Yo escribí cinco versos: uno verde,
…otro era un pan redondo,
el tercero una casa levantándose,
el cuarto era un anillo,
el quinto verso era
corto como un relámpago
y al escribirlo
me dejó en la razón su quemadura.
Y bien, los hombres, las mujeres,
vinieron y tomaron
la sencilla materia,
brizna, viento, fulgor, barro, madera
y con tan poca cosa
construyeron
paredes, pisos, sueños,
En una línea de mi poesía
secaron ropa al viento.
Comieron mis palabras,
las guardaron
junto a la cabecera,
vivieron con un verso,
con la luz que salió de mi costado.
Entonces, llegó un crítico mudo
y otro lleno de lenguas,
y otros, otros llegaron
ciegos o llenos de ojos,
elegantes algunos
como claveles con zapatos rojos,
otros estrictamente
vestidos de cadáveres,
algunos partidarios
del rey y su elevada monarquía,
otros se habían
enredado en la frente
de Marx y pataleaban en su barba,
otros eran ingleses,
y entre todos se lanzaron
con dientes y cuchillos,
con diccionarios y
otras armas negras,
con citas respetables,
se lanzaron
a disputar mi pobre poesía
a las sencillas gentes
que la amaban:
y la hicieron embudos,
la enrollaron,
la sujetaron con cien alfileres,
la cubrieron con polvo de esqueleto,
la llenaron de tinta,
la escupieron con suave
benignidad de gatos,
la destinaron a envolver relojes,
la protegieron y la condenaron,
le arrimaron petróleo,
le dedicaron húmedos tratados,
la cocieron con leche,
le agregaron pequeñas piedrecitas,
fueron borrándole vocales,
fueron matándole
sílabas y suspiros,
la arrugaron e hicieron
un pequeño paquete
que destinaron cuidadosamente
a sus desvanes, a sus cementerios,
luego se retiraron uno a uno
enfurecidos hasta la locura.
Porque no fui bastante
popular para ellos
o impregnados de
dulce menosprecio
por mi ordinaria falta de tinieblas,
se retiraron todos y entonces,
otra vez, junto a mi poesía
volvieron a vivir
mujeres y hombres,
de hicieron fuego,
construyeron casas,
comieron pan,
se repartieron la luz
y en el amor unieron relámpago y anillo.
Y ahora, perdonadme, señores,
que interrumpa este cuento
que les estoy contando
y me vaya a vivir
para siempre
con la gente sencilla.
Pablo Neruda
—-
La autenticidad es lo que importa… escuchar la voz propia, la que nos diferencia, la que viene de dentro, la que nos reconforta y nos reconcilia con nosotros mismos. Por mucho que creamos no encajar, no tener éxito, no gustar, no estar de moda, no podemos, no debemos, traicionar nuestro propio estilo, esa perfecta conjunción entre lo que queremos expresar y la forma escogida para expresarlo. Siempre habrá quien nos critique, quien nos considere demasiado…o muy poco…o algo… pero no debemos dejar que eso nos afecte (aunque nos afecte, no debemos dejar que venza la duda, o el gusto personal de otro, por mucho que brille en el Parnaso). Siempre habrá quien juzgue, y quien pase de largo y quien desprecie. Pero también habrá alguien que reconozca nuestra voz en medio de otras voces, que disfrute, que paladee, que sienta, que asienta, que se identifique. Somos lo que somos, le pese a quien le pese , incluso aunque nos pese a nosotros mismos. No hay fama que merezca una renuncia tan amarga como la que supone renunciar a lo que consideramos nuestro. Nada hay en el boato, ni en las candilejas, ni las alfombras rojas, que merezca renunciar a los dos versos de Rubén Darío que resumen lo que, para mí, es en verdad la poesía: » (…)y siento como un eco del corazón del mundo/ que penetra y conmueve mi propio corazón».