A mis queridos amigos, esos a los que amé en tiempos de cerezas, pasillos de universidad y paradas de lluvia en parques solitarios, los que me enseñaron a conjugar en presente el verbo amar, y los que, una vez, compartieron conmigo el dulce y caprichoso pájaro de la juventud
Ya no somos los jóvenes de entonces,
ni estamos en la cresta de la ola
( si acaso lo estuvimos, fieramente, algún día).
Ahora sabemos ya lo que iba en serio…
porque siempre se aprende, aunque nos pese.
Ya sabemos también el precio que se paga,
y qué moneda debemos guardar para Caronte.
Sabemos que nada es definitivo
y tan sólo el olvido nos aguarda.
Por fin sabemos ya que ser de paso
es una condición inapelable.
Y sólo nos trascienden nuestros huesos…
esos que tras el trago de la muerte
habrán de ser el polvo enamorado.
Marisa Peña, Tiempos de ceguera.