Victoria estival

Vencerá ya el verano, con su lenta pereza, a la siempre inestable primavera… Se sabe tan pleno, tan lleno de promesas, tan jubiloso, que anuncia los placeres de su largo solsticio, ese que hace eternos los días y anheladas las noches, vestido con sus galas de lujuria estival y descanso merecido.
Y le siento llegar, respirando en mi oido su cálido aliento milenario, prometiendo que las horas pasarán lentamente, jugueteando con todos mis sentidos, y despertando todos mis deseos. Yo sé que ha desplegado sus encantos y ahora luce , orgulloso, su merecida victoria pasajera.
Viene hasta mí con su olor a mar y cielo limpio, con sus noches de brisa y su sabor salobre, con las separaciones y los reencuentros, con los lugares nuevos y los ya conocidos, con el verde intenso y el azul detenido,con la espiga de oro y los prohibidos frutos de árboles improbables.
Y le dejó que venza, que inunde cuanto soy y cuanto me rodea, porque el ciclo se cumple y es hora de dejarnos acariciar por el sol.

Ya no… (Audiopoemas I)

He decidido abrir esta sección con poemas de mi libro Ropa tendida al viento y con otros que he recitado en algún que otro evento literario. Mis dibujos, y poemas recitados por mí, son una nueva forma de acercar la poesía a los posibles lectores. Además los acompañaré de pequeños comentarios sobre su génesis, o de reseñas hechas por amigos. Espero que os guste esta primera entrega.

YA NO
Este poema nació tras la lectura de Idea Vilariño. Siempre he considerado que cuando un poeta o un poema se instalan en nuestra memoria, es porque se han instalado en nuestro corazón.
Desde la distancia de algo que ya pasó pero deja una huella, el poeta reconstruye y recrea su propia experiencia como algo nuevo, que toma vida propia a través de la palabra. El fin de la experiencia amorosa contemplado desde la distancia y la ternura es el eje vertebrador del poema. Las dos primeras estrofas forman una unidad temática y formal gracias al paralelismo sintáctico de sus primeros versos y a la afirmación repetitiva de lo que fue y ya no será. Las vivencias aparentemente cotidianas de cualquier historia de amor ( lugares de encuentro, llamadas de teléfono, paradas de autobús, portales, calles conocidas) configuran la despedida emocional de estas dos primeras estrofas. La tercera estrofa rompe el anterior «leit motiv» de la aceptación de esa pérdida inevitable, e introduce el concepto del recuerdo.Podemos dejar de amar a alguien pero nunca dejaremos de amar su recuerdo. El recuerdo se hace real a través de los sentidos corporales: el sabor, la voz, el tacto nos traen de nuevo ( como las magdalenas de Proust) la presencia casi corpórea de aquel lejano amor. Y así , el recuerdo , implicará en sí mismo la única forma posible de olvido.

Impunidad

Nada hay más desesperanzador para el que ha sufrido que la impunidad de los culpables. Tirar la piedra y esconder la mano. Saberse a salvo de toda condena, de toda evidencia. La impunidad afecta a muchos ámbitos: se da a gran escala cuando un estado abusa de su poder totalitario sobre los ciudadanos; se da a escala más pequeña cuando un grupo somete a otro por la fuerza amparado en leyes injustas, o en el miedo, o en la propia inoperancia del sistema legal; y se da también en la vida cotidiana, cuando, parapetados, hacemos daño de forma gratuita al intuir que la otra parte no podrá defenderse, o al sentirnos en peligro sin sopesar si el peligro era tal o estábamos en un error.
En mi vida y en mi historia familiar he sentido muchas veces el zarpazo de la impunidad, ese dolor seco que nos deja el saber que no se hará justicia, que todo pasará y será polvo, nada. Que no habrá de saberse la verdad porque no hay interés en descubrirla. Aprendí de los míos que debía actuar bajo la máxima de no hacer a los demás aquello que no quiero que me hagan a mí, y nunca orquestar el dolor ajeno, ni planear una venganza. Me quiero y me respeto demasiado como para caer tan bajo. Y además no creo en la venganza por muy literaria que resulte, sólo en la justicia y la reparación, en la recuperación de la dignidad y en el reconocimiento del sufrimiento injusto, venga de donde venga.
Por eso nadie me convencerá jamás de que ceje en mi empeño, porque mirando hacia atrás sin miedo, puedo caminar cada día con dignidad.
En Portbou hay una escultura sorprendente de Dani Karaban dedicada a Walter Benjamín, filósofo alemán de origen judío que moriría allí, dicen que suicidándose,mientras huía de la barbarie que asolaba Europa.En ella el escultor recoge las palabras del filósofo: “Es tarea más ardua honrar la memoria de los seres anónimos que la de las personas célebres. La construcción histórica está consagrada a la memoria de los que no tienen nombre”.
Como dice mi querido y admirado amigo Luis Spencer, «recoger las voces de tantos y tan ricas es un deber maravilloso y muy difícil». Porque sólo escuchando todas las voces y rescatándolas del olvido podremos construir un mundo más justo donde no tenga cabida la impunidad.

La página en blanco (II)

Estaba allí, delante de la página en blanco, sintiendo el vértigo de las posibilidades infinitas, entre las que también se encontraba la de no ser capaz de escribir nada… La pluma temblaba entre sus dedos, y las palabras pugnaban por salir a borbotones, sin «orden ni concierto», dispuestas a teñir la inmensidad de aquella hoja que se ofrecía para ser sembrada. Tuvo miedo, pudor, desconfianza, intentó renunciar… Pero ellas, las palabras, siguieron llegando desde todos los recónditos lugares de su corazón; desde todos los oscuros rincones de su memoria; desde los más lejanos huecos; desde las más olvidadas esquinas polvorientas de su imaginación. Y las dejó allí, cómodamente instaladas en aquella página en blanco que alguien leería algún día, o que , tal vez, amarillearía para siempre en un cajón. ¿Y es que acaso importaba? Escribir era vivir, respirar, crecer, encontrarse, reencontrarse, hundirse y volver a emerger. Leeremos, y en ese instante, la magia de la palabra lo envolverá todo. Nos ungiremos de palabras, nos abrazaremos a ellas y este estúpido mundo cobrará sentido por un momento. Después de todo, nos salvarán las palabras.

Marcos Ana

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Autobiografía
Mi pecado es terrible;
quise llenar de estrellas
el corazón del hombre.
Por eso aquí entre rejas,
en diecinueve inviernos
perdí mis primaveras.
Preso desde mi infancia
y a muerte mi condena,
mis ojos van secando
su luz contra las piedras.
Mas no hay sombra de arcángel
vengador en mis venas:
España es sólo el grito
de mi dolor que sueña.

Marcos Ana

Marcos Ana es un claro ejemplo de poeta autodidacta, y de superación humana en medio del dolor y la barbarie. A través de la poesía se salvó de la locura y la oscuridad de una vida y una voz amuralladas. Tras las rejas de las cárceles de Franco, hombres como mi abuelo o Marcos Ana, se aferraban a la palabra poética como fórmula de supervivencia y comunicación. No eran poetas consagrados ni intelectuales de prestigio, sólo víctimas de una represión cruel, programada por un estado totalitario, que orquestó una venganza contra todos aquellos que no levantaron el brazo de la victoria al paso de los nuevos generales. Eran hombres que amaban la poesía y la cultura, que creían en la fuerza de los versos, y habían depositado toda su esperanza en los árboles futuros, que crecerían fuera de las rejas y disfrutarían de la libertad robada.
La Universidad de Granada quiere proponerle como premio Príncipe de Asturias para que, por fin, la democracia española dé el paso que aún le falta, y reconozca y dignifique el sufrimiento de aquellos que, por mantenerse fieles a sus ideas, sufrieron primero la injusticia, y luego el olvido

Placeres cotidianos (II)

Mañanas de domingo. El olor a café y bollos recién hechos inundándolo todo. Un buen libro, flores recién abiertas, el calor de su cuerpo junto al tuyo, las risas compartidas, las hojas en el pelo… La luz de la mañana es un presagio breve de lo que nos espera.
Son las «pequeñas cosas», los «pequeños placeres»; esos que no son dignos de epopeyas, ni elegías, ni sinfonías, ni liras, ni sonetos. Son las huellas humildes de la vida, las sencillas recetas de lo cotidiano, que, en algunos momentos, nos acercan a la certeza de sabernos vivos, plenos, e incluso necesarios.

En torno a la poesía (I)

Para Bécquer el poeta tiene, nada más y nada menos, que la ardua tarea de dominar la técnica y el ingenio, y sólo domándolos habrá poesía.
La POESÍA, cuando transmite, llega al lector y lo emociona, o lo arrebata, o desordena su conciencia.
Todo acto comunicativo implica una finalidad, una intención: convencer, expresar sentimientos, transmitir una idea, apelar al lector, rogar, aseverar, negar, exhortar, pedir, rogar, insistir,incluso hacer apología o defender una ética o un valor universal como la justicia, la libertad, la utopía o la solidaridad. Si la forma adoptada ayuda a la intención previa, éste puede dar por conseguida su ya mencionada finalidad.
Todo poema, como tipología textual, como entramado o tejido de palabras con sentido propio y unitario, cerrado en sí mismo pero abierto a los demás, necesita cumplir una serie de propiedades como el ritmo, la cadencia y un uso especial de la lengua. Pero los recursos escogidos por el poeta para conseguir dar forma a su «honda palpitación del espíritu» son muy variados, y todos respetables y válidos. Así el estilo de cada autor vendrá dado, entre otras cosas, por la elección personal de esos recursos; el tratamiento del tema (irónico, emotivo, exaltado, distante…); el enfoque pragmático, que puede ir desde la primera persona propia, ajena o generalizada de un poema egóticoYo soy aquel que ayer no más decía«)pasando por el tú invocado , imposible o universal del poema apelativoTe recuerdo como eras en el último otoño«) hasta el uso de la tercera persona neutra para representar un cuadro, una estampa o una escena («Era una tarde destartalada y mustia«); y, por último,vendrá dado también por la selección de un vocabulario que lo caracterice y le permita dar forma a las ideas, sentimientos o percepciones que quiere comunicar a los que le leen.
El lenguaje poético, al igual que el musical o el pictórico, es fuertemente connotativo y sugerente, haciendo que el texto poético se mueva en el terreno de la subjetividad y dificultando su clasificación y su valoración objetiva. Aun así cumple una serie de propiedades que le distinguen de los demás textos, y que un lector motivado y capaz de dejarse llevar al mundo de la evocación puede comprobar. Entre ellas podemos destacar la potenciación de la expresividad y la emotividad, la aparición de «temas» o asuntos relacionados bien con la intimidad del poeta o con su visión particular de la realidad o la irrealidad que le rodea,una adecuación entre la forma y la intención poética y la existencia de cierta opacidad lingüistica que en nada tiene que , obligatoriamente, implicar dificultad, erudición o vacuidad, sino una redundancia y una polisemia que ayuden a potenciar su valor sugerente y evocador.
La riqueza y la variedad de estilos y formas poéticas, de tendencias de manifestaciones y de temas, tienen que ver con la necesidad de cada poeta de poner de manifiesto su mundo poético, su resultado, su búsqueda, sus obsesiones, sus intenciones…
Todo cabe en un verso, y si a mí como lectora me entusiasma Benedetti, y me emociono con Gamoneda, y aprendo de Ángel González, y me río con Quevedo, y lloró con Miguel Hernández, y me enaltezco con Alberti, y reflexiono con Machado, y me divierto con Huidobro, y me comprometo con Celaya, y me dejo llevar por Aleixandre, y vuelo con Juan Ramón, y desciendo con Vallejo, y tiemblo con Lorca, no es porque no tenga criterio, sino porque aplico el criterio de la diversidad y la empatía, y obtengo de cada uno lo que me ofrece y me puede aportar. Entrar en el juego de las descalificaciones le hace flaco favor a la poesía. Ella está por encima, vuela libre, es aire, tierra, fuego, armonía, caos… y nos susurra al oido, o nos grita, o nos increpa, porque puede permitirse el lujo de hacerlo.
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Este texto está basado (que no copiado íntegramente) en la ponencia que realicé en marzo en el Centro de formación de profesores de la Comunidad de Madrid, y cuyo título era El texto poético y la creatividad literaria en el aula.

La puerta (II)


«A todos los que, con sus risas y sus palabras, me han anclado al presente y a la certeza»

Llevaba mucho tiempo llamando a aquella puerta que nadie abría. Tanto, que ni siquiera se había percatado de que dentro no había luz, ni atisbo alguno de vida. Las ventanas permanecían cerradas y el polvo del olvido lo cubría todo. Se sentía huérfana, abandonada, perdida. Acurrucada en aquella puerta , empeñada en aferrarse a las ruinas de un pasado irrecuperable, se dejó envolver por la ceguera y , durante un tiempo, no fue capaz de ver que, frente a ella, una casa nueva, invadida por la luz, las risas y la vida, abría las ventanas para que ella mirase.
Por fin un día abrió los ojos. En medio de la espesa niebla que la envolvía, pudo vislumbrar una luz que se abría paso a duras penas para llegar a ella y acariciar su piel dormida. Consiguió acostumbrar sus ojos ciegos a aquella luz, y, poco a poco, fue dibujando los contornos de una puerta entreabierta por la que se colaba un resplandor dorado.
Se acercó lentamente y, a medida que se adentraba en el umbral, pudo sentir todo aquello a lo que, sin saberlo, había renunciado por su obcecación: la cálida presencia de las cosas presentes; el aliento tenue de la vida que late; el acogedor abrazo de la certeza.

Tiempos de penurias

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Alguien que me quería mucho me dijo una vez que, a los amigos de verdad, se les reconoce siempre en los tiempos de penurias. Pasan de puntillas, pero sentimos su aliento. No quieren perturbar nuestro silencio o nuestra reclusión, pero se empeñan en que sepamos que están ahí, que no nos dejarán por más que nos pongamos incluso insoportables… Cuando llega la pena de improviso y viste de luto nuestra sombra o esa imagen extraña del espejo, un amigo demuestra lo que vale. No juzga, no se incomoda, sólo abraza el dolor y se bebe las lágrimas.
Me gusta estar ahí si un corazón helado me requiere, si un ser humano extiende sus manos en busca de otras manos. Espero que mis manos tendidas encuentren otras manos dispuestas a lo mismo, más que nada por no perder la fe en aquello que siempre he defendido. Pero si no fuera así, si me quedara sola en una esquina y nadie me ayudara a sostener el peso de mi desolación, seguiría creyendo que mereció la pena creer; creer que aquello que uno ofrece se le devuelve un día, que los abrazos dados no caen en saco roto, que una sonrisa bella puede hacernos el día más hermoso…
En tiempos de penurias uno acaba sabiendo lo que acaso sabía, pero no deseaba ratificar. Decía Machado que es difícil estar a la altura de las circunstancias… pero mucho más difícil es aceptar que uno, sencillamente, no siempre consigue estarlo.
Gracias a todos los que me habéis acompañado, aun cuando no hubiera risas para compartir…