El árbol


Ilustración de Ana C. Martín

El viento del otoño azotaba sin tregua las ramas del árbol. Por mucho que éste se empeñaba, nada podía contra la fuerza de aquel soplo que le despojaba cruelmente de su bello manto de hojas amarillentas. Le gustaba especialmente el abanico de colores que se mezclaban en su copa al llegar septiembre: del marrón al amarillo, pasando por el rojo, el ocre, el sepia y alguna pincelada tímida de un verde que se resistía a ceder su terreno. ¡Pero duraba tan poco aquella fiesta de colores otoñales!… El viento de octubre se había llevado una vez más su abrigo estival, y tan sólo una hoja conseguía sostenerse soportando aquel vaivén incesante.
¡Cuántas veces los vientos del otoño sacuden nuestras vidas empeñados en llevarse todo lo que quedó caduco, el equipaje que ya no nos sirve, el absurdo fardo de lo irrecuperable! Y nosotros, como la irreductible hoja del árbol , nos aferramos a lo que fuimos por miedo a lo que nos depara el largo invierno, sin ser capaces de confiar en el eterno ritual de renacimiento que nos regalará la primavera…

5 opiniones en “El árbol”

  1. «Maestro, son plácidas todas las horas que nosotros perdemos, si en perderlas, cual en un jarrón, ponemos flores. No hay tristezas ni alegrías en nuestra vida. Sepamos así, sabios incautos, no vivirla, sino pasar por ella, tranquilos, plácidos, teniendo a los niños por nuestros maestros, y los ojos llenos de Naturaleza… Junto al río, junto al camino, según se tercie, siempre en el mismo leve descanso de estar viviendo. El Tiempo pasa, no nos dice nada. Envejecemos. Sepamos, casi maliciosos, sentirnos ir. No vale la pena hacer un gesto. No resistirse al díos atroz que a los propios hijos devora siempre. Cojamos flores, mojemos leves nuestras manos en los ríos calmos, para que aprendamos calma también. Girasoles siempre mirando al sol, de la vida nos iremos tranquilos, teniendo ni el remordimiento de haver vivido».
    Fernando Pessoa

  2. Yo lo titulé «Otoño emocional» y utilicé la misma imagen acompañada de otra, aún más desnudo el árbol (pues no tenía color), y coincido contigo: una enorme nostalgia de mi yo que se marcha brota sutilmente cada año (cada vez más, claro) pero al menor apunte de sol me pongo verde y me visto de flores y me siento niña, la ingenua loca que salta por la casa sin ser consciente del frío que hace fuera. Un girasol que mira plácidamente cómo pasa la vida.
    Gracias Marisa, gracias Ramón, gracias Pessoa.

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