A todos los vencidos, los perdedores, los olvidados, los perseguidos sin tregua de la triste y oscura historia de mi patria. La historia de la intolerancia, el reparto de despojos y el silencio. A los judíos, los moriscos, los erasmistas, los ilustrados, los liberales, los republicanos. Todos los condenados por sus propios compatriotas a la conversión religiosa o ideológica, a la cárcel, a la muerte o al exilio. A todos los que, un día, dejaron una llave enterrada en la arena, para poder volver…
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Nosotros, que todo lo perdimos: la paz, la vida, el voto, la palabra.
Nosotros, desahuciados para siempre, olvidados, sepultados en la arena del tiempo.
Nosotros, los hijos bastardos de la madre patria, condenados a vivir en las cloacas, a escondernos en las catacumbas, con la lengua amputada para no poder gritar nuestro dolor.
Nosotros, expulsados para siempre del paraíso, obligados a marchar hacia otras tierras, a cantar canciones que no eran las nuestras, a venerar ídolos que no eran los nuestros, a hablar otras lenguas que no eran las nuestras.
Nosotros, que todo lo perdimos: el hogar, la patria, el futuro, la esperanza…
Ni perdón, ni justicia, ni reparación… Sólo olvido: olvido de tierra, de ruinas, de museo, de fosa, de piedra, de cárcel, de muro, de guadaña.
Nosotros que todo lo perdimos, no tuvimos nada más que la memoria, los recuerdos tejidos hilo a hilo, tapiz inacabado y doloroso legado a nuestros hijos, para que nuestros nombres no se borren del todo de una historia empeñada en no nombrarnos.