Tardes de otoño

 

Cada vez que leía aquellos versos volvía a tener de nuevo diecisiete. Hacía frío en los parques y “ojalá que la lluvia deje de ser milagro que baja por tu cuerpo“, y “he sentido en tu boca una alborada” y se deshojaba el árbol de la nostalgia, y “eras la boina gris y el corazón en calma” , cubriendo de hojas secas los húmedos recuerdos.
Cada vez que llegaba el otoño llegaban los besos dormidos y las palabras no dichas, y las carpetas mojadas y los largos silencios… La luz de octubre lo inundaba todo y doraba las tardes tiñéndolas de ámbar.
En sus ojos de otoño habitó la tristeza, la soledad, el olvido, el desamparo. La vida fue borrando su perfil, los rasgos de su rostro. Puso un temblor de invierno en sus manos de nieve y una curva dolorida en su espalda. Tiñó de desconsuelo el cobre de su pelo y se llevo la firmeza de aquella piel, que un día, sembraron de promesas amantes olvidados.
Pero a veces, en las tardes de otoño, la vida le regalaba primaveras, y enhebraba los rumores de un pasado imposible. Recordar en otoño era una concesión a la melancolía, un dejarse arrastrar a las profundas raíces, al vértice de la memoria, a las orillas de lo que pudo haber sido… Recordar en otoño era una puerta falsa a una felicidad de cartónpiedra y castillos de humo, a una mentira amable con sabor a ceniza y flores muertas.
En las tardes de otoño, hasta podía ser bella y apacible la tristeza…

Labordeta "in memoriam"

Quiero dedicar esta entrada a mis queridos escritores zaragozanos Luisa MiñanaFernando Sarría, Miguel Ángel Yusta y, muy especialmente, a Marta Navarro. Y a mi padre, que consiguió que sus canciones formaran parte de nuestras vidas y de nuestros recuerdos.
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(I)
Para muchos de nosotros, varias generaciones de españoles que nos consideramos «de izquierdas»( por muy denostado que esté el término, y muchos fantasmas que a algunos les despierte) Jose Antonio Labordeta ha sido y será mucho más que el cantautor comprometido, el presentador campechano, el escritor culto y profundo, el profesor querido y respetado, el político admirado por su honradez y su valentía… Ha sido un referente vital e ideológico, un valioso legado de palabras e ideales para construir un mundo mejor, más justo, más humano. Un hombre íntegro y fiel a sus ideas, un resistente de un tiempo que fue y nunca debió haber sido. Uno de esos hombres dignos y animosos, que protestó cuando era tan necesario hacerlo.
Leerlo y escucharlo  es un ejercicio de coherencia, una respuesta a muchas preguntas. Sus canciones son un lugar al que regresar, un refugio cálido y seguro cuando asaltan las dudas y la desesperanza. «No basta que callemos, y además no es posible», decía el poeta Luis Rosales. Labordeta lo sabía, y no calló. Nos dejó su voz  templada al viento, de nosotros depende que nunca muera.
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(II)

Me ha despertado un cielo gris, impío…
Y tu voz ha llegado de muy lejos,
de aquellos tiempos en que fuimos puros
y creímos que todo era posible.
Cuando por fin, después de un largo invierno,
volvía a resurgir la primavera.
Y soltamos al viento las canciones,
y abrimos las ventanas a la vida,
y al sol, y  a las promesas…
Y yo tomaba leche con galletas
al arrullo de versos necesarios:
Para la libertad, hoy galopamos,
salimos a las calles nuevamente,
y pedimos poesía,
poesía para el pobre,
poesía necesaria,
y pan bien repartido,
y aire que respirar.
Tu voz sigue sonando…
Y la escucho, junto a voces lejanas
que habitan mi memoria,
voces que ya no están,
y fueron mías.
Te has ido con septiembre,
con la luz de un verano rezagado
que no quiere ceder,
aun estando vencido.
Y los paisajes tristes
de esa España que fuimos
y tú nos enseñaste,
vuelven a mis recuerdos.
Y te sigo cantando…
para que pueda ser.

 

Afirmación

"Las personas que nos aman, son la compensación por las que nos detestan" F.Miralles

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Cuando ya nada busque y nada espere, lo habré encontrado todo.

Comprenderé el misterio de las cosas, del humilde guijarro y la estatua perfecta.

Descifraré el enigma que hace que el árbol yerga su tronco al cielo que le espera, indiferente; y que el gusano se esconda en la horadada tierra buscando su calor y su cobijo.

Afirmaré que hay sitio para todos, y sólo quien se acepta y se conforma, consigue ser feliz; que la vida consiste en algunos paisajes grabados en el alma para siempre, en los buenos amigos que deciden quedarse, y en tener quien nos quiera, tanto y tan sinceramente, que venga a despedirnos cuando llegue el final, y la tierra nos reciba en su regazo y sintamos su peso, para siempre…

Descubriendo a Manrique

Ved qué congoxa la mía…

Ved qué congoxa la mía,
ved qué quexa desigual
que m’aquexa,
que me cresce cada día
un mal, teniendo otro mal
que no me dexa.
No me dexa ni me mata,
ni me libra ni me suelta
ni m’olvida,
mas de tal guisa me tracta
que la muerte anda revuelta
con mi vida.
Jorge Manrique

Jorge Manrique es uno de esos poetas que nos acompaña desde nuestra primera lectura escolar; ésa en la que, con cierta torpeza, intentábamos comprender aquello de que la vida se nos va como un río, y que todos fluimos irremediablemente hacia el mar de la Muerte. Mientras procurábamos asumir nuestra caducidad, cosa harto difícil cuando se tienen quince años, los versos de Manrique, sonoros, graves, contenidos, se nos colaban por las junturas del alma y se hacían un hueco, y se acomodaban para siempre en nuestra memoria (”Nuestras vidas son los ríos/ que van a dar a la mar/ que es el morir…”).
El eco de aquellas coplas de pie quebrado, que aprendíamos por primera vez en un tiempo de juventud plena, en el que conjurábamos a la muerte con amores, canciones y saltos al vacío, se quedó allí alojado en el recuerdo y vuelve, sigue volviendo, cuando la muerte llama a nuestra puerta “tan callando”…
Pero el Manrique severo de la elegía no eclipsa al Manrique que maneja con maestría los temas y las formas de la lírica cancioneril. Y a pesar del formulismo inevitable, y de cierta impostura literaria que conlleva el cultivo de esta poesía, hay en él un sello de autenticidad, de verdad profunda que transciende el mero juego literario, la filigrana lingüística puesta al servicio del arte del buen trovar. Algo que nos emociona, nos inunda, produciéndose así la necesaria identificación con el poeta, mejor dicho, con el poema y con la voz poética que desde él nos habla y nos conmueve. Y no podemos sino detenernos un momento, y dejarnos llevar.
Y sentimos entonces esa misma congoja, esa queja desigual ese dolor de siempre, y de todos, y de nadie … Y la muerte y la vida, en eterno combate. En fin, nada más, nada menos, que poesía …