Ved qué congoxa la mía…
Ved qué congoxa la mía,
ved qué quexa desigual
que m’aquexa,
que me cresce cada día
un mal, teniendo otro mal
que no me dexa.
No me dexa ni me mata,
ni me libra ni me suelta
ni m’olvida,
mas de tal guisa me tracta
que la muerte anda revuelta
con mi vida.
Jorge Manrique
Jorge Manrique es uno de esos poetas que nos acompaña desde nuestra primera lectura escolar; ésa en la que, con cierta torpeza, intentábamos comprender aquello de que la vida se nos va como un río, y que todos fluimos irremediablemente hacia el mar de la Muerte. Mientras procurábamos asumir nuestra caducidad, cosa harto difícil cuando se tienen quince años, los versos de Manrique, sonoros, graves, contenidos, se nos colaban por las junturas del alma y se hacían un hueco, y se acomodaban para siempre en nuestra memoria (”Nuestras vidas son los ríos/ que van a dar a la mar/ que es el morir…”).
El eco de aquellas coplas de pie quebrado, que aprendíamos por primera vez en un tiempo de juventud plena, en el que conjurábamos a la muerte con amores, canciones y saltos al vacío, se quedó allí alojado en el recuerdo y vuelve, sigue volviendo, cuando la muerte llama a nuestra puerta “tan callando”…
Pero el Manrique severo de la elegía no eclipsa al Manrique que maneja con maestría los temas y las formas de la lírica cancioneril. Y a pesar del formulismo inevitable, y de cierta impostura literaria que conlleva el cultivo de esta poesía, hay en él un sello de autenticidad, de verdad profunda que transciende el mero juego literario, la filigrana lingüística puesta al servicio del arte del buen trovar. Algo que nos emociona, nos inunda, produciéndose así la necesaria identificación con el poeta, mejor dicho, con el poema y con la voz poética que desde él nos habla y nos conmueve. Y no podemos sino detenernos un momento, y dejarnos llevar.
Y sentimos entonces esa misma congoja, esa queja desigual ese dolor de siempre, y de todos, y de nadie … Y la muerte y la vida, en eterno combate. En fin, nada más, nada menos, que poesía …
Qué cierto es lo que dices acerca de la manera tan profunda en que nos quedaron grabadas las Coplas a la muerte de mi padre. Yo no las he olvidado nunca. Gracias por traernos aquà esa otra faceta suya más amorosa. Un abrazo, querida amiga.
Gracias a ti, querida Isabel, por venir a enredarte…besazos
Siempre que leo o escucho ese poema me acuerdo de mi padre, «Nuestras vidas son los rÃos…», le gustaba mucho, y creo recordar que la primera vez que la oà fue recitada por él.
Un beso, Marisa.