«Todo lo que es hermoso tiene su instante y pasa…» L. Cernuda
Leer a Cernuda es siempre un motivo de júbilo poético, una oportunidad para reafirmarnos en el poder transformador de la Poesía. Por muchas veces que nos hayamos acercado a sus versos, por mucho que algunos estén grabados en nuestra memoria, siempre queda un momento para el asombro. Así siguen sorprendiéndonos su dominio de la imagen onírica, su ruptura con los viejos moldes sin renunciar del todo a la mejor tradición, su conocimiento de los clásicos, los románticos, los vanguardistas. Con él descubrimos de nuevo la poesía pastoril, basada en diálogo ontológico del poeta con la naturaleza en un vano intento de superar la dualidad, la imposible dialéctica de los contrarios: realidad y deseo, arte y naturaleza, amor y muerte, memoria y olvido, libertad y prohibición, placer y sufrimiento. Todos ellos vertebran la poesía cernudiana dotándola de unidad dentro de sus distintas etapas.
Con él redescubrimos a Bécquer. Un Bécquer oscuro y enigmático, que se aleja de la visión edulcorada y fácil del poeta amoroso de la adolescencia.
Donde habite el olvido,
En los vastos jardines sin aurora;
Donde yo sólo sea
Memoria de una piedra sepultada entre ortigas
Sobre la cual el viento escapa a sus insomnios.
(…)
Donde penas y dichas no sean más que nombres,
Cielo y tierra nativos en torno de un recuerdo;
Donde al fin quede libre sin saberlo yo mismo,
Disuelto en niebla, ausencia,
Ausencia leve como carne de niño.
Allá, allá lejos;
Donde habite el olvido.
L. Cernuda
«Donde habite el olvido» nos recrea un poema de Bécquer ciertamente estremecedor y cuyos últimos versos rezan así:
«…en donde esté una piedra solitaria,
sin inscripción alguna,
donde habite el olvido,
allí estará mi tumba.»
Donde habite el olvido y Los placeres prohibidos llegaron a mí como un regalo. Una de esas lecturas que te despiertan los sentidos y cambian para siempre tu percepción del mundo y del amor: «No es el amor quien muere,/ somos nosotros mismos(…)».
Cuando uno tiene apenas veinte años y deja palpitar su corazón en el entorno hostil de los amores juveniles, éste ( protegido hasta entonces en el calor del hogar y la inocencia adolescente) no puede por menos que tiritar de frío. Y en esa helada estepa del desamor, las palabras de Cernuda nos cobijan, nos envuelven, nos abrazan. Y nos sentimos un poco menos solos, un poco menos heridos, un poco reconfortados en esa extraña suerte de regodeo que proporciona reconocernos en el dolor ajeno, e identificarnos plenamente con ese poema que parece escrito sólo para nosotros en ese preciso instante en que leemos …» si el hombre pudiera decir lo que ama,/ si el hombre pudiera levantar su amor por el cielo/ como una nube en luz».
En la lectura poética sólo estamos nosotros, los lectores. Reconociéndonos, reencontrándonos, volando alto para hundirnos después en las profundidades de nuestro propio infierno. Cuando leemos poesía no hay evasión posible, no hay ficción; sólo vida, belleza, misterio, conocimiento, risa, llanto, dolor, ira, rabia, deseo, nostalgia o armonía. En fin, todo lo humano cabe en un solo verso.
Cuando en días venideros, libre el hombre
del mundo primitivo a que hemos vuelto
de tiniebla y de horror, lleve el destino
tu mano hacia el volumen donde yazcan
olvidados mis versos, y lo abras,
yo sé que sentirás mi voz llegarte,
no de la letra vieja, mas del fondo
vivo en tu entraña, con un afán sin nombre
que tú dominarás. Escúchame y comprende.
En sus limbos mi alma quizá recuerde algo,
Y entonces en ti mismo mis sueños y deseos
Tendrán razón al fin, y habré vivido
Luis Cernuda, Como quien espera al alba
PD. Ver una presentación sobre la poesía del 27 que realicé hace unos años y con la que inauguré este blog.