Un nuevo año

Acaba un nuevo año, un ciclo se termina. El invierno se instala definitivamente, se engalana de fiesta pero no es suficiente. Las cosas que perdimos son irrecuperables, los recuerdos se empeñan en invadirlo todo aunque nos resistamos. Nos engullen las prisas, los compromisos, las luces de neón, los olores penetrantes, los sabores imposibles… Os dejo mi reflexión en forma de montaje audiovisual, y os lo dedico a todos los que me habéis acompañado, incluso a los que me han abandonado, en este año que toca a su fin.
Espero que este nuevo año me permita seguir enredando palabras con vosotros, y que vuestras voces amigas ( las más antiguas y las más recientes, pero no menos necesarias) sigan ahí.

PD. Volved al principio de la entrada, poned los altavoces y dad al botón de inicio. Espero que os guste. La presentación es antigua pero refleja a la perfección todo lo que quiero expresar.

El derecho a la Navidad…

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Hoy quiero reivindicar el derecho de las personas que nos consideramos de izquierdas a disfrutar y celebrar las fiestas de la Navidad, porque forman parte de nuestros recuerdos de la infancia, porque son parte de nuestro patrimonio histórico y porque tienen mucho más de evento costumbrista, familiar y humano que de celebración puramente religiosa (aunque también lo sea y haya quien, cargado de razón, celebre el nacimiento de su dios). A mí me gusta sacar los adornos que hemos ido recopilando año tras años y el belén que heredé de mis padres; oler a turrón y roscón en las pastelerías; contemplar las luces y los escaparates; reunir a los míos alrededor de una mesa puesta con amor y buen gusto para charlar y disfrutar, y recordar a los que ya no están, y hacerlos presentes. Y no lo considero una traición a mis ideas ni considero que sea claudicar al consumismo. Celebrar la Navidad, con todo mi respeto a los cristianos creyentes de verdad, no es sólo un rito religioso, es una necesidad ( tal vez contradictoria) de despedir un año, de recibir al invierno desde la reflexión y la belleza. Cualquier ser humano puede dejarse seducir por ese calorcillo dulce y suave que produce la nostalgia. Este es un tiempo de ternura y nostalgia que no le pertenece a nadie y nos pertenece a todos. Porque recibir y ser recibido, acoger y ser acogido, perdonar y ser perdonado, va más allá de creer o no en un dios determinado, o profesar una religión determinada, o defender un modelo político y económico determinado.
Así que, aceptando mis profundas contradicciones, yo celebro estas fiestas con ilusión infantil, y procuro, que la hipocresía, el consumismo salvaje y la caridad mal entendida se queden fuera de mi navidad. Porque todos tenemos derecho a ser felices como nos venga en gana, y así me lo transmitieron los míos que, siendo reconocidos militantes antifranquistas pertenecientes al movimiento libertario en la clandestinidad, siguieron celebrando su navidad y defendiendo su derecho a ser felices, a pesar de todo… Por ellos, ( aunque ya no con ellos) FELIZ NAVIDAD.

La paz y la palabra…

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Para este nuevo año pido sólo la Paz y la Palabra. Y reivindico el derecho de todos a decir lo que pensamos, a creer en utopías imposibles, a ser filántropos pueriles, o misántropos declarados. A ser amables, aún a riesgo de ser pesados… A reír, a llorar, a hacer incluso el ridículo. A equivocarnos, a pedir perdón, a ser perdonados, y a perdonar, si hace falta (porque ninguna afrenta es en el fondo tan importante, sólo la muerte no tiene solución y, cuando venga, “tendrá tus ojos”).
Reivindico el derecho de todos los seres humanos a ser tratados como tales, y no como ganado, o como basura, o como medio para conseguir un fin.
Y reivindico también la poesía, necesaria palabra en el tiempo, imprescindible para entender el mundo y para entendernos a nosotros mismos. Sin poesía el mundo es más oscuro, más gris, más inabarcable e incomprensible.
Sé que parece fácil sumarse a estas peticiones y subirse al carro de los buenos deseos. Pero es que, yo, lo creo de verdad; y soy de esas personas, ingenuas e idealistas, que piensa que otro mundo es posible, y que, lo importante, es plantar la semilla, aunque no podamos ser nosotros los que recojamos los frutos…

Mi naturaleza.

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Cuentan que el escorpión, mientras clavaba su terrible aguijón a la tortuga que le llevaba de vuelta a tierra provocando que ambos se hundieran para siempre, no pudo sino exclamar «¡es mi naturaleza!»… Y sí, todos tenemos nuestra naturaleza. Por eso yo repito tantas veces los mismos errores: porque está en mi naturaleza. No puedo evitar ser confiada, cálida, hipersensible, afectuosa, indecisa e impetuosa. Y por mucho que me diga una y otra vez, nunca más, nunca más, nunca más… de nada vale: me puede mi naturaleza. Porque está en mi naturaleza optar por las causas perdidas, ponerme del lado de los derrotados, de los perdedores, de los olvidados. Está en mi naturaleza recordar a los que me amaron, honrar a los que me precedieron, llorar con los que lloran, sufrir con los que sufren, emocionarme con los que se emocionan. Así que este año , más de lo mismo, porque yo soy así y es mi naturaleza. Seguiré empeñada en reivindicar causas que creo justas, en implicarme en proyectos «trasnochados» para que otro mundo sea posible, en tener ideales y difundirlos, en no caer en el cinismo ni en la complacencia. Viviré con mis contradicciones, y arrastraré mis derrotas y empujaré mis sueños… porque soy imperfecta y me emociono con cosas muy dispares, y quiero que me quieran, y adoro compartir ( las glorias y las penas) y acepto que, por más que yo me empeñe, ésta es, sin duda, mi naturaleza.