sólo la incomprensión y la ingratitud las que acusen recibo a tus ofrendas, ¿por qué sigues creyendo en ese amor?
Sí dile adiós para siempre a esa utopía, a esa ilusión de un mundo más humano, más libre…Olvida, hay que olvidar. Y si puedes recuerda que hubo un hombre que murió en una cruz, tan sólo por pedir paz en la tierra »
Madrid, 1956 (este borrador dio lugar más tarde a un poema que forma parte de Poemario a dos voces y que recibió el mismo título)

Recuerdos

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«Aunque mis ojos ya no puedan ver ese puro destello que deslumbra. Aunque ya nada pueda devolver la hora del esplendor en la hierba, de la gloria en las flores, no hay que afligirse. Porque la belleza siempre subsiste en el recuerdo»
Wordswosth

Al lugar donde fuimos felices es mejor no intentar regresar…Es inútil esforzarse por recuperar la magia de aquel instante, los olores, el tacto, la perfecta belleza de ese momento grabado para siempre en la memoria. Sólo queda el recuerdo, nada más, y nada menos. En el recuerdo habita lo que fuimos, esa sombra inmutable.
Nada podrá robarme esa certeza: recordar es vivir de nuevo, recrear un escenario, poblarlo de imágenes que se van iluminando, poco a poco, con el destello y la luz de la memoria. Vuelven a estar allí los que se fueron, escuchamos sus voces, tan queridas. Nos sentamos otra vez en ese banco, y cruzamos, una vez más, la misma calle, y entramos otra vez por esa puerta, y andamos hasta el fondo del pasillo…Todo vuelve a ocurrir, como aquel día; y ayer es hoy, irremediablemente.

La novia amarilla (audiopoemas III)

A Marta M. López, por una mañana repleta de libros, risas y palabras…
LA NOVIA AMARILLA
Mi tercer audiopoema tiene un lejano origen. Lo escribí hace veinte años, en mi primer curso universitario. Nunca vio la luz. Ahora lo he rescatado, lo he poblado de imágenes y he querido traer su atmósfera de niñez efímera y abandonada, de pérdida del Edén y la inocencia, de aceptación de lo que ha de venir cuando se deja atrás lo que no ha de volver y nuestra juventud se transforma, poco a poco, en ese territorio de la nostalgia al que, a veces, ansiamos regresar.

De nuevo septiembre

Septiembre es un mes dulce. Tan lleno de proyectos, de reencuentros, de propósitos nuevos… Muchos nunca se llevarán a cabo, pero ¡es tan dulce hacerlos!
Me gusta el lento cambio de la luz del estío que se hace otoñal. El verano se arrastra, perezoso, apurando sus últimos instantes como si no quisiera despedirse, aplazando su postrero estertor.
Septiembre sabe a frutas que se abren, a bodegón de membrillos y de higos,a tardes de tormenta y hojas que amarillean, como si presintiendo su caída, se les fuera el color.
Septiembre es el refugio deseado, apetecido, ansiado, suspirado, de aquellos que sentimos el peso del verano como un plomo mortal que nos aletarga, sumiéndonos en un sopor insufrible y tedioso.
Septiembre despereza las mañanas acortando las tardes, y el equinoccio marca la llegada de la nueva estación. Empieza el ritual de la naturaleza, que sabe a ciencia cierta que debe desprenderse de sus galas y recibir desnuda los fríos vientos del norte.Comprendemos, entonces, que la vida no acaba, que el círculo se cierra indiferente a nuestra feroz lucha contra el tiempo.
Septiembre nos susurra suavemente que es momento de retomar de nuevo la senda abandonada en los cálidos meses.
Y yo me preparo para recibirlo: emocionada, expectante, jubilosa. Como siempre creí que se merece un mes tan denostado por la prensa.
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Dada la cantidad de entradas que se quejan, con razón la mayoría de las veces, de la llegada de septiembre, he querido rescatar este texto que escribí el año pasado porque para mí los años comienzan en septiembre, y es cierto que ,aunque resulte algo infantil ilusionarse, no puedo evitar hacerlo…
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Y por si alguien aún dudara de que septiembre es un mes dulce para mí, aquí os dejo con mi nuevo proyecto:colaborar en Los tiempos modernos. Gracias de nuevo a Alvaro Blanes, a Eugenio Villar y a Marcos Domingo, por la confianza que han depositado en mí.