Invisibles

sb10064660m-002-copia.jpg

Somos invisibles para todo aquel que no quiere vernos , para todo aquel que decide, consciente o inconscientemente, ignorar nuestra existencia. Y así, por más que nos empeñemos en hacernos notar, por mucho que hablemos, gesticulemos o incluso gritemos, seguiremos siendo invisibles. Sólo existimos para quien nos reconoce.
Y permanecemos allí, agazapados, esperando ser vislumbrados y, sobre todo, reconocidos. Porque en ese acto de reconocimiento del otro conseguimos reconfortarnos.
Buscamos en los demás señales de nuestra propia existencia, para intentar así evitar el vértigo inevitable de sabernos solos. Ansiamos ser amados, respetados, tratados con justicia. Necesitamos compartir con los otros para sentirnos vivos. Necesitamos la dialéctica de los contrarios: dar, recibir; hablar, escuchar; dormir, despertar… No tenemos otra forma de conjurar nuestros miedos, de defendernos de nuestros peores enemigos, esos que hacen que seamos invisibles: el silencio y la indiferencia.

Escribiré mi nombre muchas veces…
Tantas como haga falta
para saber que existo,
que no soy invisible
que no desaparezco
ante la indiferencia
de los que me abandonan.
Escribiré mi nombre
con lo que tenga a mano.
con barro, con ceniza,
con sudor o con sangre…
Si fuera necesario
lo escribiré con faltas de ortografía,
lo escribiré en los muros,en las rocas
lo escribiré en las tapias,
en los portales viejos,
en todas las aceras que me encuentre a mi paso.
Y después dejaré
que lo borre la lluvia,
que se lo lleve el viento,
que lo sepulte el barro,
y que lo olvide el tiempo…

Por cierto, mañana estaré en la radio, en el programa Olvida tu equipaje, gracias Armando…Hoy me siento menos invisible

Manuel Scorza en las galerías de mi memoria.

154.jpg
Segundo curso de Literatura Hispanoamericana. Era el último año de la carrera. Acababa de leer a Ciro Alegría y reeleía a César Vallejo, cuando cayó en mis manos un artículo de Scorza sobre la novela mal llamada «indigenista». Aquella profesora cuyo nombre ni recuerdo, aunque sí recuerdo que me producía una extraña antipatía, mandaba libros que tenían títulos sonoros y sugerentes. La cosa es que yo andaba bastante perdida ( en muchos aspectos) y no hacía sino leer libros que ella no había mandado pero que me fascinaban. Carpentier, Benedetti, Girondo, El amor en los tiempos del cólera, y un libro de poemas de Manuel Scorza me acompañaban junto a Ángel González y a mi siempreamado Lorca. Aún tengo el viejo cuaderno marrón de espiral y hojas a cuadros en el que escribía todo lo que sentía, mis impresiones literarias, y en el que conjuraba mis angustias vitales. Con fecha de febrero del 91 aparece esto:

VIENTO DEL OLVIDO.

Como a todas las muchachas del mundo, también a ella, tejiéronla en sus sueños, los hombres que la amaban.

Y yo la amaba.

Pudo ser para otros un rostro que el viento del olvido borra a cada instante. Pudo ser, pero yo la amaba.

Yo veía las cosas más sencillas volverse misteriosas cuando ella las tocaba.

Porque las estrellas de la noche ¡ella con sus manos las sembraba!

Los días de esmeralda, los pájaros tranquilos, los rocíos azules, ¡Ella los Creaba! Yo me emocionaba con sólo verla pisar la hierba

¡Ah si tus ojos me miraran todavía!

Esta noche no tendría tanta noche. Esta noche caería sin mojarme

Por que la lluvia no empapa a los que se pierden en el bosque de sus sueños relucientes, y sus días no terminan y son sus noches transparentes.

¿Dónde estás ahora? ¿En qué ciudad, en qué penumbra en cuál bosque te desconocen las luciérnagas?

Tal vez mientras escribo, estas en un suburbio, sola, inerme, abandonada…

¡Abandonada, no!

En tu ausencia mi corazón todas las tardes muere.
Manuel Scorza.

» En fin… literatura. Y nosotros preocupándonos del tiempo. Leyendo contrareloj. Engullendo crítica estúpida, vomitando conocimientos estériles en exámenes absurdos. Las letras, las grafías, el léxico, la morfosintaxis… ¿Por qué no sentimiento, amor, libertad, deseo, pérdida, encuentro, lujuria, desesperación? Leyendo este poema me he acordado del primer año y … me ha envuelto una tristeza fría, una sensación de pérdida, un vacío infinito. ¿Cuándo perdí el camino?¿Dónde estarán aquellos que me amaron?(…)»

(…)

He seleccionado este fragmento y el poema de Scorza que copié. De nuevo se han unido recuerdos aparentemente inconexos que han ido formando parte de lo que ahora soy. Los hilos invisibles de las palabras tejen y tejen.

¡Sólo por ti resplandece
mi corazón extraviado!
¡Sólo para que me veas,
ilumino mi rostro oscurecido!
¡Sólo para que en algún lugar me mires
enciendo, con mis sueños, esta hoguera!

¡El Mudo,
El Amargo,
El Que Se Quedaba Silencioso,
te habla ahora a borbotones,
te grita cataratas, inmensidades!

Algún día amarás,
alguna vez
en las lianas de la ternura enredada
comprenderás que cuando el dolor nos llega
es imposible hablar;
cuando la vida pesa, las manos pesan:
es imposible escribir.

( Los adioses. M. Scorza)

Este es uno de esos poemas que me acompañan siempre… La poesía siempre me salva de los abismos, me consuela, me aplaca, me hace sentirme menos sola. Dejo que abrigue mi corazón helado y la invito a quedarse; y no le pido nada a cambio, nada excepto su necesaria presencia.

La memoria herida: «Un día de verano»

Este relato está basado en hechos reales. Siempre me pareció interesante reconstruir la memoria con anécdotas, y me preguntaba qué planes tenían las personas para aquel aciago verano del 36. La ruptura de la cotidianeidad, de la vida común, parece poco, pero forma parte de aquella tragedia histórica. Yo transmito lo que me contaron los míos, con mucho de verdad y algo de literatura…

Habían hecho muchos planes para aquel 18 de julio. Conchita y su hermano Guillermo llegarían a buscarla pronto, y juntos irían al Retiro. Era una pena que no viniera Elena, la catalana; pero la joven maestra había preferido pasar el verano en el pueblo donde tenía su destino. Allí los estarían esperando Rafita y Fernando, que ya tendrían cogido el sitio en la cola para alquilar las barcas. Después comerían unos bocadillos y se reunirían con el resto en el Ateneo. Era un estupendo plan para un cálido sábado de verano.
Pero nada salió como habían planeado: Rafita, con sus alpargatas y su camisa blanca se fue a tomar el Cuartel de la Montaña con otros compañeros del sindicato; Fernando pasó todo el día en la sede del partido, en Fuencarral; Guillermo y Conchita no salieron de casa porque su padre, monárquico convencido, cerró la puerta con llave y dijo que una cosa era jugar a ser revolucionario, y otra muy distinta, irse a serlo de verdad.
¡Qué insólito día de verano! Tenían veinte años y toda una vida por delante…Pero aquella mañana el aire trajo un extraño olor a muerte. En tan solo unas horas, el verano dejó de ser verano y un viento gélido heló sus corazones.
Sus vidas se precipitaron al vacío. Fueron engullidos por el vertiginoso túnel de la historia: la hoz, el martillo, el puño, la bandera rojinegra, los panfletos, las proclamas, las reuniones… Soldados improvisados, enfermeras improvisadas, resistentes improvisados… “A las barricadas”, “Ay Carmela”, “El ejército del Ebro”, “Puente de los Franceses”… ¡No pasarán!, ¡No pasarán!… ¡Y vaya si pasaron! Llegaron con sus báculos, sus águilas, sus yugos y sus flechas. Todo se oscureció. Se acabaron los ateneos, las casas del pueblo, los libros, las revistas, las discusiones políticas, los sueños de libertad. Iban a pagar cara su osadía, sus deseos de cambio, sus ventanas abiertas.
Había llegado la hora de la venganza. Algunos habían conseguido huir, pero ella, con un niño de pecho, una madre enferma y su compañero desaparecido, ¿dónde podía ir? No podía sino aguardar, dejar pasar el tiempo, aferrarse a la esperanza y al instinto de supervivencia. Tal vez no fuera suficiente, pero era lo único que le quedaba. ¿Y es que acaso no hibernaban muchos animales, esperando así el regreso de la primavera?

La memoria herida,ed. Bubok

Historias del corazón.

sb10064565d-0031.jpg

Cada acontecimiento deja una huella en nuestro corazón que poco o nada tiene que ver con la duración, sino más bien con la intensidad de lo vivido. Hay episodios que, aun siendo muy breves, permanecen inalterables en nuestro recuerdo.
Son las historias del corazón, esas que nos hacen ser quienes somos, que nos marcan para siempre y que se empeñan en regresar a nuestra memoria con una palabra, con un olor, con una imagen o con una canción…

La espera (II)

Palabra, voz exacta
y sin embargo equívoca;
oscura y luminosa;
herida y fuente: espejo;
espejo y resplandor;
resplandor y puñal,
vivo puñal amado,
ya no puñal, sí mano suave: fruto.(…)»
OCTAVIO PAZ

Cada mañana se despertaba temprano para esperar la llegada de las palabras. Se apoyaba en el alféizar de la ventana y se disponía a recibirlas como ellas se merecían.
A veces llegaban muy pronto, volando bajo, y eran palabras amables y dulces, diminutivos de azúcar que se posaban en su pelo para hacerle reir.
Otras veces llegaban desde lo más alto y se precipitaban directamente hacia el rincón más vulnerable de su corazón. Aquellas palabras dejaban un regusto a metal y a sangre seca. Pesaban tanto que aplastaban su pecho, y tenía que hacer grandes esfuerzos para desprenderse de ellas y poder volver a respirar.
Pero algunas veces, por mucho que esperara, no venían las más anheladas: las que traspasaban su dolor como un bálsamo y erizaban su piel hasta hacerle sentir la médula; las que guardaba como un tesoro a buen recaudo para que nadie se las arrebatara; las que, con su belleza y su sonoridad, hacían brillar el sol en pleno invierno y despertaban las flores dormidas como si, con ellas, hubiera llegado la esperada primavera…

Flores para todos los gustos

Mi abuela que, como casi todas las abuelas, era una mujer muy sabia, me dijo una vez que todas las flores tienen su razón de existir; que su belleza está siempre ahí, esperando que alguien la descubra, y considere que es la flor adecuada para hacerle feliz en ese preciso instante. No podemos agradar a todos. Debemos crecer como la flor que somos, y dejar que nuestros colores pinten el viento aunque no sean los más brillantes, ni los más armoniosos, ni los más bellos.
«No hay nada más triste en esta vida que ser una margarita y empeñarse en querer ser una rosa» Yo siempre me reía cuando lo decía, mirándome por encima de la montura de sus gafas. Y me imaginaba a mí misma disfrazada de margarita, perdiendo los pétalos por el camino mientras perseguía a una hermosa rosa blanca que me contemplaba, distante y altanera, sabiendo bien que yo nunca sería como ella…
Los años han pasado, y en la tumba de mi abuela siempre hay tímidas florecillas silvestres que crecen por doquier sin miedo, ni reparo, ni recato. ¡Y me parecen tan hermosas en su sencillez, en su aparente «desaliño indumentario»!
Ahora que ella ya no está, por fin he comprendido que cada flor es hermosa por lo que ofrece, no por lo que otros quieran encontrar en ella. Y me acerco a las más bellas. Y me embeleso. Y me dejo embriagar por su aroma dulce y penetrante y por la armonía imposible de sus formas. Y les doy las gracias por ser tan perfectas y permitirme, por un momento, rozar también la perfección.
Pero luego, me acerco a las más pequeñas y humildes. A las que, con sus pétalos mustios o sus hojas desiguales, adornan mi balcón cuando ya nada espero. Las saludo en los parques, y en los caminos, y en las esquinas tristes donde se empeñan en arraigar aunque nadie las vea.
Y les doy las gracias; porque me recuerdan a mi abuela, y desempolvan en el desván de mis recuerdos, su imborrable lección de autenticidad.

A todos los que, en algún momento de su vida, vieron en mí algo digno de ser admirado, querido, respetado. A los que se acercaron a mí y me dejaron su belleza para que yo la admirara y aprendiera de ella. A todos los que estuvieron, los que están, los que estarán un día… GRACIAS por pararse a contemplar mis pequeñas flores y hacerlas sentirse, por un instante, dignas del más bello jardín.

Visita al penal

«¿Qué hice para que pusieran
a mi vida tanta cárcel?»
M. Hernández

«Muros de silencio,
tapias de ladrillo(…)»
Manuel de la Peña

Este relato está basado en hechos reales. Mi abuela me contó cómo cada mañana, en aquella eterna posguerra, se preparaba para visitar a mi abuelo en el penal de Alcalá de Henares ( su triple delito: creer en la libertad, creer en la igualdad y creer en la fraternidad…), y andaba todos esos kilómetros a pie acompañada de otras mujeres y de mi padre, que no era más que un niño muy pequeño, para que mi abuelo pudiera abrazar a su hijo y mitigar en algo su profundo dolor y su tristeza. Corría el año 47, casi diez años después de la contienda…

Todas las mañanas un grupo de mujeres de diferentes edades, con niños en brazos o agarrados fuertemente de sus faldas, embarazadas, enfermas o simplemente cansadas, emprendían el camino hacia las cárceles. Como una caravana de infinita tristeza, caminaban dispuestas a ver a sus hombres (padres, maridos, hermanos, hijos…). En sus cestas y bolsas llevaban lo que habían podido conseguir: tabaco, cerillas, algo de comida, una camisa limpia, unos pañuelos… Recorrían los senderos cabizbajas, tirando de sus cuerpos, arrastrando los pies, soportando el calor, el frío, la lluvia, el polvo. Pero nada de aquello importaba si ellos estaban vivos, si las dejaban verlos.
Aurora formaba parte de aquellas mujeres que un día creyeron que todo cambiaría, y ahora se arrastraban por los caminos con el único afán de sobrevivir.
Creían que si no se dejaban ver, si no hablaban más de lo necesario, si pasaban desapercibidos… Pero todo fue inútil; una vecina habló, se había quedado viuda con tres bocas que alimentar y una sola cartilla de racionamiento. ¡Al menos le habían conmutado la pena de muerte por la de treinta años!
Parecía mentira que toda una generación de hombres jóvenes, idealistas, dispuestos a empujar la historia, a no quedarse atrás, estuviera pudriéndose en los penales. Carne de presidio, eso eran para los vencedores. De los que habían conseguido sobrevivir muchos se vieron empujados a la diáspora del exilio; otros agonizaban entre rejas, se consumían en los patios grises de las cárceles. Y otros eran utilizados como esclavos, construyendo mausoleos para mayor gloria del régimen.
Cuando no podía ir a verlo mandaba algún mensaje con el paquete que otras mujeres llevaran. Entre ellas funcionaba una red de ayuda mutua y solidaridad que las dignificaba en medio de tantas humillaciones. Se sentían parte de un mismo tejido, de una macabra tela de araña que asfixiaba sus vidas y las de sus seres queridos. Cuando había un indulto lo celebraban juntas, y cuando alguno de ellos era ejecutado o moría en su celda, también lloraban juntas.
Al caer la tarde se disponían a regresar a sus casas por el mismo camino. Volvían sobre sus pasos, un poco más tristes, un poco más solas, un poco más cansadas. Inmersas en sus pensamientos (“a mis soledades voy/ a mis soledades vengo”), envueltas en su pena. Huecas, secas, macerando en su mente las palabras que no se atrevieron a decirles, para no hacerles más daño, para no arrebatarles la poca esperanza que aún les quedaba. ¡Que no las vieran tristes, ni hundidas, ni desesperadas! “Todo bien, muy bien, no te preocupes”. “Estamos moviendo papeles, ya verás como pronto estás en casa”.
Había hecho del soliloquio su válvula de escape. Y al llegar a la casa, cuando todos dormían, despertaban las palabras y, casi a oscuras, en unas pocas cuartillas usadas,a solas con su pena y su derrota, Aurora daba rienda suelta a su dolor:
“Te vi entre los barrotes.
Acaricié tus manos,
tu rostro macilento,
tu dolor infinito…
Y no poder besarte,
no poder abrazarte,
no poder consolarte,
no poder restañarte las heridas.
Me llevo la sonrisa
que intentaste esbozar con los labios partidos,
llagados, doloridos.
Me llevo tu sonrisa,
prendida en el ojal de la solapa
de mi vieja chaqueta…
Me llevo tus caricias, prometidas, soñadas.
Me llevo tu ternura, tu mirada llorosa.
Me llevo lo que puedo,
para seguir viviendo
en esta soledad que compartimos ambos.
Y te dejo mi sombra,
cuanto queda de mí,
lo poco que resiste,
lo que nos han dejado…
Y me vuelvo a la nada de nuestra pobre casa,
de nuestra pobre mesa, de nuestra pobre cama.
Y me vuelvo al silencio de las mañanas frías,
de las eternas tardes,
de las noches insomnes.
Vuelvo a mi vida rota,
desperdiciada,
absurda…
Apartada de ti.”

La memoria herida y otros relatos,ed. Bubok

Quisiera que esta entrada sirviera para denunciar la situación de todos los presos políticos y de conciencia, que, tanto en tiempos ya pasados como ahora, se vieron, se han visto y se ven, privados de su libertad y su palabra. Que la historia de aquellos que lo fueron no caiga en el olvido, y que la de los que aún lo son no sea silenciada.