Madre ternura

Campo de los Almendros. Albatera. Alicante.1939.

«Mi niñito chiquito no tiene cuna.
Su mamá , que le quiere, le va a hacer una…».
Canción de cuna popular
.

Mece, madre, a tu hijo,
en el rumor del sueño.
Envuélvele de amor,
protégele del mundo.
Mece, madre, a tu hijo.
Cobíjale en tu seno.
Escucha su silencio,
conjuro de la muerte.
Mece, madre, a tu hijo,
en medio de los gritos,
en medio de la sangre,
en medio de las balas…
Mece, madre, a tu hijo,
y siente su latido,
como la única forma
posible de esperanza.

“Hoy quisiera llorar un llanto largo, como una lluvia lenta y bienhechora. Una lluvia que lo limpiara todo: el horror, el dolor… ¡Sí! Sobre todo el dolor. El dolor de los vencidos, de los desahuciados, de los sin patria, de los sin nombre, de los “parias de la tierra”. Hoy quisiera llorar por tantas cosas…Pero no tengo lágrimas. Todo a mi alrededor es un cuadro dantesco: los hombres mutilados, los niños ateridos, las madres desoladas, las balas asesinas… ¡Me estoy quedando ciega, deslumbrada, por tanto sufrimiento!
Y sólo te veo a ti, mi niña, mi pequeña. Abrazada a mi pecho te protejo del miedo, te inundo de ternura. No sé cómo apartarte de tantas penurias, de tanto infortunio. Yo quise un mundo nuevo, para ti, para todas… Las mujeres libres, dueñas de su destino, sonriendo al mañana. El futuro era nuestro, ¡teníamos tantos sueños, tantas esperanzas! Íbamos siempre firmes, con el paso resuelto, con la cabeza alta… Pero ahora, hija mía, ya no tenemos sueños, tan sólo pesadillas. Nos lo han quitado todo, nos han amordazado, nos han humillado. “Tendréis envidia a los muertos”, nos dijeron. ¡Los muertos! ¿Y qué somos nosotros? Muertos en vida, cadáveres errantes, jirones, pedazos, restos… Rotos, olvidados, abandonados a nuestra suerte, o mejor dicho, a nuestra desgracia.”
La memoria herida,ed. Bubok

Memorias de un preso republicano(I)

A mi abuelo.
Esta es su historia .Él no pudo contarla, así que yo recojo el testigo.

Es posible prepararse para la derrota, él ya lo había hecho; pero nadie puede estar preparado para la represión y la venganza. Alimentar el odio, dejarle crecer en los corazones, regarle con miedo y con rencor, cada día, golpe a golpe, discursos a discurso, condena a condena… Abrir un abismo insondable entre las víctimas y los verdugos, un abismo de horror, impotencia y desesperanza.
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La cárcel es fría, piedra en los corazones, cuerpos hacinados, miradas perdidas, puños apretados, piernas temblorosas. El hedor es insoportable. Llega al estómago, y allí se instala hasta provocar náuseas. Y luego, en la boca, un sabor a metal y jugos gástricos.
La noche ha caído sobre ellos, una noche muy larga y muy feroz, una noche sin tregua ni alborada…”Cárceles, rejas, cadenas/Muros, tapias, cementerios. /Hombres escuálidos, tristes. /
Hambre, miseria y silencio”
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Escribir, escribir… Es la única forma de sobrevivir a la barbarie, a la soledad, a la tortura, a la muerte.
“Escribe Carmiña, escribe…” Y gracias a las cartas y los versos, que van y vienen como pájaros blancos surcando la memoria y el desastre, el aire se hace un poco respirable entre muros, tapias y cielos imposibles. Escribiendo conjura la amargura, la pena de saberse entre barrotes, con un futuro incierto y una condena injusta, incomprensible. ”La guerra, madre, la guerra”… Los versos del poeta, también encarcelado, golpean sus sienes.

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Él nunca ha empuñado un arma, nunca ha hecho daño a nadie. Es demasiado joven para que su cabello se haya vuelto blanco, un mechón por cada día encerrado entre rejas, por cada condena a muerte revocada, por cada abrazo no dado a sus seres queridos, por esa juventud arrebatada en vano.
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Ahora sólo las palabras lo salvan del abismo, le hacen reconocerse como hombre, no olvidarse de quién es, de quién ha sido. Es fácil sucumbir al derrotismo, cerrar los ojos y dejarse llevar.
Ha ganado la España grande y libre, y ahora ejecuta, impune, su orquestada revancha. Él es sólo uno más, una pequeña pieza de un oscuro y sórdido engranaje basado en la violencia y en el miedo, en el silencio y en la delación. Es fácil sucumbir a la mentira de que ahora todo el mundo vive en paz, es fácil creer, es fácil rendirse y renunciar.
A su lado dormita un maestro asturiano que trajeron hace unos días (¡qué terrible pecado pretender enseñar a los niños, sin cruz ni catecismo, a buscar las respuestas en los libros prohibidos!). Entre los dos ha nacido una hermosa complicidad, una fraternidad de la injusticia que les ayuda a soportar las penas.
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Se han llevado al maestro. En su catre ha dejado doblado un poema:”Para tu álbum de penas”,
escrito con una caligrafía impecable. Nunca volverán a verse. Pero eso él no lo sabe, como no sabe, ni tan siquiera acierta a sospechar, que será su nieta, muchos años después, la que saque a la luz ese poema, la que lo lea una y otra vez buscando en él la hermosa semblanza del que fuera su abuelo (“delgado, cimbreño, de líneas escuetas/ los ojos enormes, las manos inquietas…”).
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De aquellos hombres no quedan nada más que las palabras, los poemas que escribieron, vencedores del odio y de la rabia. Nadie podrá quitarles lo que fueron. Su victoria es perdurar en nuestra memoria, aunque haya quien no lo entienda, quien no sepa la importancia de abrir las ventanas y dejar volar todas las palomas, tanto tiempo encerradas. Si les negamos ser reconocidos, si no les concedemos el merecido homenaje de ser recordados, entonces su dolor y su sacrificio habrán sido en vano, y eso si que, sus hijos y sus nietos, no vamos a consentirlo.

Vencidos (II)

(I)
Primero les dijeron que era pronto, muy pronto para hablar del pasado.
Y luego les dijeron que era tarde, muy tarde, para reabrir de nuevo las heridas.
Pero…¿es que se cerraron?
(II)
Los vencidos no tienen historia. Deben callar para sobrevivir. No tienen derechos, ni pasado, ni muertos que enterrar. Se arrastran como sonámbulos, sin nombre y sin memoria, por las cloacas grises de las posguerras. Se alimentan del miedo y la desconfianza, se esconden, se escurren, se niegan a sí mismos para seguir existiendo. Queman sus recuerdos para no delatarse, para que se borre lo que fueron.
El llanto de los vencidos se ahoga en el silencio al que están condenados. Son pájaros sin alas , sin cielo, sin esperanza. Atraviesan fronteras camino de la nada, se pudren entre rejas, son tiroteados en las tapias, amontonados en fosas comunes, tirados en cunetas…
Los vencidos van dejando pasar los años y la vida. Se dejan envolver por el humo , denso y espeso, del olvido.
Y en ese no vivir, siguen muriendo un poco cada día…

(III)

Yo crecí entre vencidos. Nunca me enseñaron a odiar. Lo que sí me transmitieron fue un respeto absoluto por la libertad como bien supremo, una completa aversión a los totalitarismos, y una devoción absoluta por la cultura en todas sus manifestaciones. Les debo todo lo que soy, lo he dicho muchas veces y no me cansaré de repetirlo. Yo heredé su voz amurallada , y ahora la grito al viento y la lanzo de nuevo a la mañana. Sin rencor, pero sin miedo.

Escuchar «Vencidos» versión de J. M. Serrat sobre el poema de León Felipe.
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«In memoriam»

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Hoy se cumplen setenta y nueve años del sueño republicano que tuvo como protagonistas a destacados intelectuales y artistas de la época (Antonio Machado, Lorca, Marañón, Pau Casals, Alberti, Díez Canedo, J. Ramón Jiménez, Altolaguirre, Prados, Cernuda, Aleixandre, Miguel Hernández, J. Marías, Cipriano Rivas Cherif, León Felipe, Alejandro Casona, María Zambrano, Victoria Kent, Max Aub,…), pero también a miles de españoles anónimos, hombres y mujeres, que quisieron formar parte de aquel viento de libertad.
Soñaron una España más moderna, más justa; donde la educación, la sanidad, la economía y otros muchos sectores sufrieran un profundo cambio. No querían seguir teniendo un país pobre, analfabeto, anquilosado en tradiciones que no le permitían avanzar científicamente; cercado por una religión todopoderosa y asfixiante que todo lo prohibía.
Pero ese sueño se convirtió en una terrible pesadilla, porque no todos estaban preparados para aceptar aquella transformación. Durante aquellos vertiginosos seis años se sucedieron episodios que desde la perspectiva histórica, ellos mismos no dudan en calificar de bochornosos. Pero la España de los años 30 era lo más parecido a un campo de minas o a un polvorín: demasiados odios, demasiados miedos, demasiada miseria, demasiada rabia, demasiada ignorancia.
Aquel fue su sueño. Por defenderlo sufrieron cárcel, exilio, derrota y humillación. Ahora, tantos años después, las semillas de la razón, la tolerancia, la igualdad y la libertad han ido germinando en aquella tierra que ellos encontraron yerma.
Me contaba mi abuela que el día que se proclamó la Segunda República había mucho miedo, mucha incertidumbre; pero también mucha ilusión. En medio de aquel dilema mi abuela optó por la ilusión. Se puso su mejor vestido, dibujó sus labios con carmín, y salió de la casa paterna rumbo a la Puerta del Sol, dejando atrás a un padre temeroso y a una madre recelosa. Cuando lo contaba, muchos años y muchas penurias después, siempre se le humedecían los ojos. Por ella, y por todos aquellos que tuvieron un sueño… SALUD.

De libros y amigos

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Mentiría si no dijera que me gusta leer las cosas que escriben mis amigos.Aunque valoro la calidad literaria y no me resisto a un buen texto, tengo que reconocer que me emociona especialmente leer las cosas que escriben aquellos a los que aprecio. Las leo con más atención, con el corazón; es así y no voy a negarlo.
Pero cuando un buen texto además es de alguien a quien te une un sentimiento de afecto, entonces la dicha es plena. Eso me ha pasado últimamente con varias lecturas que quiero recomendar aprovechando para agradecer a sus autores su buen hacer, su dedicación y la suerte de haberlos encontrado por la red.
En primer lugar Señales de vida, de Juan Antonio González Romano.Un libro con sabor a Sur (seguidillas, soleares, coplas…) y a la mejor tradición poética, la de los grandes maestros, sobre todo los Machado. Me ha gustado mucho y debo reconocer que me ha inspirado y emocionado en muchos momentos.
En segundo lugar acabo de paladear Ayer fue sombra de M. Angel Yusta. Un poemario imprescindible, un viaje al pasado en blanco y negro de la posguerra española, en clave de recuerdos y vivencias.Una mirada incisiva, demoledora y a la vez intensamente tierna y humana, la mirada del hombre que ahora es, al niño que un día fue.

Si no los apreciara tanto también habría disfrutado sus libros, pero, para que mentir, no hubiera sido lo mismo…