El derecho a la memoria

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Foto familiar: mi abuela Carmen, mi tío Rafael y sus padres en el domicilio familiar. Año 1942.

Vivimos en un país donde tener memoria es síntoma de rencor, y donde pasar página y enterrar el pasado es la actitud general que se ha venido propiciando desde todos los ámbitos: político, social y familiar. A pesar de todo hay quien se niega a olvidar por diferentes motivos: por lealtad a la verdad histórica, por lealtad a sus familiares represaliados, por lealtad a los valores universales de justicia y reparación… Muchas pueden ser las razones que nos llevan a muchos ( hijos y nietos de republicanos, historiadores, escritores, intelectuales) a empeñarnos en rescatar la historia de una ignominia que duró nada menos que cuatro décadas. Las voces amuralladas durante aquella etapa nunca fueron escuchadas como realmente se merecían. Para ellos no hubo mausoleos, ni calles, ni estatuas. Como garantía de lo que ellos creían un futuro en paz y libertad para sus nietos, decidieron callar y no pedir justicia.
Les arrebataron el último de sus derechos: el derecho a la memoria.
Es por eso que yo creo firmemente en la necesidad de reivindicar ese derecho. Y lo haré , aunque nadie me escuche, aunque mi voz sea sólo la ceniza, aunque me quede sola gritando en un desierto , entre dunas de sal y de silencio. No callaré, no abandonaré mientras su recuerdo, su legado, su utopía, formen parte de mí. Nada espero, porque ellos, al final, ya nada esperaban. Aquí dejo mi voz,mis palabras de humo y piedra, y mi profundo amor, que es lo que , en el fondo, alimenta la memoria y el recuerdo de los que ya no están.
Dibujando la memoria

Un sencillo gesto

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Somos extrañas criaturas. A veces el cuerpo más frágil guarda un alma y una voluntad inquebrantables; y el armazón más fuerte, esconde un corazón, tan frágil, que se rompe fácilmente en cientos de pedazos irrecuperables.
Vivimos llenos de contradicciones irreconciliables, nos asaltan las dudas, aun creyendo estar plenamente seguros. A veces nos crecemos en el dolor y las penurias y , sin embargo, nos quedamos exhaustos tras un momento de felicidad, o de gloria…
Cada día es una victoria, un pequeño milagro que nos concede el tiempo. Pasamos por los días a una velocidad vertiginosa, no paramos, no escuchamos, no abrazamos, y , sobre todo, no damos las gracias. Agradecer supone reconocer al otro, hacerle ver que sabemos que está ahí y que valoramos sus gestos. Por eso no quiero dejar pasar ni un solo día más sin decir, a todos los que se lo merecen, gracias. A los que me alentasteis, a los que me acompañasteis en las penas y las glorias. A los que me habéis hecho saber que estáis ahí y que puedo contar con vosotros. A los que, desde el silencio, venís a leer a este rincón, y os marcháis de puntillas. A todos los que me habéis hecho confiar en el poder de la palabra, y en su capacidad de unir en la distancia con hilos invisibles de afecto y complicidad. A los que os fuisteis, a los que regresasteis, a los que nunca habéis fallado: os doy las gracias y os reconozco. Y ese sencillo gesto me hace sentir que, este noviembre, tal vez, sea menos frío…

Gratitud entre las hojas.

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Mertxe Carneiro ha escrito un artículo fabuloso, Leyendo a Robert Wasler en una cálida tarde de marzo que os invito a leer. No sólo porque me mencione con tanto afecto y que ello me haya conmovido hasta la médula, sino porque es magnífico, profundo, y de calidad. Os dejo con el fragmento en el que más me he emocionado. No es para menos,¿verdad?

«(..)Pero éste será el definitivo, el más doloroso porque cerrará de una manera inapelable ese tiempo de ternura, como así lo llama una gran poeta y buena amiga. Marisa Peña tiene el verso soñador y, a la vez, muy de carne y hueso. Domina la sintonía perfecta con los sentimientos ajenos, su yo poético siempre alcanza el epicentro emocional de sus lectores y lo acaricia con dedos leves, como de seda. Vengo leyéndola desde hace meses y en estos días me he topado con unos versos de su poema Decir adiós(1). Me han parecido tan oportunos, tan adecuados para
vertebrarse en los jaleos que me traigo conmigo misma…
Decir adiós a un tiempo de ternura
y enfrentarse a la vida
sin coraza,
sin refugio,
sin celo,
sin cobijo…

“Decir adiós a un tiempo de ternura”… Pocas veces he leído una frase que refleje mejor la circunstancia de perder a los padres. Marisa Peña ha sabido expresar con pasmosa claridad lo que significa. El tiempo de la ternura se acaba cuando los brazos de tus padres se han desvanecido y la niñez, nítido castillo que se ha mantenido incólume a través de las edades, empieza a derrumbarse. “Sin coraza… sin refugio… sin cobijo…”, la vida deviene una orfandad sin remedio. Estos versos me acompañan desde hace unos días, no puedo quitármelos de la cabeza y al mirar a mi aita, tan pequeño y frágil, niño bueno entre mis manos, me digo que se acerca el momento de la intemperie. Cuando eso ocurra, cuando ya nada me reúna con las cosas que me amaron, qué gélido será el mundo. Qué extraño será vivir sin que te guarden las espaldas. Se sucederán las primaveras, los rifirrafes intelectuales,Walser y Marisa Peña. Enviaré puntualmente mis artículos a esta revista, mi media lengua literaria dando la tabarra desde sus páginas y todo será aparentemente lo mismo, excepto que ya no
necesitaré las pequeñas verdades del amanecer, ¿qué harían en mis manos?, la herramienta es inútil cuando no existe la obra.»

1. Marisa Peña es madrileña y profesora de lengua y
literatura. Ha publicado: Antología: enredando versos; Rescatando
la memoria (II): La memoria herida y otros relatos
; Donde
nacen las nubes y otros relatos
; Versos enredados; Miscelánea
sentimental
, y muy recientemente Ropa tendida al viento. Sus
dos páginas en Internet, Los papeles de Claudia y Enredando
palabras
son una auténtica fuente de placer y conocimiento,
a las que acudimos un tumulto de almas en busca de calidad
y calor.
———-
Posdata para Mertxe: Gracias querida amiga, gracias por darle un sentido a lo que hago, ahora que tantas dudas me acosan. Perdóname por aprovecharme de tu artículo pero es de lo mejor que me ha pasado ultimamente y sólo conocía esta forma de agradecértelo. Esta y un café, virtual, entre tus hojas y mis papeles.

La soledad del «escritor de fondo»

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¿Vivir para escribir? ¿Vivir de la escritura? ¿Escribir para que sepan que existimos, para reafirmarnos en nuestra identidad? ¿Egolatría? Tal vez…Y una forma de conjurar nuestros demonios, de buscar la salida del laberinto, la solución del enigma.
Comunicación, reconocimiento, conquista, redención por la belleza, recreación del mundo a través del lenguaje, búsqueda y encuentro, playa para el naufragio, oasis en el desierto, superación, expresión, compromiso. Cada escritor esgrime sus razones. Pueden ser todas, algunas, o ninguna, de las que aquí yo apunto.
Escribir es siempre un acto de entrega, dialéctico o solipsista, pero entrega al fin y al cabo. En ese momento de introspección todo es posible, hasta la autocensura. Ser honesto es difícil, pero muy necesario. Huir de la afectación y la impostura, de la excesiva frialdad y el endiosamiento engolado y altanero. Ser auténticos, no venderse a la oferta y la demanda, no claudicar, no ofrecerse al mejor postor, no tener miedo de quedarnos solos. Porque es en la soledad donde nace la palabra, ese es su reino y su origen.
Quizá tengamos éxito, nos publiquen, nos lean, nos conozcan… Quizá nunca lo tengamos. Pero un día, al final, se apagarán las luces y sólo quedará lo que en verdad importa: la palabra. Ese diamante (más bruto o más pulido) que brillará en el centro de todas las ruinas, en medio de la soledad inabarcable a la que nos condena el paso de los años,el paso de las décadas, el paso de los siglos… Y así, en la palabra escrita, en nuestros textos, quedará lo que fuimos, aquello que dejamos. El latido, la voz y la memoria.

Camino de regreso

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Escribo como soy,
hablo de cuanto siento,
me doy en mis palabras,
y me ofrezco en mis versos.

Cuanto tengo os entrego.
No merezco laureles
ni menciones, ni premios.
Lo que valgo o no valgo,
sólo lo sabe el viento.

Y cuando mi voz duerma,
y se callen mis versos,
y enmudezcan mis letras
dando paso al silencio,
os espero a la orilla
de la arena del tiempo.
——

Tengo la sensación de llevar mucho tiempo, demasiado tal vez, esperando en la puerta equivocada, paseando por la plaza equivocada, esperando un autobús equivocado que me lleva a un lugar al que no pertenezco. Me he dejado tentar por los racimos de un fruto que no había de comer, he volado con alas de cera, frágiles frente al sol de la derrota, y ahora busco cobijo para mi ángel caído.
Quisiera vestirme de olvido y ser como la nieve. Pero hay en mi alma un fuego vivo que me confunde…Y yo sólo quiero ser frío, ser nieve, vestirme de olvido, enterrar las palabras, y callar esta voz que me quema por dentro.
Encontraré de nuevo el camino de losas amarillas que me lleve hasta casa, y buscaré cobijo entre las sábanas, y no miraré más a las estrellas que brillan imposibles y lejanas. Allí estarán los restos de lo que fui un día, mi lugar en el mundo, mi incólume esperanza y los brazos de aquellos que me aman, dispuestos a acogerme sin preguntarme nada.

Tarde de lluvia con César Vallejo (II)

Fue una tarde de lluvia del año 90. Decidí resguardarme del absurdo aguacero inesperado entre los cálidos estantes de una librería. Todavía quedaba algo de tiempo para que pasara de nuevo el autobús y decidí comprar uno de los libros que debíamos leer aquel último año.
Después de conseguir lo que andaba buscando, salí a la fría humedad de las aceras y me dispuse a esperar el autobús bajo una marquesina atestada de gente. Ante el previsible retraso y aprovechando la luz de la tarde que aún se resistía a abandonarnos, saqué mi libro nuevo dispuesta a disfrutar del olor inconfundible de las hojas en esa primera lectura. Siempre me ha gustado el olor, el tacto, la tibieza, de los libros recién comprados. Abrí la bolsa y leí: César Vallejo. Obra poética completa.Alianza tres . Era un libro verde que todavía me acompaña tras mis múltiples mudanzas, eso sí, con el lomo bastante deslucido… Leí el primer poema y nunca olvidaré el impacto emocional que me produjo:

LOS HERALDOS NEGROS

Hay golpes en la vida, tan fuertes… ¡Yo no sé!
Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos,
la resaca de todo lo sufrido
se empozara en el alma… ¡Yo no sé!

Son pocos; pero son… Abren zanjas oscuras
en el rostro más fiero y en el lomo más fuerte.
Serán tal vez los potros de bárbaros atilas;
o lo heraldos negros que nos manda la Muerte.

Son las caídas hondas de los Cristos del alma,
de alguna fe adorable que el Destino blasfema.
Esos golpes sangrientos son las crepitaciones
de algún pan que en la puerta del horno se nos quema.

Y el hombre… Pobre… pobre! Vuelve los ojos, como
cuando por sobre el hombro nos llama una palmada;
vuelve los ojos locos, y todo lo vivido
se empoza, como charco de culpa, en la mirada.

Hay golpes en la vida, tan fuertes… ¡Yo no sé!

La lluvia seguía cayendo, y yo allí con los heraldos negros, los mensajeros de la muerte, los golpes de la vida ( «tan fuertes…¡Yo no sé!»). Los autobuses pasaban y ninguno era el mío. Y yo allí, con ese Dios iracundo y silencioso, con ese hombre perdido con su dolor a cuestas, con mi dolor pugnando por hacerse algún hueco, con la culpa, la pena, los puntos suspensivos.
Una tarde de lluvia leí a César Vallejo. Tenía veintiún años y algún que otro sinsabor en mi maleta. Me empapé de su poesía existencial, desnuda, humana, que se iba volviendo tensa, abrupta, despojada, con un expresionismo que rozaba el absurdo (ese salto de la analogía a la ironía, que lleva del modernismo al vanguardismo) , y de allí un acercamiento al surrealismo para recuperar de nuevo el humanismo existencial , el compromiso social, y la utopía.
PIEDRA NEGRA SOBRE UNA PIEDRA BLANCA

Me moriré en París con aguacero,
un día del cual tengo ya el recuerdo.
Me moriré en París -y no me corro-
tal vez un jueves, como es hoy de otoño.

Jueves será, porque hoy, jueves, que proso
estos versos, los húmeros me he puesto
a la mala y,
jamas como hoy, me he vuelto,
con todo mi camino, a verme solo.

César Vallejo ha muerto, le pegaban
todos sin que él les haga nada;
le daban duro con un palo y duro

también con una soga; son testigos
los días jueves y los huesos húmeros,
la soledad, la lluvia, los caminos…

CÉSAR VALLEJO (Santiago de Chuco, 1892- París, 1938)

Y se murió en París, con aguacero, no sé si un jueves, no sé si llovería; sólo sé que yo le leí por primera vez en medio de la lluvia, y los que pudieron ver mis lágrimas se confundieron, y seguro pensaron que esa joven imprudente y distraída no se había resguardado lo suficiente de aquel aguacero otoñal… Y tendrían razón, porque todavía, a estas alturas de mi vida, no he aprendido a resguardarme ni del dolor, ni de la lluvia.
———-

He querido rescatar este texto para invitaros a que me contéis vuestra experiencia como lectores y la intrahistoria de alguno de esos libros que os marcó para siempre.Animaos, será para mí todo un placer. Espero vuestras palabras, espero la lluvia, espero…

Tardes de otoño

Las tardes del otoño
se esconden en los huecos del olvido.

Las tardes del otoño
se refugian en las rendijas de la melancolía.

Las tardes del otoño
saben que llueve a besos en los parques.

Las tardes del otoño
se resguardan del viento en los portales.

Las tardes del otoño
arrastran su nostalgia de hojas secas.

Las tardes del otoño
se engalanan, vestidas de tristeza.

Las tardes del otoño,
algunas veces,
nos regalan presagios y promesas.

Días de colegio

tlp708192.jpg¿Volverá con septiembre
la inocencia perdida,
el placer de dejar pasar los días,
la ilusión de forrar los libros nuevos,
el miedo a no encajar lo suficiente?

¿O serán sólo sombras
del niño que hemos sido,
ecos de un viejo canto de sirenas,
un estremecimiento pasajero
de lo que un día fue
el paraíso lejano de la infancia?

Septiembre siempre vuelve.
Nosotros – vagabundos,
errantes, pasajeros-
vamos envejeciendo
en un álbum gastado.

Y sempiternos niños
seremos un instante,
(por siempre detenidos) ,
en el gris ceniciento
de una foto escolar.

Los imprescindibles

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«Hay hombres que luchan un día y son buenos;
hay otros que luchan un año y son mejores;
hay quienes luchan muchos años y son muy buenos;
pero los hay que luchan toda la vida, esos son los imprescindibles…»

B. Bretch

Ellos, los que tanto amé, los que me educaron, los que apretaban mi mano fuerte cuando había que cruzar una calle, fueron de esos, de los imprescindibles. De los que, a pesar de los contratiempos y las penurias, no cayeron casi nunca en la desesperanza. De los que creyeron que la justicia era posible, pero, sobre todo, era necesaria, irrenunciable.
Podrían haberse rendido, haber engrosado las nutridas filas de los desencantados, de los cínicos o de los misántropos sin remedio. Razones no les habrían faltado… Podrían haberse dejado llevar por la corriente, no significarse, no rebelarse, no enfrentarse a los que tenían la sarten por el mango, esgrimiendo tan sólo su palabra.
Pero gracias a ellos, los imprescindibles, muchos de ellos anónimos para siempre en su grandeza, la historia avanza. No tienen miedo al fracaso y son humildes cuando les acompaña la victoria. No se regodean en sus éxitos porque, entre otras razones, casi nunca llegan a verlos. Porque a ellos, los imprescindibles, no les mueven el poder ni la gloria, ni tienen escondidos intereses personales. Son pocos, muy pocos, pero cambian las cosas, las empujan día a día para que sea posible su sueño visionario de un mundo mejor. Saben que nunca es fácil y que sembrar la semilla es lo importante, aunque sean otros los que paladeen el fruto.
Por eso me niego a que se les entierre dos veces. A que se ponga sobre ellos la lápida más triste y menos merecida: la lápida del olvido (triste, fría, injusta).
Cuando se acerca algún aniversario, en este caso el de la muerte de mi abuela, pienso en ellos, los traigo junto a mí, recuerdo sus palabras, su legado de dignidad y bonhomía, sus valores humanistas, sus sabios consejos para andar por la vida, sus pequeñas manías, sus pequeñeces , sus bobadas , sus despistes, sus torpezas, y ese dolor tan grande que nunca terminaron de comprender del todo y que es parte de nuestra historia, tan dolorosa, tan triste, tan infame…
Para ella, para los que venís hasta este rincón de palabras transcribo un texto de mi abuelo, Manuel de la Peña, que ilustra mi divagación. Por ellos, para ellos, los imprescindibles.

SOLILOQUIO
Amar a la humanidad, esa es tu enseña. ¿Por qué te asusta la soledad? ¿Es que ya no hay quien crea en tu amor? Cuando el dolor de los demás llama a tus puertas, angustiosamente, ¿por qué las abres de par en par? ¿por qué llamas a la piedad en su defensa?
Si cada vez que entablas tu gran pelea contra la mezquindad una voz interior te dice «¿por qué sigues?, no insistas, párate, no merece la pena…» Si «amaos entre vosotros» es la única ley sagrada que quisieras digna y eterna, y como tal la aceptas… ¿por qué sientes que todo es en vano, por qué sufres , por qué insistes, pobre loco soñador , en que amar a la humanidad sea tu enseña?
Si al final serán tan sólo la incomprensión y la ingratitud las que acusen recibo a tus ofrendas, ¿por qué sigues creyendo en ese amor?
Sí dile adiós para siempre a esa utopía, a esa ilusión de un mundo más humano, más libre…Olvida, hay que olvidar. Y si puedes recuerda que hubo un hombre que murió en una cruz, tan sólo por pedir paz en la tierra »
Madrid, 1956 (este borrador dio lugar más tarde a un poema que forma parte de Poemario a dos voces y que recibió el mismo título)