Mi abuela que, como casi todas las abuelas, era una mujer muy sabia, me dijo una vez que todas las flores tienen su razón de existir; que su belleza está siempre ahí, esperando que alguien la descubra, y considere que es la flor adecuada para hacerle feliz en ese preciso instante. No podemos agradar a todos. Debemos crecer como la flor que somos, y dejar que nuestros colores pinten el viento aunque no sean los más brillantes, ni los más armoniosos, ni los más bellos.
«No hay nada más triste en esta vida que ser una margarita y empeñarse en querer ser una rosa» Yo siempre me reía cuando lo decía, mirándome por encima de la montura de sus gafas. Y me imaginaba a mí misma disfrazada de margarita, perdiendo los pétalos por el camino mientras perseguía a una hermosa rosa blanca que me contemplaba, distante y altanera, sabiendo bien que yo nunca sería como ella…
Los años han pasado, y en la tumba de mi abuela siempre hay tímidas florecillas silvestres que crecen por doquier sin miedo, ni reparo, ni recato. ¡Y me parecen tan hermosas en su sencillez, en su aparente «desaliño indumentario»!
Ahora que ella ya no está, por fin he comprendido que cada flor es hermosa por lo que ofrece, no por lo que otros quieran encontrar en ella. Y me acerco a las más bellas. Y me embeleso. Y me dejo embriagar por su aroma dulce y penetrante y por la armonía imposible de sus formas. Y les doy las gracias por ser tan perfectas y permitirme, por un momento, rozar también la perfección.
Pero luego, me acerco a las más pequeñas y humildes. A las que, con sus pétalos mustios o sus hojas desiguales, adornan mi balcón cuando ya nada espero. Las saludo en los parques, y en los caminos, y en las esquinas tristes donde se empeñan en arraigar aunque nadie las vea.
Y les doy las gracias; porque me recuerdan a mi abuela, y desempolvan en el desván de mis recuerdos, su imborrable lección de autenticidad.
A todos los que, en algún momento de su vida, vieron en mí algo digno de ser admirado, querido, respetado. A los que se acercaron a mí y me dejaron su belleza para que yo la admirara y aprendiera de ella. A todos los que estuvieron, los que están, los que estarán un día… GRACIAS por pararse a contemplar mis pequeñas flores y hacerlas sentirse, por un instante, dignas del más bello jardín.
Marisa eres genial tanto como profe o como persona, pues siempre intentas dar lo mejor de ti y eso es algo digno de ser admirado. Muchas gracias por todo, gente como tu es dificil de encontrar.
PD: El otro dÃa me acorde de ti, fui a un homenaje por «Las trece rosas», en el cementerio de la Almudena.
Gracias por tus palabras querida Verónica. Tú hassabido ver todo eso en mÃ, lo cual me llena de satisfacción. Un abrazo.
Lo bueno es cuando a veces eres una rosa, otras una margarita, y muchas veces un ramillete de flores multicolores. Si uno se siente rosa, no hay nada malo. Lo malo es no sentir, ni desear, y quedarse con las ganas, y llenarse de envidia por los colores de las demás. Y hay quien nunca te verá como rosa, porque sólo le gustan las rosas, y desprecia la variedad, lo diferente. Sigue siendo tú y todas tus flores.
Hay momentos en que me siento una flor algo mustia pero luego renazco y me lleno de luz. Gracias por tus palabras que siempre riegan mi pequeño espacio para que puedan seguir creciendo las flores…