La pequeña escritora lloró. Se había cansado de emborronar las hojas tristes de su cuaderno para que nadie las leyera. ¡Nunca más volvería a escribir! Era una decisión irrevocable, (o casi…). Así se lo anunció a su madre mientras ésta, que pelaba patatas en la cocina con aire distraído, asentía con gravedad fingida a sus preguntas. «Pero cariño,-le dijo suavemente– por mucho que te empeñes, tú nunca podras dejar de escribir». » ¿Y tú por qué lo sabes?»- preguntó la pequeña con tono retador. La madre la miró- con esa mirada que sólo saben poner las madres y que despeja todas nuestras posibles dudas y hace que se evaporen nuestros profundos miedos- y dijo con su voz de madre sabia: «Porque tú, pequeña mía, naciste con el don de la palabra.» » ¿Y eso es malo mamá?» » Bueno, como todos los dones tiene su parte buena y su parte mala. Lo que sí sé es que no puedes renunciar a él porque forma parte de lo que tú eres.»
Pasaron los años, y a pesar de que a veces le fallaron las fuerzas y quiso abandonar su vocación de escribir; a pesar de que durante largos períodos de tiempo atravesó desiertos de inactividad creadora y caminó sin rumbo por los páramos de la desilusión ; a pesar de que el silencio fue durante años la única respuesta; a pesar de que todo parecía ponerse en contra, ella siguió andando con sus manos vacías y su viejo cuaderno lleno de palabras.
Los vientos soplaron y agitaron con fuerza su nave hasta hacerla zozobrar. Gritó fuerte: « ¡Miradme! ¡Escuchadme! ¡Estoy aquí! ¿Es que nadie puede pararse un momento?»
Aprendió a no esperar nada de los rostros grises que poblaban el mundo; a no buscar el éxito, sino la satisfacción y la autenticidad; y a contestar siempre lo mismo, cuando aquellos que se empeñaban en ningunearla le preguntaban por qué seguía llenando incansablemente las gastadas hojas de su cuaderno : «Es que yo, tengo el don de la palabra…»
Sueña, rie, eres libre, no dejes nunca de hacer lo que te gusta …
«Â¡Dos alas!… ¿Quién tuviera dos alas para el vuelo?
Esta tarde, en la cumbre, casi las he tenido.
Desde aquà veo el mar, tan azul, tan dormido,
que si no fuera un mar, ¡Bien serÃa otro cielo!…
Cumbres, divinas cumbres, excelsos miradores…
¡Que pequeños los hombres! No llegan los rumores
de allá abajo, del cieno; ni el grito horripilante
con que aúlla el deseo, ni el clamor desbordante
de las malas pasiones… Lo rastrero no sube:
ésta cumbre es el reino del pájaro y la nube…
Aquà he visto una cosa muy dulce y extraña,
como es la de haber visto llorando una montaña…
el agua brota lenta, y en su remanso brilla la luz;
un ternerito viene, y luego se arrodilla
al borde del estanque, y al doblar la testuz,
por beber agua limpia, bebe agua y bebe luz…
Y luego se oye un ruido por lomas y floresta,
como si una tormenta rodara por la cuesta:
animales que vienen con una fiebre extraña
a beberse las lágrimas que llora la montaña.
Va llegando la noche. Ya no se mira el mar.
Y que asco y que tristeza comenzar a bajar…
(¡Quién tuviera dos alas, dos alas para un vuelo!
Esta tarde, en la cumbre, casi las he tenido,
con el loco deseo de haberlas extendido
¡Sobre aquél mar dormido que parecÃa un cielo!)
Un rÃo entre verdores se pierde a mis espaldas,
como un hilo de plata que enhebrara esmeraldas…»
Alfredo Espino
No lo haré. Es importante dejar que el agua fluya sin pensar demasiado dónde desembocará…
Intenta a dejar de escribir, es una buena manera de autentificarte… Ni vocación, ni necesidad, ni patrañas. Se es o no se es y punto… Es un acto de la conciencia, es un modo de tu conciencia…
De cualquier manera y para efectos d euna cura, intenta dejar de escribir… Mejor aún, deja de escribir… A ver qué nos trae ese experimento
Lo probé un largo periodo de tiempo. Fue extraño, creà que liberador, pero en realidad me perdÃ… Aprendà cosas, me empapé de experiencias cotidianas e incluso mediocres. Llegué a un punto sin retorno y todo brotó de nuevo: las palabras se me caÃan y tuve que dejarlas salir. Ahora estoy aquÃ. Mañana ya veremos.
Inténtalo de nuevo. Yo dejo de escribir todos los dÃas y salen cosas interesantes cuando me caigo desesperado sobre las páginas al dÃa siguiente. Me emociono escribiendo
Escribimos, vivimos, respiramos… ¿Podemos dejar de hacerlo? Seguramente.