Ángel González y el valor de la palabra

«Me he quedado sin pulso y sin aliento
separado de ti. Cuando respiro,
el aire se me vuelve en un suspiro
y en polvo el corazón de desaliento
.» A. González

Cada vez que he de explicar la poesía de Ángel González recuerdo el primer poema que leí de él. Fue en aquella época en que lo descubrí todo y todo lo perdí. En aquellos tiempos de estúpidos miedos y torpezas juveniles, maravillosos poetas llegaron hasta mí, y él fue uno de ellos. En esta lluviosa mañana de otoño quiero rendirle mi pequeño y particular homenaje. Leemos sus poemas, y en ese instante la magia de la palabra lo envuelve todo. Nos ungimos de palabras, nos abrazamos a ellas y este estúpido mundo cobra sentido por un momento. Cuando leo a Ángel González comprendo el valor que tiene la palabra poética.

MUERTE EN EL OLVIDO. Angel González en Palabra sobre palabra
Yo sé que existo
porque tu me imaginas.
Soy alto porque tu me crees
alto, y limpio porque tú me miras
con buenos ojos, con mirada limpia.
Tu pensamiento me hace
inteligente, y en tu sencilla
ternura, yo soy también sencillo
y bondadoso.

Pero si tú me olvidas
quedaré muerto sin que nadie
lo sepa. Verán viva
mi carne, pero será otro hombre
-oscuro, torpe, malo- el que la habita…

La poesía de Ángel González es el grito de un hombre que se siente solo, pero también el clamor contra la injusticia y contra una realidad histórica de la que él también forma parte y a la que no puede ni quiere dejar de mirar cara a cara.

ELEGIDO POR ACLAMACIÓN

Sí, fue un malentendido.
Gritaron: ¡a las urnas!
y él entendió: ¡a las armas! -dijo luego.
Era pundonoroso y mató mucho.
Con pistolas, con rifles, con decretos.
Cuando envainó la espada dijo, dice:
La democracia es lo perfecto.
El público aplaudió. Sólo callaron,
impasibles, los muertos.
El deseo popular será cumplido.
A partir de esta hora soy -silencio-
el Jefe, si queréis. Los disconformes
que levanten el dedo.
Inmóvil mayoría de cadáveres
le dio el mando total del cementerio.

Encontramos en su poesía la experiencia vital, la memoria de lo vivido condensada en unos cuantos versos, como breves pinceladas impresionistas, retazos de una historia común a tantos otros que, como él (» perdido para siempre lo perdido») caminaban sin rumbo por los sórdidos paisajes de la posguerra y el franquismo.
Primera evocación

Recuerdo
bien
a mi madre.
Tenía miedo del viento,
era pequeña
de estatura,
la asustaban los truenos,
y las guerras
siempre estaba temiéndolas
de lejos,
desde antes
de la última ruptura
del Tratado suscrito
por todos los ministros de asuntos exteriores.

Recuerdo
que yo no comprendía.
El viento se llevaba
silbando
las hojas de los árboles,
y era como un alegre barrendero
que dejaba las niñas
despeinadas y enteras,
con las piernas desnudas e inocentes.
Por otra parte, el trueno
tronaba demasiado, era imposible
soportar sin horror esa estridencia,
aunque jamás ocurría nada luego:
la lluvia se encargaba de borrar
el dibujo violento del relámpago
y el arco iris ponía
un bucólico fin a tanto estrépito.

Llegó también la guerra un mal verano.
Llegó después la paz, tras un invierno
todavía peor. Esa vez, sin embargo,
no devolvió lo arrebatado el viento.
Ni la lluvia
pudo borrar las huellas de la sangre.
Perdido para siempre lo perdido,
atrás quedó definitivamente
muerto lo que fue muerto.

Por eso (y por más cosas)
recuerdo muchas veces a mi madre:
cuando el viento
se adueña de las calles de la noche,
y golpea las puertas, y huye, y deja
un rastro de cristales y de ramas
rotas, que al alba
la ciudad muestra desolada y lívida;

cuando el rayo
hiende el aire, y crepita,
y cae en tierra,
trazando surcos de carbón y fuego,
erizando los lomos de los gatos
y trastocando el norte de las brújulas;

y, sobre todo, cuando
la guerra ha comenzado,
lejos-nos dicen- y pequeña
-no hay por qué preocuparse-, cubriendo
de cadáveres mínimos distantes territorios,
de crímenes lejanos, de huérfanos pequeños…

Ángel González

Más allá de los premios, de los reconocimientos, del éxito editorial, de los seguidores y los detractores, de los críticos y las Academias, Ángel González es una de nuestras voces poéticas imprescindibles. Para que él siga llamándose Ángel González sólo hace falta que leamos sus poemas y estará para siempre entre nosotros.
Camino por sus versos y sé que no estoy sola. Me quedan sus palabras, para reconocerme, para saberme humana en medio del dolor, y de la indiferencia (e incluso del fracaso , indiferente).

Queda quizá el recurso de andar solo,
de vaciar el alma de ternura
y llenarla de hastío e indiferencia,
en este tiempo hostil, propicio al odio.
A. González.

8 opiniones en “Ángel González y el valor de la palabra”

  1. Muy emocionado homenaje. Aporto mi pequeño grano con uno de tantos poemas de Ángel González que me gustan:

    Si te llamaras Elvira
    tu vientre sería aún más terso y con más nácar.
    Pero tan sólo el nombre de Mercedes
    depositado por mis labios en tu cintura
    cuajaría la forma de esa espuma indecisa
    que recorre tu espalda cuando duermes de bruces.
    Respóndeme cuando te diga: Olga,
    y verás que en tus pechos un rubor palidece.
    El nombre de María te volvería traslúcida.
    Guarda silencio si te llamara por tu nombre
    que no pronuncio nunca,
    porque si entonces respondieses
    tus ojos -y los míos- se anegarían en llanto.
    Una prueba final;
    cuando sonríes
    te pienso Irene,
    y la sonrisa tuya es más que tu sonrisa:
    amanece sin sombras la alegría del mundo.
    ¿Y si te llamo como tú te llamas…?
    Entonces
    descubriría una verdad:
    en el principio del verbo.
    El nácar y la espuma,
    la palidez rosada, la transparencia, el llanto la alegría:
    todo estaba en ti.
    Los nombres que te invento no te crean.
    Sólo -a veces son como luz los nombres-
    te iluminan.

  2. Me encantan los versos que has escogido. Lo cierto es que son tantos los poemas de Ángel González que merecen ser mencionados… Me gusta tu iniciativa. A ver si se anima más gente y nos aportan sus versos preferidos de nuestro genial poeta.
    Un abrazo y gracias por aportar tu lectura personal.

  3. Pues yo no voy a aportar ningún verso por el momento. Estoy aquí llenándome de Ángel González y disfrutando de sus versos. Es un placer que tengas este otro rincón.
    Mi agradecimiento.

  4. Bravo… NO dejes de buscar en tus recurdos para alimentar tus sueños, y más pronto que tarde podremos leer algo de ti como esto, alcanzarás «el éxito de todos (tus) fracasos»:
    «Para que yo me llame Ángel González,
    para que mi ser pese sobre el suelo,
    fue necesario un ancho espacio
    y un largo tiempo:
    hombres de todo mar y toda tierra,
    fértiles vientres de mujer, y cuerpos
    y más cuerpos, fundiéndose incesantes
    en otro cuerpo nuevo.
    Solsticios y equinoccios alumbraron
    con su cambiante luz, su vario cielo,
    el viaje milenario de mi carne
    trepando por los siglos y los huesos.
    De su pasaje lento y doloroso
    de su huída hasta el fin, sobreviviendo
    naufragios, aferrándose
    al último suspiro de los muertos,
    yo no soy más que el resultado, el fruto,
    lo que queda, podrido, entre los restos;
    esto que veis aquí,
    tan sólo esto:
    un escombro tenaz, que se resiste
    a su ruina, que lucha contra el viento,
    que avanza por caminos que no llevan
    a ningún sitio. El éxito
    de todos los fracasos. La enloquecida
    fuerza del desaliento…»

    (Áspero mundo)

  5. Mis fracasos son sólo algo externo a mí. Yo también me siento a veces como «un escombro tenaz que se resiste a su ruina» porque los peores fracasos son los que se asumen como tales ,sin posible esperanza, desde el fondo de nuestro corazón.
    Yo seguiré «avanzando por caminos que no llevan a ningún sitio»…

  6. Me demoro en la sobremesa. Escribo. Aunque creo que no vendrás ya por aquí. Y es que, leyendo, leyendo, me he transportado en el tiempo, así que con este evidente carácter retroactivo me planto junto a mi Ángel González («Ãngel. | Qué raro.»), no puedo resistirme, para escucharle otra vez en tus letras. Para decirlo otra vez con las mías, por ejemplo, en uno de sus últimos poemas, premonitorios una vez más:

    CAÍDA

    Y me vuelvo a caer desde mí mismo
    Al vacío
    A la nada
    ¡Qué pirueta!
    ¿Desciendo o vuelo?
    No lo sé.
    Recibo.
    El golpe de rigor, y me incorporo.
    Me toco para ver si hubo gran daño,
    Más no me encuentro.
    Mi cuerpo ¿dónde está?
    Me duele sólo el alma.
    Nada grave.

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