Se abrazaron y lloraron… Lloraron por todo el tiempo que habían permanecido separadas, por todo lo que las había mantenido unidas a pesar de la distancia, por todo lo que les habían arrebatado…
No se habían vuelto a ver desde aquel triste día del año 39. Era marzo y llovía. Sabían que todo estaba perdido, o al menos lo intuían. Pero apenas podían sospechar cuánto les quedaba aún por sufrir, cuánto dolor tendrían que soportar, cuánta desesperanza…
Para Julia el exilio, la soledad, el país extraño. Otra lengua, otras gentes, otro cielo… Caravanas de tristeza, campos de refugiados. Madres que lloran, niños que lloran, hombres que lloran – rabia, impotencia, locura. Y gritar, gritar, gritarle al mundo: “¡No, no, nosotros no! ¡No nos abandonéis! ¡No nos sacrifiquéis! ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué?…”
Para Aurora otra clase de exilio, el exilio interior. El silencio, el miedo. Las puertas cerradas, las ventanas cerradas, las bocas cerradas… Nunca mirar atrás, nunca mirar a nadie, que nadie te mire, que no te reconozcan, que no te delaten. Doblar la esquina, ¡El brazo en alto! ¡Franco! ¡Franco! ¡Franco! El “viva España”, el “oriamendi”, el “cara al sol”… Pero al final te encuentran, te arrastran por los pasillos, no puedes escaparte… Y luego los golpes, las celdas, el frío… “¿Qué será de mi niño? ¿Qué será de mi madre? ¿Qué será de nosotras?”
Y ahora, sesenta años después, han vuelto a reencontrarse. Los nietos se empeñaron, las buscaron, las “desamordazaron”, las “regresaron”, y aquí están todas. “Un homenaje tardío, pero necesario.” Eso habían dicho. “Tú fijate, ¡qué chicos estos! ¡Con tantas historias como les hemos contado…! Hablando y hablando tejimos nuestras vidas en el inmenso tapiz de su memoria…”¡Hay tanta gente! ¡Tantos rostros que un día se quedaron atrás, callados, detenidos en la sombra fugaz, en el gris sempiterno de una fotografía! “Rosita, ¡si eres tú! Soy Benigna, la “Beni”. ¿No te acuerdas?” …” ¿Qué fue de Conchita? ¿Y Suceso? ¿Y Amparo? ¿Qué sabéis de Teresa? ¿Y Lola? …Carmen murió… ¡qué pena!” Sonríen como muchachas, hablan, gritan, se abrazan. Parece que no hubieran pasado tantos años, tantas vicisitudes, tantas penas.
Entre la muchedumbre, los familiares, las autoridades, la prensa; entre tantas y tantas caras (nuevas, viejas, conocidas, reconocidas, algunas incluso “irreconocibles”), al fin se han reencontrado. “¡Aurora!”… “¡Julia!”.
Ahora están sólo ellas, el mundo se ha parado, el tiempo se ha parado. Marzo del 39, la lluvia, la tristeza. Y el mismo abrazo cálido, el ruido de los coches, las bombas, los disparos… Y su amistad sincera, su lealtad infinita. Incólume el afecto, inalterable, sobreviviendo al tiempo, al destino, a la infamia.
“Adiós”, te dije yo. “Adiós”, me contestaste. Hice amago de levantar el puño y tú me lo bajaste, y me abrazaste fuerte, y me besaste en ambas mejillas bebiéndote mis lágrimas. “Nos veremos muy pronto”, me dijiste. “Muy pronto”, repetí. Y luego te alejaste, y ya desde el camión, con gesto sonriente, me levantaste el puño. “¡Salud, compañera!”. “¡Cuídate mucho!” gritaba yo, corriendo calle abajo con los pies empapados, la chaqueta empapada, el rostro empapado… ¡el alma empapada!
“Ven, abuela, vamos, que va a hablar el presidente de la organización”. Pero a ellas no les importa el presidente, ni las cámaras, ni nada. Ellas sólo quisieran recuperar los años perdidos, y regresar de nuevo a aquel aciago día. Y para ello necesitan seguir así, abrazadas, llorando lentamente todo el dolor guardado, todo el dolor dormido, todo el dolor callado. Y no decirse nada, porque no podían imaginar cuántas lágrimas había dentro de ellas, cuánto dolor guardaban todavía sus corazones heridos, qué sima tan profunda asomaba en sus ojos ya cansados…
“Nos veremos pronto”, dijo una. “Muy pronto”, repitió la otra. Y se montaron en coches diferentes, y pusieron rumbo a sus hogares, otra vez en distinta dirección. Sabían que era difícil que volvieran a verse (demasiados kilómetros, demasiados achaques), pero se sonrieron. Porque ellas, las mujeres del 36 como ahora las llamaban, habían perdido una guerra, pero no la esperanza, ni la dignidad, ni la memoria.
Este es uno de los relatos de los que hablas en la entrada anterior ¿no?.
El relato me ha hecho recordar la pelÃcula de «Las 13 Rosas», que me gusto mucho. ¿Has visto esta peli? lo más seguro que si pero si no la has visto te la recomiendo, te gustará.
Gracias por ser una lectora tan «fiel». Espero que pases un buen verano y que no olvides este curso aunque crezcas y te pasen miles de cosas increÃbles e inolvidables…
La pelÃcula es sólo un pequeño soplo de la tempestad que fue la realidad, de hecho no todo lo que se rodó sale en el montaje final. Y su experiencia, con todo lo que supuso de tropelÃa, no es ni la peor, ni la más sangrante de las injusticias que se cometieron el la guerra y en la posguerra. Muchos murieron injustamente, muchos fueron masacrados, perseguidos, humillados… Y lo triste es que es la historia más repetida de la humanidad…Chile, Argentina, ahora Irak, pero hace siglos lo mismo. Y siempre en nombre de un salvador…(Cristo, Mohammed, Franco, Hitler)… No hay que olvidar el pasado, pero tampoco se puede uno quedar allà para siempre. Que tus relatos sirvan para entender mejor lo que somos y asà conseguir un presente mejor.
Siempre ha sido esa mi intención. Conocer el pasado para entender mejor el presente y no repetir los errores por ignorancia o imprudencia… Ya sabes que cuando abrimos las ventanas para mirar al futuro los nuestros caminan siempre con nosotros, felices y orgullosos de la semilla plantada y el fruto que ahora recogemos. Gracias por estar aquÃ.
Un relato tan emotivo como real. Un relato lleno de verdades que muchos nietos ignoran, para su desgracia y la nuestra. Un relato con un final al que no le robaron la memoria, ni la dignidad,ni la esperanza, ni los años de juventud perdida entre balas, saqueos, miedos. Una juventud que como a la nuestra les fueron arrebatados los sueños. Un beso amiga del alma.