«¿Qué hice para que pusieran
a mi vida tanta cárcel?»
M. Hernández
«Muros de silencio,
tapias de ladrillo(…)»
Manuel de la Peña
Este relato está basado en hechos reales. Mi abuela me contó cómo cada mañana, en aquella eterna posguerra, se preparaba para visitar a mi abuelo en el penal de Alcalá de Henares ( su triple delito: creer en la libertad, creer en la igualdad y creer en la fraternidad…), y andaba todos esos kilómetros a pie acompañada de otras mujeres y de mi padre, que no era más que un niño muy pequeño, para que mi abuelo pudiera abrazar a su hijo y mitigar en algo su profundo dolor y su tristeza. Corría el año 47, casi diez años después de la contienda…
Todas las mañanas un grupo de mujeres de diferentes edades, con niños en brazos o agarrados fuertemente de sus faldas, embarazadas, enfermas o simplemente cansadas, emprendían el camino hacia las cárceles. Como una caravana de infinita tristeza, caminaban dispuestas a ver a sus hombres (padres, maridos, hermanos, hijos…). En sus cestas y bolsas llevaban lo que habían podido conseguir: tabaco, cerillas, algo de comida, una camisa limpia, unos pañuelos… Recorrían los senderos cabizbajas, tirando de sus cuerpos, arrastrando los pies, soportando el calor, el frío, la lluvia, el polvo. Pero nada de aquello importaba si ellos estaban vivos, si las dejaban verlos.
Aurora formaba parte de aquellas mujeres que un día creyeron que todo cambiaría, y ahora se arrastraban por los caminos con el único afán de sobrevivir.
Creían que si no se dejaban ver, si no hablaban más de lo necesario, si pasaban desapercibidos… Pero todo fue inútil; una vecina habló, se había quedado viuda con tres bocas que alimentar y una sola cartilla de racionamiento. ¡Al menos le habían conmutado la pena de muerte por la de treinta años!
Parecía mentira que toda una generación de hombres jóvenes, idealistas, dispuestos a empujar la historia, a no quedarse atrás, estuviera pudriéndose en los penales. Carne de presidio, eso eran para los vencedores. De los que habían conseguido sobrevivir muchos se vieron empujados a la diáspora del exilio; otros agonizaban entre rejas, se consumían en los patios grises de las cárceles. Y otros eran utilizados como esclavos, construyendo mausoleos para mayor gloria del régimen.
Cuando no podía ir a verlo mandaba algún mensaje con el paquete que otras mujeres llevaran. Entre ellas funcionaba una red de ayuda mutua y solidaridad que las dignificaba en medio de tantas humillaciones. Se sentían parte de un mismo tejido, de una macabra tela de araña que asfixiaba sus vidas y las de sus seres queridos. Cuando había un indulto lo celebraban juntas, y cuando alguno de ellos era ejecutado o moría en su celda, también lloraban juntas.
Al caer la tarde se disponían a regresar a sus casas por el mismo camino. Volvían sobre sus pasos, un poco más tristes, un poco más solas, un poco más cansadas. Inmersas en sus pensamientos (“a mis soledades voy/ a mis soledades vengo”), envueltas en su pena. Huecas, secas, macerando en su mente las palabras que no se atrevieron a decirles, para no hacerles más daño, para no arrebatarles la poca esperanza que aún les quedaba. ¡Que no las vieran tristes, ni hundidas, ni desesperadas! “Todo bien, muy bien, no te preocupes”. “Estamos moviendo papeles, ya verás como pronto estás en casa”.
Había hecho del soliloquio su válvula de escape. Y al llegar a la casa, cuando todos dormían, despertaban las palabras y, casi a oscuras, en unas pocas cuartillas usadas,a solas con su pena y su derrota, Aurora daba rienda suelta a su dolor:
“Te vi entre los barrotes.
Acaricié tus manos,
tu rostro macilento,
tu dolor infinito…
Y no poder besarte,
no poder abrazarte,
no poder consolarte,
no poder restañarte las heridas.
Me llevo la sonrisa
que intentaste esbozar con los labios partidos,
llagados, doloridos.
Me llevo tu sonrisa,
prendida en el ojal de la solapa
de mi vieja chaqueta…
Me llevo tus caricias, prometidas, soñadas.
Me llevo tu ternura, tu mirada llorosa.
Me llevo lo que puedo,
para seguir viviendo
en esta soledad que compartimos ambos.
Y te dejo mi sombra,
cuanto queda de mí,
lo poco que resiste,
lo que nos han dejado…
Y me vuelvo a la nada de nuestra pobre casa,
de nuestra pobre mesa, de nuestra pobre cama.
Y me vuelvo al silencio de las mañanas frías,
de las eternas tardes,
de las noches insomnes.
Vuelvo a mi vida rota,
desperdiciada,
absurda…
Apartada de ti.”
La memoria herida y otros relatos,ed. Bubok
Quisiera que esta entrada sirviera para denunciar la situación de todos los presos políticos y de conciencia, que, tanto en tiempos ya pasados como ahora, se vieron, se han visto y se ven, privados de su libertad y su palabra. Que la historia de aquellos que lo fueron no caiga en el olvido, y que la de los que aún lo son no sea silenciada.
Una nueva entrada estupenda, como siempre que reivindicas la memoria de los hechos pasados. Tu sensibilidad se une a tu prosa esencial y conmovedora, y me conmueves.
Por todo lo que significan entradas como esta, gracias.
Juan antonio muchÃsimas gracias por tus palabras. Para mà el recuerdo es una forma de mantenerlos vivos («nos dejó harto consuelo su memoria» que decÃa Manrique). Lo que dices de mi prosa me emociona de verdad. Conmover, transmitir, llegar, es mi principal objetivo. Un abrazo querido amigo, muy fuerte, que llegue hasta tu bella tierra.
Hola Marisa, mi abuelo abandono la carcel de Alcalá de Henares en los ultimos dias de Septiembre de 1944, una vez mis tios fueron a verle por navidad y los fascistas invitaron a los presos hacer juguetes con madera, las manos de mi abuelo tallaron unos caballos, los mismos que acabaron en una hoguera delante de los niños que se supone que eran sus destinatarios. En esta anecdota se ve, la catadura, el caracter moral de estos personajes que gobernaron este pais durante cuarenta años y que hoy en la sombra siguen manejando espacios de poder.
La historia que relatas, es la vida de muchas mujeres condenadas por querer libertad y justicia social, tus lineas son un recuerdo al que me sumo.
Un Abrazo
Edu, ¿sabes que yo jugué con dos mesitas y una silla que hizo mi abuelo ? No sé cómo pero llegaron hasta mÃ. Eso y sus poemas, no me dejó más. Hasta los libros le quitaron:la casa , el trabajo, la juventud, los sueños. Cuánta pena pasaron, cuánta desesperanza.En mi casa me educaron con lemas de libertad y tolerancia.: quien calla una voz silenciándola con barrotes no conoce el significado de la palabra libertad.
Gracias por venir a compartir mis recuerdos y mi homenaje.
Hola Marisa, tu abuelo te dejo algo mas a parte del recuerdo, el ejemplo de vivir y de vida.
Un Abrazo.
Gracias Edu, por tus sentidas palabras. Otro enorme abrazo para ti.
Un relato lleno de serenidad y de amor, porque amor es, en el fondo, todo lo que sale de tu pluma, sea verso o prosa.Un amor que llegó a resistir el paso del tiempo y de la oprobiosa dictadura y que fecundó nuevas vidas ilusionadas. Que nada ni nadie nos hagan olvidar aquello.Un beso.
(Mándame un mail si lo crees oportuno. Hay cosas que por aquà no es posible comentar).
El amor siempre salva de todo hasta del horror… Un enorme abrazo
PD No te lo he enviado antes por no abusar de tu confianza pero ahora sà que lo haré…
Intensa historia, amiga Marisa. De esas que deben quedar esculpidas en el tiempo, para que no se olviden, para que no se adelgacen las palabras, parafraseando a Neruda.
Son absurdas estas guerras, son una sinrazón, y sus consecuencias, son igual o más terribles, es intolerable que se prive de libertad a personas por el mero hecho de no estar de acuerdo con las ideas retrógradas y cosas peores, de algunos.
Menos mal que, afortunadamente, esto parece que se va terminando, al menos aquà en España, espero que sea también en el mundo entero.
De todas formas, el relato es precioso, refleja todo el amor, la unión y la solidaridad, que pueden derivar de una desgracia común.
Un beso, Marisa
Marisa, no se como lo haces pero siempre escribes cosas de estas de la memoria, cuando lo leo se me hace un nudo en la garganta, no se lo describes todo con tanto cariño, amor…
que me lo imagino todo y se me ponen los pelos de punta.
Bueno que me enrollo mucho muy bonito como siempre.
Besitoss
P.D:tengo que buscar más sinonimos de bonito que siempre te digo los mismos jeje
Intensa Octavio…Yo le prometà a mi abuela que su hilo de la memoria seguirÃa conmigo. Un beso enorme.
Irene nunca se debe bajar la guardia…Los totalitarismos se nutren de la ignorancia y la sinrazón. Sólo la tolerancia y la palabra evitarán que vuelva la barbarie de las dictaduras. Un abrazo
Veo, estoy orgullosa de ti, de cuánto creces de cuánto te interesas por conocer y aprernder…Un dÃa serás un agran mujer, lo sé. Gracias preciosa. El jueves regresaré y espero volver con fuerzas, je, je.
Hermoso relato para reivindicar la memoria que los hijos y nietos de los carceleros de entonces quieren matar.
Graias JJ por venir a recordar a los ausentes…un abrazo.
A penas si puedo escribir una palabra. A penas me llegan las fuerzas. Esta entrada no es que sirva de denuncia es que servirÃa para remover hasta el corazón más duro, hecho de piedra. Pero esos corazones no leen estas historias.
Mi madre siempre nos contó cómo mi abuela salvó a mi abuelo de un campo de concentración. Cómo sobornó a los guardias y cómo rezó a San Antonio. Mi abuelo era panadero. Mi madre siempre habló de milagro. También mi abuela viajó muchos km. con su niña recién nacida entre sus brazos. A los tres dÃas mi abuelo volvió al pueblo. Yo no pensaba entonces en los abuelos que no volvieron. Y ahora, se me rompe el corazón. Y se me rompe de rabia porque ni siquiera nos dejan ponerles nombre.
FÃjate, que lo que nunca pude admirar fue el Valle de los CaÃdos. Un escalofrÃo me recorrÃa entera las pocas veces que me llevaron allÃ. Un escalofrÃo que no era de este mundo.
No te canses nunca Marisa.
Carmen no tego palabras para agradecerte que me cuentes tu historia familiar, y que la dejes aquÃ, junto a la mÃa, para completar el puzzle triste de los vencidos…Mil besos.
Mi dulce Marisa, hay unas frases que dicen: » Lo que se olvida es como si nunca hubiera existido»
Me gusta como relatas estas viviencias, dices:
«VolvÃan con su dolor a casa, con el alma llena de dolor por tanta injusticia, huecas, secas, guardando las palabras para no hacerles daño para no arrebatarles la esperanza»
¡Que nos nos vean tristes, ni hundidas, ni desesperadas!
Eso lo resume todo.
Por distintos motivos me veo reflejada en ellas:
¡Que no me vean triste!
Precioso relato, doloroso por ser real, sobrecogedor, todo el dolor convertido en ternura, en amor.
Tus abuelos te abrazarÃan lento y fuerte a la vez te dirÃan:
Gracias Marisa por mantener vivos los recuerdos.
Te queremos.
Un abrazo lleno de amor.
Gracias Maria Luisa, por animarme a seguir desempolvando recuerdos, y por participar de ellos con tu sensibilidad y tu afecto. Un abrazo muy grande.
Escuché muchos relatos similares durante mi niñez, hoy al leer esta entrada, me he trasladado allÃ, a las reuniones familiares cuando se comentaban todas estas cosas de la guerra.
Lo lamentable es que olvidamos demasiado pronto y los hechos se repiten todos los dÃas en este planeta.
La desmemoria no es más que una venda en los ojos, recordar no es un acto de ira o venganza es sólo un hmenaje y un respeto profundo por los que ya no están para contarlo. Un beso fuerte
Estoy deseando que escribas un cuento ambientado en la posguerra. Enhorabuena por el artÃculo.
Un abrazo, Marisa.
En La memoria herida hay algunos, poco a poco los iré sacando. Son demasiados breves y quiero hacer uno más extenso, tal vez una novela corta…Ya veremos. Un abrazo Ãlvaro
Marisa: a veces me cuesta seguir leyendo. Este paÃs -sus hombres y mujeres, porque otra cosa no es- no se merecÃa lo que tuvo que purgar.
Sigamos, para que por lo menos, otra gente más joven sepa lo que otros quieren que se olvide.
Un abrazo.
CodornÃu
Lo cierto es querido amigo que nuestra historia es una triste historia… Espero que los jóvenes hagan lo posible para que no se repita una época de horror, venganza, miseria y represión nunca más.
Un abrazo
Un relato muy emocionante, en particular el poema que lo cierra. Tuvo que ser muy duro todo aquello, y logras transmitirlo maravillosamente bien. Ojala seamos capaces de terminar con esa lacra de los presos polÃticos de una vez. Un abrazo.
Isabel, sà fue duro… Yo vi la sombra de ese dolor en mi abuela y mi padre, y aunque me transmitieron el amor por la vida y la alegrÃa de ser un superviviente, y no tengo rencor de ningún tipo, sà quiero recordar para que no se repita, para que la verdad que muchos vivieron no se tape con un velo de desmemoria como si no hubiera ocurrido, y no se intente minimizar aquella tragedia.
Siempre es un placer tenerte entre mis palabras, querida amiga.
Hoy te abrazo más fuerte que nunca, Marisa.
Gracias mertxe, siento tu abrazo, de verdad…