Mala gente que camina

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A veces, sin saber cómo, ni cuándo, ni por qué, aparece alguien en nuestra tranquila existencia; alguien que arremete contra nosotros con una fuerza tal, que arrasa nuestros cimientos, y sopla y sopla con toda su rabia hasta que consigue hacernos caer.
Con el paso del tiempo nos levantamos (porque no hay mal que cien años dure…), y aunque las heridas necesitan un periodo de cicatrización, todo vuelve a su cauce. Nunca terminamos de comprender qué pasó realmente, qué desató las siete plagas en el corazón desagradecido de quien, aprovechando un flanco desarmado, nos hunde su cuchillo con un placer que no alcanzamos a valorar.
Al principio no somos capaces de asumir la lección, de entender, de aprender… Pero poco a poco vamos comprendiendo. Por más que nos empeñemos hay personas que no nos quieren a su lado y punto; esgrimen su derecho a no formar parte de nuestras vidas y a que nosotros no formemos parte de las suyas, y hacen muy bien, faltaría más; lo malo es que cuando nos queremos dar cuenta el daño ya está hecho, ellos nos odian y utilizan todas sus armas para expulsarnos de su territorio (ese al que nos habíamos acercado atraídos por una falsa luz y una sincera admiración). Nos alejamos heridos, asombrados, aturdidos y desolados. Luego realizamos un camino de vuelta que se nos antoja hostil, y contemplamos los restos de la batalla sumidos en la desesperanza, mientras nuevas puertas y nuevos proyectos se empeñan en consolarnos y nos ayudan a olvidar.
La belleza, a veces, esconde púas y, por otra parte, todo es cuestión de empatía y algo de química, de magia incluso. Si no puede ser no puede ser, y la admiración que alguien nos produce en un determinado momento puede transformarse en desprecio o en desilusión, y es mejor no llegar a eso. El agua y el aceite pueden convivir, pero no es posible fusionarlos por más que uno se esfuerce en batir con energía desperdiciada. Lo único que se consigue es alterar el aceite y sus propiedades, y ensuciar el agua.
Aquel que nos ha hecho daño tiene su lugar en el mundo; la mala gente camina, pero ,desde luego, nosotros también.
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Hace ahora dos años estuve a punto de cerrar mis blogs y dejar de hacer una de las cosas que más me gratifican:escribir en esta que es mi casa, pero también la de todos los que venís a leer. Fue un momento de debilidad al que llegué por muchos motivos pero nunca olvidaré que la persona que lo instigó y lo propició tiene nombre y apellidos.Como nunca olvidaré que los que me animaron a seguir y me enseñaron a poner las cosas en su sitio también los tienen, y aquí siguen muchos de ellos. No me siento orgullosa de aquel momento de debilidad pero tampoco me avergüenzo de ello. Han pasado muchas cosas en estos dos años, y en los casi tres que llevo aquí, expuesta a la intemperie de la red. El balance es positivo, muy positivo…pero no quiero olvidar que hubo momentos duros, momentos de oscuridad y decepción, que me ayudaron a reforzarme en la idea de que, al final del camino, lo único que cuenta son los afectos, la alegría de los que nos aman y el recuerdo de los que tanto amamos, aunque ya no estén.

Oda a la crítica, de Pablo Neruda

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Yo escribí cinco versos: uno verde,
…otro era un pan redondo,
el tercero una casa levantándose,
el cuarto era un anillo,
el quinto verso era
corto como un relámpago
y al escribirlo
me dejó en la razón su quemadura.

Y bien, los hombres, las mujeres,
vinieron y tomaron
la sencilla materia,
brizna, viento, fulgor, barro, madera
y con tan poca cosa
construyeron
paredes, pisos, sueños,
En una línea de mi poesía
secaron ropa al viento.
Comieron mis palabras,
las guardaron
junto a la cabecera,
vivieron con un verso,
con la luz que salió de mi costado.

Entonces, llegó un crítico mudo
y otro lleno de lenguas,
y otros, otros llegaron
ciegos o llenos de ojos,
elegantes algunos
como claveles con zapatos rojos,
otros estrictamente
vestidos de cadáveres,
algunos partidarios
del rey y su elevada monarquía,
otros se habían
enredado en la frente
de Marx y pataleaban en su barba,
otros eran ingleses,
y entre todos se lanzaron
con dientes y cuchillos,
con diccionarios y
otras armas negras,
con citas respetables,
se lanzaron
a disputar mi pobre poesía
a las sencillas gentes
que la amaban:
y la hicieron embudos,
la enrollaron,
la sujetaron con cien alfileres,
la cubrieron con polvo de esqueleto,
la llenaron de tinta,
la escupieron con suave
benignidad de gatos,
la destinaron a envolver relojes,
la protegieron y la condenaron,
le arrimaron petróleo,
le dedicaron húmedos tratados,
la cocieron con leche,
le agregaron pequeñas piedrecitas,
fueron borrándole vocales,
fueron matándole
sílabas y suspiros,
la arrugaron e hicieron
un pequeño paquete
que destinaron cuidadosamente
a sus desvanes, a sus cementerios,
luego se retiraron uno a uno
enfurecidos hasta la locura.
Porque no fui bastante
popular para ellos
o impregnados de
dulce menosprecio
por mi ordinaria falta de tinieblas,
se retiraron todos y entonces,
otra vez, junto a mi poesía
volvieron a vivir
mujeres y hombres,
de hicieron fuego,
construyeron casas,
comieron pan,
se repartieron la luz
y en el amor unieron relámpago y anillo.
Y ahora, perdonadme, señores,
que interrumpa este cuento
que les estoy contando
y me vaya a vivir
para siempre
con la gente sencilla.

Pablo Neruda
—-
La autenticidad es lo que importa… escuchar la voz propia, la que nos diferencia, la que viene de dentro, la que nos reconforta y nos reconcilia con nosotros mismos. Por mucho que creamos no encajar, no tener éxito, no gustar, no estar de moda, no podemos, no debemos, traicionar nuestro propio estilo, esa perfecta conjunción entre lo que queremos expresar y la forma escogida para expresarlo. Siempre habrá quien nos critique, quien nos considere demasiado…o muy poco…o algo… pero no debemos dejar que eso nos afecte (aunque nos afecte, no debemos dejar que venza la duda, o el gusto personal de otro, por mucho que brille en el Parnaso). Siempre habrá quien juzgue, y quien pase de largo y quien desprecie. Pero también habrá alguien que reconozca nuestra voz en medio de otras voces, que disfrute, que paladee, que sienta, que asienta, que se identifique. Somos lo que somos, le pese a quien le pese , incluso aunque nos pese a nosotros mismos. No hay fama que merezca una renuncia tan amarga como la que supone renunciar a lo que consideramos nuestro. Nada hay en el boato, ni en las candilejas, ni las alfombras rojas, que merezca renunciar a los dos versos de Rubén Darío que resumen lo que, para mí, es en verdad la poesía: » (…)y siento como un eco del corazón del mundo/ que penetra y conmueve mi propio corazón».

Apuesto por la copla…

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Me gustan las coplas. Me gusta leerlas, escribirlas, recitarlas, dejarme envolver por el particular ritmo que impone el octosílabo, su musicalidad, su alma. Me gusta su sabor, su textura, los sentimientos y las sensaciones que me despiertan. Me gusta la copla machadiana, la lorquiana, la manriqueña. Me gustan vengan de donde vengan: del sur, del norte, de Andalucía o de Aragón.
Y, para demostrarlo, aquí os dejo con algunas de mis coplas.
Coplas en Los papeles de claudia
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Os aconsejo que os deis una vuelta por el blog Rincón de coplas del escritor aragonés Miguel Ángel Yusta, donde la copla (la de hoy, la de ayer, la de siempre…) es la protagonista.