Foto familiar: mi abuela Carmen, mi tío Rafael y sus padres en el domicilio familiar. Año 1942.
Vivimos en un país donde tener memoria es síntoma de rencor, y donde pasar página y enterrar el pasado es la actitud general que se ha venido propiciando desde todos los ámbitos: político, social y familiar. A pesar de todo hay quien se niega a olvidar por diferentes motivos: por lealtad a la verdad histórica, por lealtad a sus familiares represaliados, por lealtad a los valores universales de justicia y reparación… Muchas pueden ser las razones que nos llevan a muchos ( hijos y nietos de republicanos, historiadores, escritores, intelectuales) a empeñarnos en rescatar la historia de una ignominia que duró nada menos que cuatro décadas. Las voces amuralladas durante aquella etapa nunca fueron escuchadas como realmente se merecían. Para ellos no hubo mausoleos, ni calles, ni estatuas. Como garantía de lo que ellos creían un futuro en paz y libertad para sus nietos decidieron callar y no pedir justicia. Yo vi llorar a los míos muchas veces lágrimas de impotencia y de amargura.
Transmitir su dolor y su sacrificio se convirtió para mí en un objetivo prioritario. Contaría su historia tal y como ellos me la habían transmitido, como un secreto legado de compromiso con la legalidad republicana y con los valores antifascistas.
Cuando vemos en las películas extranjeras cómo los partisanos o la resistencia francesa plantan cara al fascismo europeo y mueren por negarse a aceptar una cruz gamada o a realizar el saludo hitleriano, todos temblamos de emoción y nos identificamos con su valentía. Aquí, muy cerca de nosotros, viven todavía ( algunos ya muy cerca del final de sus días) personas anónimas que hicieron lo mismo y penaron por ello en las prisiones franquistas. Negarse a cantar el «cara al sol», a subir el brazo al paso de las juventudes falangistas, a gritar vivas al dictador, o tener libros de escritores «prohibidos», era motivo suficiente para visitar las cloacas del nuevo régimen.
Ahora se estrena de nuevo una película que recuerda aquellos años terribles, aquella «larga noche de piedra». Los girasoles ciegos traerá de nuevo a los cines una historia ficticia cargada de verdad.
Yo, desde mi pequeña ventana al exterior, seguiré dejando testimonio siempre que me sea posible, cumpliendo así la promesa que le hice a mi abuela: que aquel horror no caería en el olvido para que nunca volviera a repetirse.