Nunca he sido una persona paciente. No me ha gustado sentarme a esperar que pase el cadáver de mi enemigo ( aunque estoy segura de que, el que lo hace, siempre lo acaba viendo), ni mucho menos esperar al "santo advenimiento". Si he querido algo he ido a por ello, a corazón abierto, con todas las entrañas necesarias; «a pecho descubierto» que diría mi madre, sin peto y sin espaldar, nadando incluso a contracorriente sin pararme a guardar la tan necesaria ropa.
Así que luego, más de una vez, me he quedado en la orilla, desnuda, desolada, vapuleada, y con una sensación de estúpida (con flor o con canción…) completamente comprensible. He sido impaciente, apasionada e impulsiva en todas las facetas de mi vida: en el amor, en el trabajo, en el compromiso ideológico, en las decisiones familiares, en la amistad, en los proyectos creativos. Que había que echar una mano, preparar un artículo, dar unas clases fuera de hora, irse de excursión a un lugar remoto, prestar unos apuntes, colgarse de una seductora sonrisa o de una enigmática mirada, defender una causa que ya estaba perdida de antemano, confiar ciegamente en un desconocido que me daba buenas vibraciones… que había que hacer cualquiera de estas «locuras» ahí estaba yo, dispuesta a confiar, a defender, a prestar, a abrazar, a compartir, a viajar, y a ilusionarme como una tonta eternamente adolescente. Y luego, sentada en las ruinas, a sentir que la vida no era esto tantas veces como fuera necesario.
Han pasado los años y, aunque a veces me cubro las espaldas y llevo algo de ropa de repuesto, sigo siendo impaciente, apasionada e impulsiva. Sigo confiando, prestando sin fianza, abrazando, y esperando («Penélope de eterna primavera») aquello que ya no ha de volver.
Pues no cambies, Marisa, que ese derroche alegra la vida de los que están a tu lado. Un fuerte abrazo.
Desgraciadamente, la vida, la «sabidurÃa que te da el fracaso», como dice Robe, te hace llevar cada vez más corazas y te va impidiendo ser tan auténtico, más selectivo, y solo te abres con la gente que te da buenas vibraciones.
Por lo menos asà lo veo yo.
Besitos. Y felicidades por este penúltimo escrito.
Ya ves, sin embargo, en ocasiones nos decimos que hemos cambiado, que ya no recordamos como fuimos. Yo creo que se puede y se debe intentar el cambio, la meta lejana, pero también tengo experiencia a lo largo de mis 63 añitos de nada y puedo decir que la esencia se nos revela al menor intento de cambio.
Pero bueno hay que estar ahà en la lucha, en la siega.
Un abrazo
Jose Miguel Ridao dijo
Pues no cambies, Marisa, que ese derroche alegra la vida de los que están a tu lado. Un fuerte abrazo.
No he podido moderar el comentario ( cachis)Gracias guapo.
Esta clase de impaciencia es una gran virtud, impaciencia activa.
Yo, como José MIguel, también te digo, no cambies.
Un abrazo fuerte, Marisa.