Gratitud y transferencias.

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A veces los recuerdos me reclaman.
Vienen a mí, habitan mis silencios,
se empañan en estar, buscan su hueco,
y me llenan las manos de palabras.
(Marisa de la Peña)

Marisa de la Peña
Si existe el agua, la transparencia, la ausencia de color, la limpieza palpable en la retina es ella quien la sabe sujetar sobre un poema. Acordona como pocos cada una de las etéreas láminas de viento y agua que soportan con estoicismo la carga del origen de la vida. Una vez atado el haz de invisibilidades, es capaz de revestirlo con un aroma a heno becqueriano o con el perfume a bestia que el poeta aspiró junto a Orihuela. Ella sabe… sabe aclimatar y dar aliento a esa transparencia prodigiosa. Lo hace de puntillas, delicada, atraviesa sin querer cualquier garganta y se clava en la sien de tal manera que la estancia reflexiva del silencio es parada obligada tras sus versos.
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Laura Gómez Recas y Fran Picón me dedicaron estas palabras como presentación en el segundo recital de «TRANSFERENZIAS». Cuando algo así nos ocurre,cuando magníficos poetas, y lo que es mejor, magníficas personas, se refieren a una con palabras como estas, y cuando una sabe que nacen del afecto y la complicidad, no de la obligación ni del falso halago protocolario,entonces una( que no es de piedra) no puede por menos que sentirse feliz y a salvo. A salvo de las maledicencias, de las inquinas, de las falacias, de la prepotencia. A salvo, incluso, de mi propia vanidad.Gracias a todos los que hicistéis posible estos encuentros.Como muy bien dice Laura Gómez Recas «esto es lo que, seguramente, buscamos tanto. De nada sirven los reconocimientos, los libros, los premios, el nombre más o menos conocido… si no tenemos con quién compartirlo. Esta vez los versos han dado su verdadero fruto que no es otro que haber sido saboreados de verdad por los demás y haber conseguido unirnos en una noche tan especial.«.

Una primavera más…

Nací en un año impar,
en primavera,
en los últimos estertores
del franquismo.

Tuve una buena infancia,
aunque siempre habitaba en la tristeza.
Crecí entre libros, mimos de mi abuela
y solícitos cuidados paternales.

Pero no fui feliz.

No pude protegerme de la lluvia,
ni del primer zarpazo de un amor de domingo,
ni del oscuro perfume
que deja la inocencia abandonada.

Descubrí el egoísmo, la mentira,
la oquedad en el fondo de un abrazo,
la falsa risa resonando al fondo,
y el profundo dolor de un paso en falso.

No supe renunciar a la ternura,
ni huir a tiempo de las tempestades,
ni soportar callada la injusticia…

Y conocí el sabor del primer beso,
la profunda verdad de una caricia
la entrega sin reservas a la vida
y el «adiós para siempre» necesario.

He amado, he conocido, he fracasado,
bailé con la alegría y con la pena
un baile de frenéticas piruetas.
Y he probado los tragos más amargos
junto con el dulzor de una sonrisa.

Y desde aquí contemplo lo que queda
todavía por vivir,
por llorar,
y por llevar a cuestas.

Maria Luisa de la Peña , Ropa tendida al viento

Así soy, no me escondo, no le tengo miedo al espejo, me miro en él y me reconozco. Sé quién soy y quién está conmigo. Cumplir años es saberse vivo, y a pesar de los siempre necesarios sinsabores que nos ayudan a ser más humanos y más humildes, doy gracias a la vida, a la vida y a los que siempre estáis aquí…

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