El espejo roto

 

A veces me siento así, como un espejo roto. Intento recomponer los pedazos, y al intentar buscar mi rostro entre los fragmentos desiguales, el espejo me devuelve una suerte de retrato cubista que en nada se parece a mi verdadero rostro .
Viejos amigos, falsas esperanzas, expectativas huecas y efímeros abrazos, todo yace a mis pies como un espejo roto. Y ya no puedo recuperar, ni tan siquiera, las ganas de tener otro nuevo …
Aceptar, aceptarse, en esta sucesión de momentos posibles que es la vida. Tal vez sea la clave para sobrevivir a los naufragios, y a los fracasos, y a los intereses creados, y a las puertas cerradas, y a los largos silencios, y a las ganas terribles de tirar todas las toallas, y a los espejos rotos … (hechos añicos sobre el mármol frío).

Impaciencia

 

Nunca he sido una persona paciente. No me ha gustado sentarme a esperar que pase el cadáver de mi enemigo ( aunque estoy segura de que, el que lo hace, siempre lo acaba viendo), ni mucho menos esperar al "santo advenimiento". Si he querido algo he ido a por ello, a corazón abierto, con todas las entrañas necesarias; «a pecho descubierto» que diría mi madre, sin peto y sin espaldar, nadando incluso a contracorriente sin pararme a guardar la tan necesaria ropa.
Así que luego, más de una vez, me he quedado en la orilla, desnuda, desolada, vapuleada, y con una sensación de estúpida (con flor o con canción…) completamente comprensible. He sido impaciente, apasionada e impulsiva en todas las facetas de  mi vida: en el amor, en el trabajo, en el compromiso ideológico, en las decisiones familiares, en la amistad, en los proyectos creativos.  Que había que echar una mano, preparar un artículo, dar unas clases fuera de hora, irse de excursión a un lugar remoto, prestar unos apuntes, colgarse de una seductora sonrisa o de una enigmática mirada, defender una causa que ya estaba perdida de antemano, confiar ciegamente en un desconocido que me daba buenas vibraciones… que había que hacer cualquiera de estas «locuras» ahí estaba yo, dispuesta a confiar, a defender, a prestar, a abrazar, a compartir, a viajar, y a ilusionarme como una tonta eternamente adolescente. Y luego, sentada en las ruinas, a sentir que la vida no era esto tantas veces como fuera necesario.
Han pasado los años y, aunque  a veces me cubro las espaldas y llevo algo de ropa de repuesto, sigo siendo impaciente, apasionada e impulsiva. Sigo confiando,  prestando sin fianza, abrazando, y esperando («Penélope de eterna primavera») aquello que ya no ha de volver.

Tardes de otoño

 

Cada vez que leía aquellos versos volvía a tener de nuevo diecisiete. Hacía frío en los parques y “ojalá que la lluvia deje de ser milagro que baja por tu cuerpo“, y “he sentido en tu boca una alborada” y se deshojaba el árbol de la nostalgia, y “eras la boina gris y el corazón en calma” , cubriendo de hojas secas los húmedos recuerdos.
Cada vez que llegaba el otoño llegaban los besos dormidos y las palabras no dichas, y las carpetas mojadas y los largos silencios… La luz de octubre lo inundaba todo y doraba las tardes tiñéndolas de ámbar.
En sus ojos de otoño habitó la tristeza, la soledad, el olvido, el desamparo. La vida fue borrando su perfil, los rasgos de su rostro. Puso un temblor de invierno en sus manos de nieve y una curva dolorida en su espalda. Tiñó de desconsuelo el cobre de su pelo y se llevo la firmeza de aquella piel, que un día, sembraron de promesas amantes olvidados.
Pero a veces, en las tardes de otoño, la vida le regalaba primaveras, y enhebraba los rumores de un pasado imposible. Recordar en otoño era una concesión a la melancolía, un dejarse arrastrar a las profundas raíces, al vértice de la memoria, a las orillas de lo que pudo haber sido… Recordar en otoño era una puerta falsa a una felicidad de cartónpiedra y castillos de humo, a una mentira amable con sabor a ceniza y flores muertas.
En las tardes de otoño, hasta podía ser bella y apacible la tristeza…

Labordeta "in memoriam"

Quiero dedicar esta entrada a mis queridos escritores zaragozanos Luisa MiñanaFernando Sarría, Miguel Ángel Yusta y, muy especialmente, a Marta Navarro. Y a mi padre, que consiguió que sus canciones formaran parte de nuestras vidas y de nuestros recuerdos.
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(I)
Para muchos de nosotros, varias generaciones de españoles que nos consideramos «de izquierdas»( por muy denostado que esté el término, y muchos fantasmas que a algunos les despierte) Jose Antonio Labordeta ha sido y será mucho más que el cantautor comprometido, el presentador campechano, el escritor culto y profundo, el profesor querido y respetado, el político admirado por su honradez y su valentía… Ha sido un referente vital e ideológico, un valioso legado de palabras e ideales para construir un mundo mejor, más justo, más humano. Un hombre íntegro y fiel a sus ideas, un resistente de un tiempo que fue y nunca debió haber sido. Uno de esos hombres dignos y animosos, que protestó cuando era tan necesario hacerlo.
Leerlo y escucharlo  es un ejercicio de coherencia, una respuesta a muchas preguntas. Sus canciones son un lugar al que regresar, un refugio cálido y seguro cuando asaltan las dudas y la desesperanza. «No basta que callemos, y además no es posible», decía el poeta Luis Rosales. Labordeta lo sabía, y no calló. Nos dejó su voz  templada al viento, de nosotros depende que nunca muera.
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(II)

Me ha despertado un cielo gris, impío…
Y tu voz ha llegado de muy lejos,
de aquellos tiempos en que fuimos puros
y creímos que todo era posible.
Cuando por fin, después de un largo invierno,
volvía a resurgir la primavera.
Y soltamos al viento las canciones,
y abrimos las ventanas a la vida,
y al sol, y  a las promesas…
Y yo tomaba leche con galletas
al arrullo de versos necesarios:
Para la libertad, hoy galopamos,
salimos a las calles nuevamente,
y pedimos poesía,
poesía para el pobre,
poesía necesaria,
y pan bien repartido,
y aire que respirar.
Tu voz sigue sonando…
Y la escucho, junto a voces lejanas
que habitan mi memoria,
voces que ya no están,
y fueron mías.
Te has ido con septiembre,
con la luz de un verano rezagado
que no quiere ceder,
aun estando vencido.
Y los paisajes tristes
de esa España que fuimos
y tú nos enseñaste,
vuelven a mis recuerdos.
Y te sigo cantando…
para que pueda ser.

 

Afirmación

"Las personas que nos aman, son la compensación por las que nos detestan" F.Miralles

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Cuando ya nada busque y nada espere, lo habré encontrado todo.

Comprenderé el misterio de las cosas, del humilde guijarro y la estatua perfecta.

Descifraré el enigma que hace que el árbol yerga su tronco al cielo que le espera, indiferente; y que el gusano se esconda en la horadada tierra buscando su calor y su cobijo.

Afirmaré que hay sitio para todos, y sólo quien se acepta y se conforma, consigue ser feliz; que la vida consiste en algunos paisajes grabados en el alma para siempre, en los buenos amigos que deciden quedarse, y en tener quien nos quiera, tanto y tan sinceramente, que venga a despedirnos cuando llegue el final, y la tierra nos reciba en su regazo y sintamos su peso, para siempre…

Descubriendo a Manrique

Ved qué congoxa la mía…

Ved qué congoxa la mía,
ved qué quexa desigual
que m’aquexa,
que me cresce cada día
un mal, teniendo otro mal
que no me dexa.
No me dexa ni me mata,
ni me libra ni me suelta
ni m’olvida,
mas de tal guisa me tracta
que la muerte anda revuelta
con mi vida.
Jorge Manrique

Jorge Manrique es uno de esos poetas que nos acompaña desde nuestra primera lectura escolar; ésa en la que, con cierta torpeza, intentábamos comprender aquello de que la vida se nos va como un río, y que todos fluimos irremediablemente hacia el mar de la Muerte. Mientras procurábamos asumir nuestra caducidad, cosa harto difícil cuando se tienen quince años, los versos de Manrique, sonoros, graves, contenidos, se nos colaban por las junturas del alma y se hacían un hueco, y se acomodaban para siempre en nuestra memoria (”Nuestras vidas son los ríos/ que van a dar a la mar/ que es el morir…”).
El eco de aquellas coplas de pie quebrado, que aprendíamos por primera vez en un tiempo de juventud plena, en el que conjurábamos a la muerte con amores, canciones y saltos al vacío, se quedó allí alojado en el recuerdo y vuelve, sigue volviendo, cuando la muerte llama a nuestra puerta “tan callando”…
Pero el Manrique severo de la elegía no eclipsa al Manrique que maneja con maestría los temas y las formas de la lírica cancioneril. Y a pesar del formulismo inevitable, y de cierta impostura literaria que conlleva el cultivo de esta poesía, hay en él un sello de autenticidad, de verdad profunda que transciende el mero juego literario, la filigrana lingüística puesta al servicio del arte del buen trovar. Algo que nos emociona, nos inunda, produciéndose así la necesaria identificación con el poeta, mejor dicho, con el poema y con la voz poética que desde él nos habla y nos conmueve. Y no podemos sino detenernos un momento, y dejarnos llevar.
Y sentimos entonces esa misma congoja, esa queja desigual ese dolor de siempre, y de todos, y de nadie … Y la muerte y la vida, en eterno combate. En fin, nada más, nada menos, que poesía …

No estamos(tan) solos.

 

Tal vez escribir sea una forma más de conjurar la soledad, de salvar los abismos, de salir del laberinto interior… Cuando alguien nos lee se asoma a la profunda sima de nuestro corazón, empatiza con nuestro dolor, nuestra rabia o nuestra alegría, reflexiona y se reconoce también a sí mismo. Incluso puede que no le guste nada lo que ha leído y se sienta decepcionado o aburrido.No se puede gustar a todo el mundo, incluso me aventuraría a decir que no se debe… Pero saber que alguien, en algún rincón -lejano o cercano-, recibe nuestras palabras como lluvia de primavera, brisa de verano, luz de otoño, o sol de invierno, nos hace sentirnos menos solos.
(A todos los que “andáis tras mis escritos“)

Las voces y los ecos

 

A veces es difícil distinguir las voces de los ecos, pero, sin duda, hay que seguir intentándolo.
Cuanto más me muevo por la red más comprerndo esa necesidad y más la pongo en práctica. «A distinguir me paro las voces de los ecos» escribía don Antonio. La red es como la vida, está llena de túneles oscuros, de laberintos  insidiosos, de castillos inexpugnables, de cuevas nauseabundas, de clubs horteras, de veredas anchas y limpias, de callejuelas con encanto, y de rincones sucios y oscuros a los que uno quisiera no haber llegado nunca. En la red, como en la vida, nos abrazan y nos empujan, nos acarician y nos arañan, nos sonríen y nos escupen.Así que conviene saber quiénes son nuestros compañeros de viajes y escogerlos muy bien para que la experiencia merezca la pena. Y, como en la vida misma, yo busco a la buena gente que camina, que sabe beber vino donde hay vino y si no hay vino agua fresca, que disfruta de la palabra y no se mira el ombligo, que sabe cuán lejano está siempre el horizonte, y cómo, al final, a todos nos cubrirá la tierra y sólo quedará nuestro recuerdo en aquellos que nos aman.

Nosotros, que todo lo perdimos…

A todos los vencidos, los perdedores, los olvidados, los perseguidos sin tregua de la triste y oscura historia de mi patria. La historia de la intolerancia, el reparto de despojos y el silencio. A los judíos, los moriscos, los erasmistas, los ilustrados, los liberales, los republicanos. Todos los condenados por sus propios compatriotas a la conversión religiosa o ideológica, a la cárcel, a la muerte o al exilio. A todos los que, un día, dejaron una llave enterrada en la arena, para poder volver…

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Nosotros, que todo lo perdimos: la paz, la vida, el voto, la palabra.

Nosotros, desahuciados para siempre, olvidados, sepultados en la arena del tiempo.

Nosotros, los hijos bastardos de la madre patria, condenados a vivir en las cloacas, a escondernos en las catacumbas, con la lengua amputada para no poder gritar nuestro dolor.

Nosotros, expulsados para siempre del paraíso, obligados a marchar hacia otras tierras, a cantar canciones que no eran las nuestras, a venerar ídolos que no eran los nuestros, a hablar otras lenguas que no eran las nuestras.

Nosotros, que todo lo perdimos: el hogar, la patria, el futuro, la esperanza…

Ni perdón, ni justicia, ni reparación… Sólo olvido: olvido de tierra, de ruinas, de museo, de fosa, de piedra, de cárcel, de muro, de guadaña.

Nosotros que todo lo perdimos, no tuvimos nada más que la memoria, los recuerdos tejidos hilo a hilo, tapiz inacabado y doloroso legado a nuestros hijos, para que nuestros nombres no se borren del todo de una historia empeñada en no nombrarnos.

 

Dubitare humanum est

Tener dudas es humano, tener sueños, aunque sean racionalmente imposibles, también lo es.

Las dudas nos conducen a un desierto por el que no es sencillo caminar, en cambio los sueños nos elevan a un falso Nirvana, a un cielo inalcanzable e imposible donde, a veces, uno desearía quedarse para siempre.

La duda es más fuerte que los sueños y que la autoconfianza. Se viste con los harapos de nuestros miedos y nos paraliza, bebiéndose nuestro ánimo en tazas pequeñas y a sorbos decisivos. Se empeña en retenernos, en que no caminemos, en que no confiemos en nuestras posibilidades. Cuando la duda viene a visitarnos, nunca lo hace sola. A su lado trae compañeros de viaje como la decepción, el desengaño o la desidia. Y resulta muy dulce abandonarse, no hacer, dejarse llevar y que nada importe demasiado.

 No hay sitio  para los sueños en el yermo desierto de la duda, así que los dejo alejarse y me abandono …