Hoy soñé con mi abuela. Había un campo de margaritas y ella me llamaba para que me acercara a su lado. A medida que intentaba acercarme las margaritas se hacían cada vez mas grandes y el campo más tupido e impenetrable. Ya sólo podía escuchar su voz. «¿Todavía dudas?», me decía… Y yo, encerrada en un cuerpo de niña, intentaba a duras penas abrirme paso hacia ella, hacia su abrazo, hacia su cálida presencia.
Lo siguiente que recuerdo es que estábamos en la cocina de la que fue mi casa paterna, y ella removía con energía un guiso que hervía en un puchero mientras yo, algo mayor que en la anterior escena, la contemplaba extasiada sentada frente a ella. » Tú tienes tu propia voz. No la escondas, no la disfraces, no la temas. alguien, algún día, la escuchará». Ha sido una noche extraña y agitada.
El tiempo ha pasado. Y mientras su recuerdo me acompaña pienso que ahora sé cuál es mi voz. Va cambiando en sus tonos y matices, pero reconozco su timbre y su color. Ha madurado, se ha mezclado con múltiples aromas, ha gritado, ha susurrado, ha buscado su sitio, e incluso ha enmudecido durante largos periodos.
Habrá quien la escuche y quien la repudie, quien se quede a disfrutar y la haga suya, y quien huya despavorido porque no se identifica en absoluto.
Tras las modas y los movimientos, tras las transgresiones y los clasicismos, la autenticidad es lo que importa. Escuchar la voz del alma, la que viene de dentro, la que nos reconforta. La que nos define frente a los demás. La que, al final, configura nuestra forma particular de relacionarnos con el mundo.
Laura Caro dijo:
Me encantó lo que leÃ, tanto lo tuyo como lo de tu abuelo. Honrar a los nuestros nunca está de más; más bien al contrario.
Un abrazo fuerte.
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gracias laura, eres un sol.
Amiga, Marisa.
Coincido contigo. Esa voz interior, ese sà mismo que nos habla es el bien más preciado que todos los seres humanos tenemos. Tiene un repertorio muy amplio (yo dirÃa que infinito) de maneras de salir al exterior, a la penumbra del mundo. Esa voz es la que es luminosa, y es el exterior el que está en penumbras y necesita tanto de ella.
Un beso.
Nunca hay que dejar de escuchar nuestra voz interior, seguro que nunca nos engaña aunque a veces no queramos escucharla.
Alguna vez he tenido un bello sueño con mi abuela Irene, pero lo que más tengo son preciosos recuerdos, de ella, de mi padre…
Un beso, Marisa.