Tejiendo historas: Tres hermanos

Mi abuela me contó su historia muchas veces, mas no por repetida resultaba menos dolorosa. La historia triste y dramática de los Martín Gago era la misma que la de otros españoles. Pero ella no se la calló, y me la contó, para que yo supiera de dónde venía, cuáles eran mis orígenes, cuál era mi herencia y mi pasado. Los Martín, los Peña, como tantos otros.

-¡Carmen, niña! Estate quieta ya, que te vas a arrugar el vestido…¡Fernando! Avisa a tu hermano Rafael que tenemos prisa y seguro que se ha escondido en algún armario.
-Pero madre, si es que a mí no me gustan las fotos…
Hay que ver que niños más guapos tiene usted, señora. ¡Si es que da gusto fotografiarlos! Sí, sí. Si guapos son un rato, pero “joíos”… Eso lo pensaba, pero no lo decía, porque María Gago era una andaluza muy graciosa, con ese fino humor y ese acento saleroso que se gastan los de la tierra del sol , de los naranjos en flor y del cante profundo, pero también era una señora, guapa, con clase, inteligente. Con esa inteligencia intuitiva de las mujeres de su época, a las que no se las preparaba para pensar, sino para cuidar a su familia. Y, total, para qué quieren saber, si para eso ya están sus maridos… Ella formaba parte de aquella clase media madrileña que vivía holgadamente en aquellos días tranquilos y felices del año 17, una clase media complaciente, conservadora y monárquica (aunque su padre, Pedro Gago, era un masón como la copa de un pino que fue marino y trabajó muchos años en las aduanas de diferentes puertos: en Huelva, en Sevilla, en Málaga, en Canarias…) . Su marido, Atilano Martín, era un hombre más serio, taciturno, un salmantino hermético que no supo resistirse al duende y al encanto de aquella joven que le sonreía en todo su esplendor desde un ventanal de Isla Cristina. Ella dejó su mar para seguir al hombre que la amaba, pero pasó toda su vida mirando al sur. Siempre que podía viajaba, en aquellos interminables viajes que duraban días, para ver a su gente, y oler a sal y a hierbabuena y a sábanas tendidas al sol del mar.
Después de la guerra, cuando todo lo perdieron y su vida se limitaba a trabajar día y noche para sobrevivir, y a rezar a sus dioses para que nada malo les ocurriera a los que más amaba (desaparecidos, heridos, huídos y encarcelados) nunca más volvió a su tierra. Cuentan en la famila que cantaba seguidillas, coplas y fandangos en el balcón de su casa y cuantos por allí pasaban se paraban a escucharla… Tuvo una educación tradicional de corte liberal, y siempre simpatizó con las causas de los más humildes y sobre todo con la alfabetización y los derechos de las mujeres de todas las clases sociales, por los que luchaba también su hija, ahora ya una mujer.
Durante la guerra, en aquel Madrid de bombas y asedios,( y al contrario que su marido, que decidió no hablarlos en un principio), apoyó la labor de sus tres hijos a favor de la República: como teniente de estado mayor, el pequeño Rafita; como jefe de estación en Arganda el mayor, Fernando; y como miliciana de cultura y enfermera ocasional, su niña Carmen.
Al llegar la posguerra soportó con entereza el encarcelamiento de su marido ( por familiar de republicanos y desafecto al nuevo régimen en grado de consanguineidad), la desaparición de su hijo pequeño ( que consiguió escapar de Albatera y cayó muy enfermo), el encarcelamiento de su hijo mayor cuando intentaba reunirse con su esposa y su hijo en Cuenca, y el miedo continuo a que se llevaran a la única hija que le quedaba, la que había renunciado a escapar hacia Inglaterra y luego a México para no abandonarla a su suerte… (o a su desgracia). Soportó largas colas, se tragó su orgullo, empeñó sus preciados recuerdos, herencia de una vida mejor, y junto a otras muchas mujeres anónimas se dejó la piel para localizar a sus hombres, y conseguir recomponer su familia herida y desgarrada para siempre.
Poco antes de morir, en la casa que compartían mi padre, mi abuela y ella en Cuatro Caminos, contaban que se levantó de la cama donde llevaba postrada varios meses, se dirigió a la ventana de su cuarto para intentar abrirla, y ante la pregunta angustiada «¿qué hace madre?», con un brillo de niña ilusionada en sus ojos, respondió: «pues abrirlas, para poder ver el mar…»

23 opiniones en “Tejiendo historas: Tres hermanos”

  1. Esta historia, es la historia de una parte de España, la que entendio el significado de la palabra libertad, los hijos de la Instituccion Libre de Enseñanza de Giner de los Rios, de aquella Republica de Negrin.
    De un nieto, sobrino e hijo de luchadores antifascistas, te envio un abrazo de memoria Marisa, que sus nombres jamas se borren de la historia.
    Salud.

  2. Eso le prometí a mi abuela, Edu, que no se olvidaría su sacrificio ni su lealtad a aquel sueño que se transformó en una pesadilla interminable. De ahí su empeño en contar, contarlo todo, con aquel álbum familiar donde faltaban tantas fotos y tantos libros: unas perdidas, otras quemadas, como los libros, los carnés, los salvoconductos y el dinero republicano.En fin, si recordamos ellos siguen vivos, viva su memoria y viva su utopía. Un abrazo y gracias por compartir conmigo esta historia común que nos une.

  3. Los vellos de punta, Marisa, con esta historia. El final me ha traído a la memoria, fíjate, mi verso favorito, aquel de Pepe Hierro en el que se inspiraba en Lope, que le hablaba a Marta de Nevares y acababa dicendo «abre tus ojos verdes, Marta, que quiero oír el mar».
    Seguro que con estas palabras llevas mar e ilusión a tu abuela, donde quiera que esté.

  4. Gracias Juan Antonio por venir aquí, a enredarte con mis recuerdos familiares. Mi abuela Carmen , que nació en uno de esos viajes que la bisabuela María hacía a su querido Sur, también amaba el mar. Y siendo madrileños, tanto mi padre como yo amamos ese mar que baña la costa de nuestra Andalucía (siempre mirando al sur…). Hasta que mi padre no compró su primer coche no fuimos a Huelva, a conocer a las primas de mi abuela….Recuerdo aquel viaje sólo muy vagamente con mis escasos cuatro años pero sí me acuerdo del mar y de mi abuela mojándose los pies. Ay la memoria que teje y teje. Un abrazo

  5. Una historia conmovedora de supervivencia, de amor, de lucha.
    En la posguerra reino el silencio, sobre todo en los pueblos pequeños.
    Cuando fui mayor mi madre y mis tías comentaban cosas de algún familiar o amigo.
    Pero el silencio se adueño de todo.
    Un final triste y a la vez alentador, no se porque cuando nos hacemos mayores y aún tenemos capacidad de recordar esa frase que dice: ¡Abre la ventana que quiero ver el mar! lo resume todo.
    Añoramos nuestra «tierra-cuna»

    Un abrazo, o miles.

  6. Mi abuela siempre me enseñaba el álbum familiar y me iba contando historias sobre cada uno de ellos. Nunca la conocí, pero mi abuela Carmen me contaba tantas cosas que era como tenerlos allí:a mi abuelo Manuel, a mi bisabuela María y a todos.
    El mar la llamó al final, y ella fue a su encuentro «ligera de equipaje». Un beso enorme querida amiga.

  7. Álvaro qué bonito eso que dices… Como ya digo, tengo un álbum familiar que da para mucho y prometí que no caería en el olvido, así que …
    Un abrazo muy fuerte.

  8. Marisa, no nos hagas esto. En un día de trabajo rutinario y aburrido, con la sensibilidad embotada, llego aquí y me la despiertas, me la zarandeas y me dejas a punto de explotar de emoción sin saber a qué podré agarrarme después. Ya sabes que hasta muy tarde en mi familia fue como cuenta Maria Luisa, un espeso y pegajoso silencio.
    Muchas gracias, Marisa, ya sabes que todo lo anterior era otra forma de decírtelo.
    Un abrazo enorme.

  9. Lo del silencio sé que así fue…Es curioso porque en mi familia mi abuela hablaba, hablaba, y no parecía tener miedo. Incluso alguna vez, y siendo yo muy pequeña, la oí cantar mientras cocinaba «puente de los franceses» y «Ay Carmela»( y estoy recordando otra anécdota al respecto de las canciones que ya contaré….)
    Bel como le dije a Alvaro mi álbum familiar da para varios blogs, je, je. Tenerte aquí, en este rutinario y embotado lunes es para mí un placer. Gracias por todo.
    Otro enorme abrazo.

  10. Para comentar otro punto de vista, quiero decir lo identificado que me he sentido con ese amor hacia el sur. No se sabe lo que se añora tu tierra hasta que no están tan tan lejos… como andaluz eso me ha traído muchísimo recuerdos.

    Gracias por las historias, Marisa, son fantásticas…

  11. Sí, eso es verdad…En mi familia el sur siempre ha sido un lugar de referencia para todos. Ese mar se los fue llevando y ellos atendieron a su llamada. Gracias a ti Eugenio por venir a compartirlas.

  12. En la mía, aunque no fue tan grave, también hubo lo suyo. Yo viví en una atmósfera de silencios y de sombras, nadie hablaba delante de los niños, los niños percíbiamos el misterio porque, de pronto, al entrar en una habitación, las conversaciones de los mayores se interrumpían bruscamente. Fue mucho después cuando se soltaron las lenguas y fue muchísimo después de aquel después cuando, por fin, pudimos entender en toda su magnitud la tragedia. Mi abuela murió muy joven, de cansancio, de puro cansancio. Tantos hijos, tanto esfuerzo porque no les pasara nada ni, luego, nada les faltara… Hay metrallas tardías pero igualmente certeras, y a mi abuela, al doblar un recodo de la vida, la alcanzaron al fin.

    Mi café y yo te damos las gracias por este emotivo relato. Estoy segura de que tu abuela vio el mar, Marisa, y esa imagen postrera en los ojos la redimió de todos los dolores.

  13. Sé que es un defecto profesional que, incluso, puede parecer (¡y seguro que lo es!) un tanto pedante, pero no puedo evitar el meterme en correciones. He querido decir «por que [no les pasara nada]». Y ya está, ahí queda eso… (jis).

  14. Tú corrige todo lo que quieras, faltaría más, (je, je).
    Las historias familiares se viven con especial cercanía, se sienten como parte de la historia personal. Esta de mi bisabuela y sus hijos vino de la mano de aquella foto en la que mi abuela y sus hermanos posan felices incapaces de imaginar lo que se les vendría encima… Decía Ortega «que el hombre es un heredero, no un mero descendiente» y yo así lo creo. Gracias amiga mía por compartir conmigo tantas palabras y acariciarme con tu presencia, que aunque virtual, yo siento muy cercana. Besos enormes.

  15. Es una historia preciosa, humana, real. Y tu abuela con mantilla ¡eres igualita! Hombre, tú en moderno, ya me entiendes, pero cuando he visto su rostro asomado entre sus padres en una de las fotos casi me caigo redondo: ¿Marisa,? no , es su abuela Carmen. Me encantan estas historias de tu álbum familiar.Sigue contándonoslas,por favor. Un beso guapa.

  16. Me ha recordar las historias de mis abuelas. Ahora entiendo porque pasaban tanto tiempo en las salas de cine. Era la única manera de escapar de la realidad gris y asquerosamente hostil de la España cutre que tenían. Incluso allí el hambre lo parecía menos.

    Una de mis abuela vivía felizmente en Francia. Al ganar La República volvió a España para que sus hijos conocieran los buenos tiempos. Al final acabo en la cárcel. En fin…

    Un beso,

    M

  17. Marta, cuántas tristes historias guarda este país…Y cuánta ya nunca serán contadas. En fin. Gracias por venir y compartir la tuya . Un abrazo enorme guapísima.

  18. Llego un poco tarde para comentar, pero bueno más vale tarde que nunca.
    Que tristes eran aquellas épocas, pero que bonita la haces con tus hermosas palabras. Gracias por deleitarnos con tus palabras y compartir con todos los que te seguimos tus historias familiares.
    Miles de Besos.

  19. Marisa, me ha conmovido tu historia porque , siendo una historia personal es a la vez la historia de tantos… Tienes una sensibilidad exquisita y narras estupendamente. Te admiro.
    Gracias por compartir.
    Un abrazo enorme.

  20. Laura caro dijo:
    Marisa, me ha conmovido tu historia porque , siendo una historia personal es a la vez la historia de tantos… Tienes una sensibilidad exquisita y narras estupendamente. Te admiro.
    Gracias por compartir.
    Un abrazo enorme.

  21. Desde que no tengo internet en casa (perdía un tiempo estupendo que ahora pierdo en otras cosas) me es imposible comentar en el blog, que es como a mí me gusta. Por el móvil no me deja y es un rollo, pero sigo leyéndote; muchas veces me llenas de las historias que me cuentan mis abuelos la mayoría de domingos en la sobremesa. Todo se está yendo al garete desde entonces. Lo jodido es que, en un principio, parece que lo tenemos todo a nuestro alcance para ser, si no más felices, sí menos esclavos. Yo mantengo la esperanza de que todo cambie de una vez.
    Un beso guapa. Un placer siempre.

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