Cada vez que leía aquellos versos volvía a tener de nuevo diecisiete. Hacía frío en los parques y “ojalá que la lluvia deje de ser milagro que baja por tu cuerpo“, y “he sentido en tu boca una alborada” y se deshojaba el árbol de la nostalgia, y “eras la boina gris y el corazón en calma” , cubriendo de hojas secas los húmedos recuerdos.
Cada vez que llegaba el otoño llegaban los besos dormidos y las palabras no dichas, y las carpetas mojadas y los largos silencios… La luz de octubre lo inundaba todo y doraba las tardes tiñéndolas de ámbar.
En sus ojos de otoño habitó la tristeza, la soledad, el olvido, el desamparo. La vida fue borrando su perfil, los rasgos de su rostro. Puso un temblor de invierno en sus manos de nieve y una curva dolorida en su espalda. Tiñó de desconsuelo el cobre de su pelo y se llevo la firmeza de aquella piel, que un día, sembraron de promesas amantes olvidados.
Pero a veces, en las tardes de otoño, la vida le regalaba primaveras, y enhebraba los rumores de un pasado imposible. Recordar en otoño era una concesión a la melancolía, un dejarse arrastrar a las profundas raíces, al vértice de la memoria, a las orillas de lo que pudo haber sido… Recordar en otoño era una puerta falsa a una felicidad de cartónpiedra y castillos de humo, a una mentira amable con sabor a ceniza y flores muertas.
En las tardes de otoño, hasta podía ser bella y apacible la tristeza…