Al principio de cada curso les explico a mis alumnos, especialmente a los de literatura universal, que no todo lo que se vende con formato de libro es literatura. La literatura es un ancla, una huella profunda, un surco que araña un tiempo y lo trasciende, una emoción compartida que se transmite a lo largo de los siglos. Un texto literario no es un producto perecedero, una moda, un pañuelo de usar y tirar. La literatura no es un trampolín para la fama ni una alfombra roja para los que necesitan ser admirados. Es una patria común, un lugar al que ir y regresar una y otra vez, un refugio, un catalejo, un laberinto, un aprendizaje, un descubrimiento. Y no lo es sólo porque lo digan los estudiosos de ella, que también, sino porque el tiempo, ese» gran escultor » que diría la Yourcenar, pone cada cosa en su lugar y sobrevivir a su implacable paso es una prueba de fuego. Eso y la emoción, la conmoción y el desasosiego que nos produce un texto bien escrito. » En fin, literatura…» nos dijo Cortazar. Nada más, nada menos.Imposturas, las justas.