Leopoldo de Luis

LA ROPA EN LA VENTANA

Como falsos ahorcados en el aire
sus cuerpos vacilantes y vacíos,
desnudos de nosotros, brazos, piernas,
cinturas, pechos, cuellos, suspendidos.

Pasa la luz de enero entre los blancos
fantasmas con su frío.
Deshabitadas formas desvividas,
huecos humanos ateridos.

Esa silueta con que juega el viento,
ese perfil he sido.
Tus manos compañeras lo han salvado
con su dolor de qué tristes residuos.

En el aire tal vez me reconozco,
un poco soy bandera al viento herido.
Jirón que se estremece mudamente,
por un cristal me miro.

Y no sé si es la ropa o es la vida
la que pende de un hilo.

Leopoldo de Luis.

Leopoldo de Luis (1918-2005) es uno de esos poetas de posguerra por el que los libros de texto y los estudios críticos pasan casi de puntillas, nombrándole siquiera, citando algún poema o algún verso, comentando su amor por las cosas cotidianas y su existencialismo. Hablar de los poetas de posguerra es hablar del dolor. Los poemas de esta generación del desastre y la infamia están llenos de desgarro, de pérdidas, de conmoción absoluta ante el horror vivido. Nos estremecen por su contenido y nos asoman a la profunda sima del «no saber a dónde vamos, ni de dónde venimos».
Siempre me emocionó el rescate que, poetas como L. de Luis, hacen de las cosas sencillas, de los objetos cotidianos y humildes que nos rodean cada día de nuestra pobre vida, en nuestra pobre casa… No son objetos a los que, por su belleza o su delicadeza o su particularidad única, se hayan acercado los grandes vates: un vaso, unas cuartillas, un cubo de basura, la ropa en el balcón. Pero no es el objeto, es lo que nos sugiere, lo que nos evoca. Esa ropa tendida deja de ser tarea cotidiana, para ser la metáfora del HOMBRE que se sabe mortal, abatido, caduco y fugitivo.
Todos los grandes tópicos («tempus fugit», «memento mori», «cotidie morimur») que se han ido forjando a golpe de palabra en la dilatada historia de la literatura universal,vienen a dar aquí, a este poema, exentos de solemnidad y de falsos ropajes. La poesía es la «palabra en el tiempo» , el diálogo interior del poeta con su conciencia y su consciencia, que se nos entrega a los lectores como un pequeño misterio, un arcano que espera a que cada uno de nosotros, en nuestro íntimo acto de lectura, descifremos su enigma sepultado.

Dudas

Cuando me asaltan las necesarias dudas o vienen a visitarme las incertidumbres, junto con los quizás, los para qué y los nunca más; cuando se alojan sin pedir permiso los titubeos, las indecisiones, las vacilaciones, los reparos, los recelos, las reticencias y la siempre «malvenida» desconfianza, entonces, sólo entonces, acude en mi ayuda el Decálogo más uno para escritores principiantes de J. C. Onetti.

I
No busquen ser originales. El ser distinto es inevitable cuando uno no se preocupa de serlo.

II
No intenten deslumbrar al burgués. Ya no resulta. Éste sólo se asusta cuando le amenazan el bolsillo.

III
No traten de complicar al lector, ni buscar ni reclamar su ayuda.

IV
No escriban jamás pensando en la crítica, en los amigos o parientes, en la dulce novia o esposa.
Ni siquiera en el lector hipotético.

V
No sacrifiquen la sinceridad literaria a nada. Ni a la política ni al triunfo. Escriban siempre
para ese otro, silencioso e implacable, que llevamos dentro y no es posible engañar.

VI
No sigan modas, abjuren del maestro sagrado antes del tercer canto del gallo.

VII
No se limiten a leer los libros ya consagrados. Proust y Joyce fueron despreciados cuando
asomaron la nariz, hoy son genios.

VIII
No olviden la frase, justamente famosa: dos más dos son cuatro; pero ¿y si fueran cinco?

IX
No desdeñen temas con extraña narrativa, cualquiera sea su origen. Roben si es necesario.

X
Mientan siempre.

XI
No olviden que Hemingway escribió: «Incluso di lecturas de los trozos ya listos de mi novela,
que viene a ser lo más bajo en que un escritor puede caer.»


JUAN CARLOS ONETTI Uruguay, 1909 – 1994

Luego, una vez leído y releído, dejo pasar la angustia de saberme pequeña en este mar de letras; y sigo nadando, sin miedo a ser devorada por los peces más grandes, o ninguneada por los más soberbios. Simplemente nado y me siento feliz.

La desmemoria

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Foto familiar: mi abuela Carmen, mi tío Rafael y sus padres en el domicilio familiar. Año 1942.

Vivimos en un país donde tener memoria es síntoma de rencor, y donde pasar página y enterrar el pasado es la actitud general que se ha venido propiciando desde todos los ámbitos: político, social y familiar. A pesar de todo hay quien se niega a olvidar por diferentes motivos: por lealtad a la verdad histórica, por lealtad a sus familiares represaliados, por lealtad a los valores universales de justicia y reparación… Muchas pueden ser las razones que nos llevan a muchos ( hijos y nietos de republicanos, historiadores, escritores, intelectuales) a empeñarnos en rescatar la historia de una ignominia que duró nada menos que cuatro décadas. Las voces amuralladas durante aquella etapa nunca fueron escuchadas como realmente se merecían. Para ellos no hubo mausoleos, ni calles, ni estatuas. Como garantía de lo que ellos creían un futuro en paz y libertad para sus nietos decidieron callar y no pedir justicia. Yo vi llorar a los míos muchas veces lágrimas de impotencia y de amargura.
Transmitir su dolor y su sacrificio se convirtió para mí en un objetivo prioritario. Contaría su historia tal y como ellos me la habían transmitido, como un secreto legado de compromiso con la legalidad republicana y con los valores antifascistas.
Cuando vemos en las películas extranjeras cómo los partisanos o la resistencia francesa plantan cara al fascismo europeo y mueren por negarse a aceptar una cruz gamada o a realizar el saludo hitleriano, todos temblamos de emoción y nos identificamos con su valentía. Aquí, muy cerca de nosotros, viven todavía ( algunos ya muy cerca del final de sus días) personas anónimas que hicieron lo mismo y penaron por ello en las prisiones franquistas. Negarse a cantar el «cara al sol», a subir el brazo al paso de las juventudes falangistas, a gritar vivas al dictador, o tener libros de escritores «prohibidos», era motivo suficiente para visitar las cloacas del nuevo régimen.
Ahora se estrena de nuevo una película que recuerda aquellos años terribles, aquella «larga noche de piedra». Los girasoles ciegos traerá de nuevo a los cines una historia ficticia cargada de verdad.
Yo, desde mi pequeña ventana al exterior, seguiré dejando testimonio siempre que me sea posible, cumpliendo así la promesa que le hice a mi abuela: que aquel horror no caería en el olvido para que nunca volviera a repetirse.

Idea Vilariño

ESO

Mi cansancio
mi angustia
mi alegría
mi pavor
mi humildad
mis noches todas
mi nostalgia del año
mil novecientos treinta
mi sentido común
mi rebeldía.

Mi desdén
mi crueldad y mi congoja
mi abandono
mi llanto
mi agonía
mi herencia irrenunciable y dolorosa
mi sufrimiento
en fin
mi pobre vida.

Idea Vilariño

He empezado a leer a Idea Vilariño. Ya no puedo parar. Busco sus poemas como agua, como aire, como alimento. Me siento unida a ella con un hilo invisible de palabras. Formo parte de un grito, de un dolor, de un desgarro. Toman forma del barro sus palabras rotundas. Me acurruco entre sus versos y siento que llegué. Me reconozco, al fin, entre los restos del naufragio.Y junto a otros que, como yo, han llegado hasta allí (supervivientes de su propia desolación), me siento a contemplar tanta belleza, sin miedo a sucumbir a su legado.

Voces amigas

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Hoy quisiera dar voz a todos aquellos que, con mayor o menor asiduidad, pasáis por este rincón literario. Me gustaría realizar una sección en la que todos reflexionemos sobre aquellos libros o autores que marcaron momentos importantes de nuestra educación sentimental. Poetas, novelistas, historiadores, filósofos… Una pequeña reseña personal, sin intención de exhaustivo estudio filológico. Si os apetece participar en esta aventura (lo cual me llenaría de alegría y «secreto» orgullo) sólo tenéis que enviar vuestras reseñas a la dirección de correo enredandopalabras@yahoo.es. La sección permanecerá abierta siempre, así que podéis mandar todas las reseñas que queráis hasta un máximo de veinte. Espero que recojáis el testigo y no dejéis que la iniciativa caiga en el olvido. Aguardo con impaciencia vuestras palabras para poder enredarlas en esta bitácora, porque sin voces amigas estamos condenados a la soledad.

Enredando versos

Antes de tomarme unos días de descanso, rodeada de maletas, sofocos estivales, niños en pie de guerra y cierta angustia provocada por el caos de los preparativos en familia , he decidido subir en formato virtual una selección de los versos que he ido enredando en este blog.
No hay en ello más intención que la de compartir mis palabras con aquellos que siempre confiaron en mí y con los que, en diferentes momentos , han apoyado mis proyectos.
Desde que tuve uso de razón ( y eso que soy bastante irracional) he amado la Poesía. Los versos de los grandes poetas ( Machado, Miguel Hernández, Lorca, Quevedo, Lope, Neruda, Vallejo, Salinas, J. R. Jiménez, León Felipe, Angel González…) de los encumbrados y de otros más humildes, han ido configurando mi educación sentimental. Por mi trabajo leo mucha poesía, pero procuro no sólo diseccionarla, sino sentirla y transmitirla como catalizador y canal de las emociones humanas. Intento que mis alumnos se acerquen a la poesía como a un tesoro de sentimientos que palpitan, como a una revelación del enigma final, como a una sibila que les desvelará el porvenir, como a un maestro sabio que guarda el conocimiento y el nombre exacto de todas las cosas, y sobre todo les pido que busquen en ella lo que esconde su propio corazón aletargado.
Toda lectura poética es única en sí misma. Nadie experimenta las mismas sensaciones ante los mismos versos. Cada uno construye su propia versión del poema leído y lo aplica a sus propias vivencias y a su particular sensibilidad. La poesía, como la música, nos transporta a lugares imposibles, a sensaciones sinestésicas, a rincones de nosotros mismos que nunca antes habíamos transitado.
Encontrar el verso perfecto, la palabra precisa, la metáfora sublime, es un don de los dioses que no a todos nos es concedido. Conseguir conmover, mover al otro hasta nuestra propia búsqueda interior para que se conozca un poco más a sí mismo; hacer que alguien haga suyo un verso o un poema y lo lleve con él, prendido en su memoria para siempre, es un privilegio.
Yo a nada grandioso aspiro, tan sólo a ser digna de los que me enseñaron el verdadero valor de la Poesía, y a transmitirlo a los que a mí me toca, en esta eterna cadena de dar y recibir.

Flores

Mi abuela que, como casi todas las abuelas, era una mujer muy sabia, me dijo una vez que todas las flores tienen su razón de existir; que su belleza está siempre ahí, esperando que alguien la descubra, y considere que es la flor adecuada para hacerle feliz en ese preciso instante. No podemos agradar a todos. Debemos crecer como la flor que somos, y dejar que nuestros colores pinten el viento aunque no sean los más brillantes, ni los más armoniosos, ni los más bellos.
«No hay nada más triste en esta vida que ser una margarita y empeñarse en querer ser una rosa» Yo siempre me reía cuando lo decía, mirándome por encima de la montura de sus gafas. Y me imaginaba a mí misma disfrazada de margarita, perdiendo los pétalos por el camino mientras perseguía a una hermosa rosa blanca que me contemplaba, distante y altanera, sabiendo bien que yo nunca sería como ella…
Los años han pasado, y en la tumba de mi abuela siempre hay tímidas florecillas silvestres que crecen por doquier sin miedo, ni reparo, ni recato. ¡Y me parecen tan hermosas en su sencillez, en su aparente «desaliño indumentario»!
Ahora que ella ya no está, por fin he comprendido que cada flor es hermosa por lo que ofrece, no por lo que otros quieran encontrar en ella. Y me acerco a las más bellas. Y me embeleso. Y me dejo embriagar por su aroma dulce y penetrante y por la armonía imposible de sus formas. Y les doy las gracias por ser tan perfectas y permitirme, por un momento, rozar también la perfección.
Pero luego, me acerco a las más pequeñas y humildes. A las que, con sus pétalos mustios o sus hojas desiguales, adornan mi balcón cuando ya nada espero. Las saludo en los parques, y en los caminos, y en las esquinas tristes donde se empeñan en arraigar aunque nadie las vea.
Y les doy las gracias; porque me recuerdan a mi abuela, y desempolvan en el desván de mis recuerdos, su imborrable lección de autenticidad.

A todos los que, en algún momento de su vida, vieron en mí algo digno de ser admirado, querido, respetado. A los que se acercaron a mí y me dejaron su belleza para que yo la admirara y aprendiera de ella. A todos los que estuvieron, los que están, los que estarán un día… GRACIAS por pararse a contemplar mis pequeñas flores y hacerlas sentirse, por un instante, dignas del más bello jardín.

Miro a mi alrededor:
sólo flores muertas flotando en el barro.
Teléfonos mudos, buzones vacíos, silencios de humo…

No hay palabras, ni amores, ni amigos…
Nada llena el vacío insondable, profundo,inescrutable
de mi corazón deshabitado.

Grito, chillo, aúllo
en la noche insomne de mis pesadillas.
Pido
lo que no me puede ser dado.
Busco
donde no puede ser hallado.

No encuentro la paz de los remansos,
y sólo las aguas turbulentas
me saludan,
cuando paso junto a ellas,
huyendo de los desiertos calcinados.