Las fosas del olvido


flores-en-la-kuneta.jpg Ampliar.
Por Lorca, y por todos los hombres y mujeres anónimos que yacen en cunetas olvidadas.

Que el crimen de Lorca no se olvide; y que sirva de ejemplo y símbolo de todos aquellos que, como él, sufrieron la muerte y la represión (antes y después de aquella «cruzada» contra lo que muchos como él representaban). El impune asesinato de Lorca y su posterior abandono en una fosa común, el doloroso exilio y la muerte en tierras extrañas de Machado y el triste periplo por las cárceles franquistas de Miguel Hernández, de Buero Vallejo o de Victoriano Crémer, son símbolos esclarecedores de la suerte que corrieron los poetas y los intelectuales fieles a los ideales republicanos. Al igual que ellos, miles de hombres y mujeres anónimos tuvieron el mismo fin. Arrojar luz sobre lo que ocurrió, sobre quiénes fueron sus verdugos, sus delatores o sus «jueces», es el mejor homenaje que podemos hacerles. Lorca nos dejo su palabra hecha poesía , y su injusta muerte dejó para siempre
«una brisa triste por los olivos» que las generaciones venideras no deben olvidar.
Imagen: Flores en la cuneta. J. Kalvellido.
Texto: Marisa de la Peña

No estamos ( tan) solos….

Juan Kalvellido es, además de un artista íntegro (de esos que no se dejan comprar y que defienden su autenticidad a pesar de que corran malos tiempos y las lluvias amenacen tempestad), una de esas personas que se quedan en tu corazón. Por su humanidad, su ternura, su ironía demoledora, su compromiso social, su sensibilidad ante la injusticia y sus capacidad de supervivencia ante la adversidad, que últimamente ha sido mucha, le deseo que su genial idea del premio a nuestras cinco bitácoras preferidas, a nuestras cinco rincones en los que encontramos calidad artística, humanidad, sentimientos, belleza y refugio para los tiempos mediocres que corren…, tenga un gran éxito. Yo por mi parte se lo dedico a los cinco espacios que me permiten seguir aprendiendo y mejorando día a día, y que me abren nuevas ventanas para que entre la luz:
Las diosas y las nubes (por la poesía)
Relataria ( por las historias y los buenos libros)
Ojear no es hojear (por enseñarme la magia de las imágenes)
Diario de un tonto (por su autenticidad )
Kalvellido en la red ( porque es único en su especie… ).
Tal vez escribir sea una forma más de conjurar la soledad, de salvar los abismos, de salir del laberinto interior… Cuando alguien nos lee se asoma a la profunda sima de nuestro corazón, empatiza con nuestro dolor o nuestra alegría, reflexiona y se reconoce también a sí mismo. Incluso puede que no le guste nada lo que ha leído y se sienta decepcionado o aburrido. Pero saber que alguien, en algún rincón -lejano o cercano- recibe nuestras palabras como lluvia de primavera, brisa de verano, luz de otoño, o sol de invierno, nos hace sentirnos menos solos…
(A todos los que «andáis tras mis escritos«)

Palabras ocultas

«SFUMATTO»
Le dio toda la belleza
de su adolescencia arañada.
Creyeron que era amor.
¿Te amo? ¿Te amé? ¿Te amaba?
Y todo se borró…

Este poema forma parte de mi libro de poemas Miscelánea sentimental. en el que recojo muchas de las palabras que he ido enredando y tejiendo en este blog, en mi web y en cuadernos dormidos, olvidados y por fin rescatados.
«El que posee un talento puede ocultarlo, pero tarde o temprano sentirá la necesidad de sacarlo a la luz porque eso le hará feliz, le hará sentir pleno». Marta López escribió estas palabras en su blog El desván de los libros y yo se las he robado para intentar comprender por qué escribir me hace, sobre todo, inmensamente plena y feliz. Las palabras ocultas al fin verán la luz.

Abrazos

Ayer leí en las noticias que hay una mujer que anda por el mundo repartiendo sus abrazos a multitudes desesperadas, hambrientas de amor. Hombres, mujeres y niños, occidentales bien nutridos educados, guapos, y con sus necesidades más que cubiertas, mendigan desesperados el abrazo de una hija del hambre y la miseria, de una mujer pequeña y morena a la que llaman santa y en la que parecen estar buscando el rito perdido de la diosa madre.
Somos criaturas abandonadas en el mundo en busca de un abrazo cálido, de una palabra de amor. Creemos que haber alcanzado el bienestar material nos exime de toda búsqueda; pero embadurnados en el miedo y sumergidos en la soledad de una sociedad insolidaria y vertiginosa, acostumbrada al objetivo elemental y rápido, somos blanco fácil de la desesperación y la angustia.
Tal vez sólo un abrazo nos salve del abismo, el cobijo de un cuerpo que nos apriete fuerte en medio de la incertidumbre.
Abrazos, abrazos para los que están perdidos en su propio laberinto, para los que tienen frío, para los que sufren sus lutos y sus pérdidas, y, sobre todo, para los que han olvidado cómo abrazar…

Sueños

«Ella deambula por el mercado de sueños. Las vendedoras han desplegado sueños sobre grandes paños en el suelo(…)» E. Galeano

Ella siempre supo de qué material estaban hechos los sueños… Algunos eran de papel transparente, otros de fino cristal; algunos de humo, otros de plomo y piedra. Los había también de viento y hojas secas, o de tierra mojada. Sabía que, al despertar, dejaban distintos regustos en los labios: a miel, a sal, a lágrimas, a pan recién hecho, a naranjas amargas… Desde muy pequeña aprendió a distinguir sus sabores, sus texturas, sus olores. Aprendió también a descifrar sus mensajes secretos y a diferenciarlos de las ensoñaciones ( que llegaban estando despierto y te envolvían en nubes de algodón ).
Los sueños forman parte de lo que somos y ella recolectaba los suyos dispuesta a encontrarse y a reconocerse en ellos, y después escogía los más hermosos para proporcionárselos a todo aquel que los necesitara.
En el mercado todo el mundo esperaba su llegada. La vendedora de sueños creaba siempre gran expectación. Sus recipientes de colores y formas variadas atraían la vista de cuantos se acercaban por allí, y siempre había alguien que sucumbía a la tentación de asegurarse un bello sueño. Ella procuraba que siempre fuera aquel que más le convenía a cada uno, porque no había nada más decepcionante y desolador que soñar el sueño equivocado.

El silencio

El silencio es azul,
agua dormida en estanques del alma.

Si aprendes a escucharlo,
te enseñará verdades milenarias,
lugares olvidados y conocimientos antiguos.

El silencio nos habla
con el rumor del viento,
con la caricia repetida de las olas,
con el vuelo solitario del cóndor en la cumbre,
o con el torpe aleteo de las gaviotas.

Descifrar el silencio,
reconocerlo en medio de las palabras huecas,
escondido tras la sonrisa tímida
o la mirada esquiva.

El silencio nos inquieta y nos atrae,
alberga nuestros miedos
y adopta extrañas formas
en las galerías de nuestra imaginación.

No hay más voz que el silencio
cuando todo se aplaca,
y los dioses se sientan en el filo de la luna
para dejar que la brisa desordene sus cabelleras.

La espera.


Cada mañana se despertaba temprano para esperar la llegada de las palabras. Se apoyaba en el alféizar de la ventana y se disponía a recibirlas como ellas se merecían.
A veces llegaban muy pronto, volando bajo, y eran palabras amables y dulces, diminutivos de azúcar que se posaban en su pelo para hacerle reir.
Otras veces llegaban desde lo más alto y se precipitaban directamente hacia el rincón más vulnerable de su corazón. Aquellas palabras dejaban un regusto a metal y a sangre seca. Pesaban tanto que aplastaban su pecho, y tenía que hacer grandes esfuerzos para desprenderse de ellas y poder volver a respirar.
Pero algunas veces, por mucho que esperara, no venían las más anheladas: las que traspasaban su dolor como un bálsamo y erizaban su piel hasta hacerle sentir la médula; las que guardaba como un tesoro a buen recaudo para que nadie se las arrebatara; las que, con su belleza y su sonoridad, hacían brillar el sol en pleno invierno y despertaban las flores dormidas como si, con ellas, hubiera llegado la primavera…

Lugares comunes


Todos tenemos lugares comunes: sitios a los que volvemos, canciones que nos llevan a espacios lejanos, a tiempos pasados, a lazos perdidos… Libros, poemas, refranes, frases hechas, películas, anuncios, proclamas, consignas, cantantes, actores, pintores, poetas…
A veces tenemos la inmensa suerte de poder compartir nuestros lugares comunes con aquellos que caminan a nuestro lado. Y nos emocionamos, y nos brillan los ojos en ese sencillo gesto de compartir lo que nos unió una vez, aunque ni siquiera nos hubiéramos conocido todavía. Los lugares comunes nos conducen directamente a la nostalgia por el atajo de la melancolía, pero también nos hacen reir y nos reconfortan. Por ellos reconocemos a nuestros amigos, a nuestros compañeros de viaje, y del mismo modo, a través de ellos, nos reconocemos también a nosotros mismos.

Desafectos

No quiso ser,
y rompiendo los abrazos,
se nutrió de silencios.

Se alejó con el viento del sur
y se llevó sus manos
de alfarero sabio,
y la sonrisa cálida.

Y cayeron los pétalos del calendario…

Los poemas amarillearon
en cajones de olvido.

Ella fue feliz,
acaso el también…
Sembraron caricias
en cuerpos solitarios
y aprendieron a amar.

Pero algunas veces
él susurra su nombre,
y ella siente en sus manos,
aun estando muy lejos,
el latido tenue
de su corazón.

La memoria herida: «Reencuentro»


Se abrazaron y lloraron… Lloraron por todo el tiempo que habían permanecido separadas, por todo lo que las había mantenido unidas a pesar de la distancia, por todo lo que les habían arrebatado…
No se habían vuelto a ver desde aquel triste día del año 39. Era marzo y llovía. Sabían que todo estaba perdido, o al menos lo intuían. Pero apenas podían sospechar cuánto les quedaba aún por sufrir, cuánto dolor tendrían que soportar, cuánta desesperanza…
Para Julia el exilio, la soledad, el país extraño. Otra lengua, otras gentes, otro cielo… Caravanas de tristeza, campos de refugiados. Madres que lloran, niños que lloran, hombres que lloran – rabia, impotencia, locura. Y gritar, gritar, gritarle al mundo: “¡No, no, nosotros no! ¡No nos abandonéis! ¡No nos sacrifiquéis! ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué?…”
Para Aurora otra clase de exilio, el exilio interior. El silencio, el miedo. Las puertas cerradas, las ventanas cerradas, las bocas cerradas… Nunca mirar atrás, nunca mirar a nadie, que nadie te mire, que no te reconozcan, que no te delaten. Doblar la esquina, ¡El brazo en alto! ¡Franco! ¡Franco! ¡Franco! El “viva España”, el “oriamendi”, el “cara al sol”… Pero al final te encuentran, te arrastran por los pasillos, no puedes escaparte… Y luego los golpes, las celdas, el frío… “¿Qué será de mi niño? ¿Qué será de mi madre? ¿Qué será de nosotras?”
Y ahora, sesenta años después, han vuelto a reencontrarse. Los nietos se empeñaron, las buscaron, las “desamordazaron”, las “regresaron”, y aquí están todas. “Un homenaje tardío, pero necesario.” Eso habían dicho. “Tú fijate, ¡qué chicos estos! ¡Con tantas historias como les hemos contado…! Hablando y hablando tejimos nuestras vidas en el inmenso tapiz de su memoria…”¡Hay tanta gente! ¡Tantos rostros que un día se quedaron atrás, callados, detenidos en la sombra fugaz, en el gris sempiterno de una fotografía! “Rosita, ¡si eres tú! Soy Benigna, la “Beni”. ¿No te acuerdas?” …” ¿Qué fue de Conchita? ¿Y Suceso? ¿Y Amparo? ¿Qué sabéis de Teresa? ¿Y Lola? …Carmen murió… ¡qué pena!” Sonríen como muchachas, hablan, gritan, se abrazan. Parece que no hubieran pasado tantos años, tantas vicisitudes, tantas penas.
Entre la muchedumbre, los familiares, las autoridades, la prensa; entre tantas y tantas caras (nuevas, viejas, conocidas, reconocidas, algunas incluso “irreconocibles”), al fin se han reencontrado. “¡Aurora!”… “¡Julia!”.
Ahora están sólo ellas, el mundo se ha parado, el tiempo se ha parado. Marzo del 39, la lluvia, la tristeza. Y el mismo abrazo cálido, el ruido de los coches, las bombas, los disparos… Y su amistad sincera, su lealtad infinita. Incólume el afecto, inalterable, sobreviviendo al tiempo, al destino, a la infamia.
“Adiós”, te dije yo. “Adiós”, me contestaste. Hice amago de levantar el puño y tú me lo bajaste, y me abrazaste fuerte, y me besaste en ambas mejillas bebiéndote mis lágrimas. “Nos veremos muy pronto”, me dijiste. “Muy pronto”, repetí. Y luego te alejaste, y ya desde el camión, con gesto sonriente, me levantaste el puño. “¡Salud, compañera!”. “¡Cuídate mucho!” gritaba yo, corriendo calle abajo con los pies empapados, la chaqueta empapada, el rostro empapado… ¡el alma empapada!
Ven, abuela, vamos, que va a hablar el presidente de la organización”. Pero a ellas no les importa el presidente, ni las cámaras, ni nada. Ellas sólo quisieran recuperar los años perdidos, y regresar de nuevo a aquel aciago día. Y para ello necesitan seguir así, abrazadas, llorando lentamente todo el dolor guardado, todo el dolor dormido, todo el dolor callado. Y no decirse nada, porque no podían imaginar cuántas lágrimas había dentro de ellas, cuánto dolor guardaban todavía sus corazones heridos, qué sima tan profunda asomaba en sus ojos ya cansados…
“Nos veremos pronto”, dijo una. “Muy pronto”, repitió la otra. Y se montaron en coches diferentes, y pusieron rumbo a sus hogares, otra vez en distinta dirección. Sabían que era difícil que volvieran a verse (demasiados kilómetros, demasiados achaques), pero se sonrieron. Porque ellas, las mujeres del 36 como ahora las llamaban, habían perdido una guerra, pero no la esperanza, ni la dignidad, ni la memoria.