El rumor incesante.


«La poesía es un rumor incesante» J.M. Macías

El agua que fluye,
las palabras no dichas,
los suspiros ahogados,
las caricias dormidas.

El viento que sopla,
los besos insomnes,
los pasos perdidos,
los rostros sin nombre.

La tierra que llama
de nuevo a la tierra,
la flor deshojada,
la boca de niebla.

La llama que arde
consume la vela.
Un corazón frío
vestido de piedra.

Descubrió la poesía:
el sol, el mar, la arena…
Y un rumor incesante,
le susurró un poema.

La tumba

Hoy visité mi tumba. Aquel día hizo mucho frío y tú estabas allí, escondido tras un muro, vigilando mi sombra.
Un libro, una clave, un puente, un jardín… un sentido a tantos siglos vividos en vano. «Despierta y ven a mí», me dijiste en sueños. Y yo recorro el largo sendero de piedra que me lleva al círculo. Y allí me paro y pongo alerta mis sentidos: olores del pasado me invaden (las flores de aquel viejo balcón parisino), voces de otras mañanas como ésta, con las manos llenas de ternura y mariposas blancas en mi pelo.
Oscuras palomas escaparon de mi pecho, las azucenas se tiñeron de olvido, y ya nadie pudo hacer nada…Una profunda noche habitó en mis ojos y me dejé llevar.
Ahora recibo tus lágrimas como la tierra recibe la lluvia bienhechora , y me dejo envolver por la fría oscuridad.

Esperanza

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Entre los poemas de mi abuelo hay uno que me emociona especialmente. Se titula Esperanza, y cuando pienso en las crueles circunstancias en las que fue escrito ( cárceles, muros, cadenas, hambre, miseria y silencio…) mi corazón helado llora de impotencia. Nunca le conocí. Murió cuando yo aún no había nacido, mermado por las penas y las vicisitudes del franquismo. Los que tuvieron la suerte de conocerlo siempre le describían como un hombre bueno (en el sentido machadiano de la palabra), divertido, alegre, sensible, y con «duende». Siendo yo pequeña mi abuela me adormecía recitándome sus poemas, y manteniendo viva su memoria en mi corazón infantil. Pasaron los años y su legado «poético» siempre estuvo conmigo. Algunos pueden mostrar con orgullo viejos tesoros familiares de enorme valor, que ennoblecen su salón familiar; otros enriquecen su patrimonio gracias al patrimonio que les dejaron los suyos. Yo no tengo tierras, ni blasones, ni joyas. Ellos nada me dejaron porque todo lo perdieron. Todo menos la dignidad, y la esperanza…
Gracias abuelo, por dejarme como herencia tus palabras.

ESPERANZA.
Iba lento el peregrino
Con tranquilo caminar;
el polvoriento camino
largo y blanco se perdía.
Iría a dar a la mar
pero el mar no se veía.

Parándose a descansar
el peregrino rezaba:
¡Señor, me canso de andar
y esta senda no se acaba!

Pero seguía,seguía,
siempre camino del mar,
aunque el mar no se veía.

«Con el alma a tientas» Poemario a dos voces. Manuel de la Peña Piñeiro y M.Luisa de la Peña Fernández. ed. La Factoría de ediciones.

El don de la palabra

La pequeña escritora lloró. Se había cansado de emborronar las hojas tristes de su cuaderno para que nadie las leyera. ¡Nunca más volvería a escribir! Era una decisión irrevocable, (o casi…). Así se lo anunció a su madre mientras ésta, que pelaba patatas en la cocina con aire distraído, asentía con gravedad fingida a sus preguntas. «Pero cariño,-le dijo suavemente– por mucho que te empeñes, tú nunca podras dejar de escribir». » ¿Y tú por qué lo sabes?»- preguntó la pequeña con tono retador. La madre la miró- con esa mirada que sólo saben poner las madres y que despeja todas nuestras posibles dudas y hace que se evaporen nuestros profundos miedos- y dijo con su voz de madre sabia: «Porque tú, pequeña mía, naciste con el don de la palabra.» » ¿Y eso es malo mamá?» » Bueno, como todos los dones tiene su parte buena y su parte mala. Lo que sí sé es que no puedes renunciar a él porque forma parte de lo que tú eres.»
Pasaron los años, y a pesar de que a veces le fallaron las fuerzas y quiso abandonar su vocación de escribir; a pesar de que durante largos períodos de tiempo atravesó desiertos de inactividad creadora y caminó sin rumbo por los páramos de la desilusión ; a pesar de que el silencio fue durante años la única respuesta; a pesar de que todo parecía ponerse en contra, ella siguió andando con sus manos vacías y su viejo cuaderno lleno de palabras.
Los vientos soplaron y agitaron con fuerza su nave hasta hacerla zozobrar. Gritó fuerte: « ¡Miradme! ¡Escuchadme! ¡Estoy aquí! ¿Es que nadie puede pararse un momento?»
Aprendió a no esperar nada de los rostros grises que poblaban el mundo; a no buscar el éxito, sino la satisfacción y la autenticidad; y a contestar siempre lo mismo, cuando aquellos que se empeñaban en ningunearla le preguntaban por qué seguía llenando incansablemente las gastadas hojas de su cuaderno : «Es que yo, tengo el don de la palabra…»

Escríbeme a la tierra


A mi tía Eloísa, que no tuvo una tumba donde llorar…

“(…)escríbeme a la tierra
que yo te escribiré”
Miguel Hernández

(I)

Los álamos han traído los nombres de los muertos.
Son muertos olvidados, sepultados …
sin nombre y sin memoria.
( II )

Aquella noche soñé mucho. Me costó conciliar el sueño y cuando por fin lo hice , imágenes extrañas poblaron mi mente. Vi a Domingo y a Julián vestidos de traje, repeinados y perfumados dispuestos a salir. Yo estaba cosiendo, como siempre, sentada en la salita, mientras madre- de riguroso luto- contaba las cuentas del rosario. Nos dijeron adiós y al darse la vuelta para salir, comprobé que sus chaquetas estaban manchadas de tierra. Intenté avisarles para que no salieran así, pero no podía moverme ni articular palabra alguna. La siguiente escena que recuerdo fue la de dos lápidas sin nombre en el viejo cementerio del pueblo. Mi madre y yo arrodilladas, llorando sin consuelo. Me desperté sobresaltada, bajé a la cocina presa de una profunda e inexplicable angustia que oprimía mi pecho. Allí estaban todos, desayunando tranquilamente, como si nada fuera a pasarles nunca, como si mis terribles sueños y mis presagios oscuros no fueran más que tonterías … Domingo reía, con esa risa suya que lo inundaba todo. «Que no madre, que no. Que son miedos infundados que tiene usted. Nosotros no le hemos hecho daño a nadie. Es verdad que tenemos nuestras ideas y que nuestras ideas no les gustan a todos los del pueblo, pero eso es todo. Ya verá como no llega la sangre al río.” Y ahora, con el tiempo pasado, yo me pregunto: ¿cuánta sangre puede llegar a contener un río sin desbordarse?, ¿cuánta sangre puede regar la tierra?, ¿cuánta sangre en las tapias, en las cunetas, en los escombros, en los caminos?
Una semana después se los llevaron. Fue una mañana plomiza de septiembre. No volvimos a verlos nunca. Ni siquiera sus cuerpos. Para reconocerlos, para llorarlos, para poder descansar en paz… La guerra acabó, pero nosotras no pudimos enterrar a nuestros muertos. Habíamos perdido, eso podíamos asumirlo. Pero la ira, la rabia, la venganza, el terror generalizado bajo el beneplácito del nuevo régimen, eso no podíamos comprenderlo. Estábamos solas. Enterradas en vida. Condenadas al silencio, a la humillación, a la infamia.
Han pasado los años y todo el mundo parece haberse empeñado en olvidar, o en hacer como que olvida. Pero cada septiembre los álamos del bosque que rodea nuestro pueblo, mecidos por la brisa que presagia el otoño, traen el eco lejano de sus nombres: Domingo… Julián…Domingo…Julián…Y como una plegaria, elevan al cielo sus ramas y dejan caer algunas hojas… como un llanto suave sobre la tierra.

Palabras de amor

«Ellos son dos por error que la noche corrige» E. Galeano

Las palabras de amor, como tristes migajas, se le cayeron de sus manos abiertas,  mientras ella, siempre atenta, las recogía con tacto trémulo.

Buscaron el deseo a tientas por sus cuerpos, atraparon la luz por las rendijas y persiguieron sus besos como palomas ciegas.

Rieron sin pudor, doblaron las esquinas, afrontaron las dudas, arrugaron las sábanas, mancharon los manteles… Y con cada café de la mañana, las palabras sabían dulces y amargas (aciertos, errores, despistes, franquezas…).

Poco a poco aprendieron que, en el juego de ser dos en busca de uno sólo, no todas las palabras son palabras de amor… Pero que, aun así, merecía  la pena detenerse a escucharlas.

La página en blanco.

Estaba allí, delante de la página en blanco, sintiendo el vértigo de las posibilidades infinitas, entre las que también se encontraba la de no ser capaz de escribir nada… La pluma temblaba entre sus dedos, y las palabras pugnaban por salir a borbotones, sin «orden ni concierto», dispuestas a teñir la inmensidad de aquella hoja que se ofrecía para ser sembrada. Tuvo miedo, pudor, desconfianza, intentó renunciar… Pero ellas, las palabras, siguieron llegando desde todos los recónditos lugares de su corazón; desde todos los oscuros rincones de su memoria; desde los más lejanos huecos; desde las más olvidadas esquinas polvorientas de su imaginación. Y las dejó allí, cómodamente instaladas en aquella página en blanco que alguien leería algún día, o que , tal vez, amarillearía para siempre en un cajón. ¿Y es que acaso importaba? Escribir era vivir, respirar, crecer, encontrarse, reencontrarse, hundirse y volver a emerger. Leeremos, y en ese instante, la magia de la palabra lo envolverá todo. Nos ungiremos de palabras, nos abrazaremos a ellas y este estúpido mundo cobrará sentido por un momento.¡Nos salvarán las palabras!

Las voces y los ecos

«A distinguir me paro las voces de los ecos,
y escucho, solamente, entre las voces, una.» A.Machado

Se han callado las voces, todo está en calma.
Sólo el silencio acompaña la paz en que ahora habito.

Ha cesado la loca algarabía. No hay llamadas, no hay cartas.
Sólo escucho tu voz en la quietud total que ahora me abraza.

El amor es experto en silencios oportunos…
Pero sabe bien escoger las palabras necesarias.

Y entonces, envueltos en la rítmica cadencia de la voz amada,
podremos de nuevo renacer de nuestras olvidadas cenizas.

Los amantes

Llueve a los últimos besos del amanecer.
Dos cuerpos paralelos, en la blanca soledad del lecho,
abandonan la quietud.

El abrazo es la ofrenda en las noches insomnes.
Las promesas se enredan: abrazos, bocas, sombras…
Amantes fugitivos, sepultados, heridos por los rayos de la luz.

Alborada de lluvia, repetida caricia de tu nombre en los labios.
Humo en la madrugada, cuerpos deshabitados, besos errantes.
Amanecer en ti…

A Ramón, por tanto amor.

Donde nacen las nubes



Cuando mis hijos, que todavía habitan en la edad de la inocencia y nada entienden de la crueldad del mundo, me preguntaron un día por qué algunos niños lloraban desconsoladamente detrás de la pantalla de nuestro televisor, tuve que explicarles, no sin cierto temor y con bastante torpeza, que, en algunos lugares, los niños amanecen cada día bajo el rostro terrible de la guerra. Para ello inventé un pequeño cuento al que titulé Donde nacen las nubes. Más tarde, mi querida Ana se acercó a él y realizó estas ilustraciones que han sido para mí un regalo inestimable y sorprendente.